Capítulo VIII

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Cuando Oliver la invitó a la fiesta de cumpleaños de su prima, en verdad había esperado otra cosa. Si bien estaba todo decorado con elegancia y tanto las bebidas como la comida estaban de maravilla, no era un ámbito festivo en lo absoluto. La mayoría de los presentes eran mayores; hombres hablando de política mientras que sus mujeres intercambiaban chismes y novedades ajenas. Lorna, sus hermanas y sus amigas se hallaban a un costado del salón debatiendo sobre quién lucía mejor su vestido o quién tenía mejor pretendiente. La música era animada y solo los niños parecían encantados de bailar junto algunas parejas más. Rose esperó encontrarse con el señor Jenks, pero su amigo le había dicho que éste no asistiría debido que desde el fallecimiento de su esposa evitaba ir eventos sociales.

—¿Quieres algo de beber? — preguntó Oliver.

—No, estoy bien, gracias- respondió sin dejar de contemplar a los invitados.

Oliver suspiró.

—Tal vez debimos seguir recorriendo el vecindario a pie y no venir.

— ¿A caso estás aburrido?

—Tanto como tú, Rose. Se nota en tu cara.

La joven sintió que le ardían las mejillas ante el comentario. No quería que su aburrimiento se notara. No quería hacer sentir mal a Oliver.

—Lo lamento —se disculpó —no es que esté aburrida, solo estoy cansada...

—No es necesario que mientas. Yo también me estoy aburriendo. Solo vine a cumplir con mi presencia para que Lorna no se ofenda. Podemos irnos si quieres.

— ¿Y a dónde podríamos ir? —preguntó volviéndose hacia él. Oliver sonrió.

—A cualquier lado que se nos ocurra, podemos pensar eso después. Lo primordial es salir de aquí. Señorita Owens, me concede el honor de abandonar esta no tan festiva fiesta.

—Será todo un placer, señor Jenks.

Y al cabo de unos minutos y con el pretexto de que Oliver había prometido regresar temprano a Rose Mary a su casa, se despidieron y dejaron el lugar.

—Rosie, ¿tus zapatos son cómodo?

—Más de lo que lo parecen, ¿por qué?

—Podríamos ir hasta el Blackfriars a pie, a menos que prefieras ir en carruaje.

—A pie está bien, además siempre puedo descalzarme. ¿Para qué quieres ir al puente?

—Para beber.

— ¿El agua del río?

—Para beber esto —dijo Oliver mientras levantaba con la mano derecha el saco que llevaba cubriendo su mano y parte de su brazo izquierdo, dejando ver una botella de champaña.

Rose lo miró con una mezcla de asombro e incredulidad, ahogando una exclamación, lo que hizo que el joven se riera.

— ¡Lo robaste de la fiesta! —lo acusó ella.

—Solo lo tomé prestado. Pienso devolver la botella cuando hayamos terminado —bromeó.

La calle estaba casi desolada por completo, solo algunos carruajes transitaban las calles de adoquín y pocas personas caminaban sin apresurarse por las veredas. El agua del Támesis corría lenta y en ella se reflejaban las oscuras siluetas de construcciones en contraste de la luz de la luna. Oliver y ella se encontraban apoyados contra uno de los muros del puente. Después de haber estado un buen rato forcejeando con la botella su amigo por fin pudo sacar el corcho y el sonido al destaparse corrompió la tranquilidad que había reinado hasta ese momento.

— ¿Crees que puedas beber del pico?

— ¿Crees que no puedo hacerlo? —dijo quitándole la botella y dando un sorbo.

—Me sorprende, señorita Owens.

—Anne no es la única que a veces puede hacer cosas incorrectas.

—Lo sé, tú solo no te animas.

Oliver pudo percibir que la expresión divertida de su amiga se había vuelto seria ante su comentario.

— ¿Piensas que soy una cobarde? —preguntó la joven mirándolo a los ojos.

—Pienso que hacer lo que está bien no siempre es lo que quieres.

Rose Mary suspiró con pesar y dio un prolongado sorbo a la botella.

—Thomas dijo lo mismo. Quizás sea una cobarde. Tal vez debería hacer cosas nuevas, cambiar...

Oliver tomó la botella que le ofrecía y la dejó a un costado antes de interrumpirla.

— ¿Por qué cambiarías?

—Para ser más como mis hermanos. Más como Anne —repuso mientras él bebía.

—Eres perfecta como eres. —Dijo mientras dejaba la botella nuevamente —Es lo que te hace ser tú.

Oliver tomó uno de los mechones de cabello que a Rose se le había escapado de su peinado y lo colocó detrás de su oreja. Ambos acortaron aún más la pequeña distancia que los separaba. Su aliento se fundió con el de ella, sus narices se rozaron.

—Oliver... — susurró.

El joven pareció despertar de un trance y apartó su rostro.

—Lo siento. —Se disculpó incómodo mientras tomaba su reloj de bolsillo para mirar la hora —Es hora de que regreses a casa o tus padres se preocuparan.

—Está bien.

Los dos caminaron en silencio de regreso sin saber bien qué decir o de qué trivialidad hablar. La ciudad estaba clama y la falta de sonidos los acompañaba como si fuese un tercero tras ellos, como las estrellas que los miraban desde el cielo. Las luces de la casa de Rose aún seguían encendidas, por lo que supuso que su padre al menos estaría despierto.

—Bueno, hemos llegado —dijo Oliver en cuanto se detuvieron frente a la casa. —Espero que hayas disfrutado la noche después de todo.

—La pasé muy bien. Ha sido lindo acompañarte esta noche.

Su amigo hizo una mueca complacido y ambos se quedaron mirando por un momento.

—No tenía que disculparte en el puente —Rose se acercó hacia él y llevada por un inesperado impulso lo besó.

Sintió a Oliver tensarse junto a ella pero su amigo no se apartó. En lugar de eso fue relajándose poco a poco y hasta acariciar su nuca. Se separaron para recuperar el aliento, agitados.

— ¿Qué es lo que hacemos? —preguntó una vez que recuperó el aire.

Rose rio ante la pregunta del joven.

—Creo que hacemos lo que queremos —y esta vez fue él quien esbozo una sonrisa.

Se besaron nuevamente pero esta vez con mayor rapidez al escuchar a alguien aproximarse hacia la puerta.

—Debes irte.

Oliver la besó en la frente.

—Te veré mañana, Rose.

—Esperaré a verte —respondió mientras se volteaba a abrir la puerta y lo veía marcharse.

—Esperaré a verte —respondió mientras se volteaba a abrir la puerta y lo veía marcharse

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