Capítulo XVI

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No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando el cielo empezó a aclararse y lo pájaros comenzaron a cantar. Parto el cuerpo de Rose Mary y vio que las marcas violáceas que el mismo había hecho. Octavian llegaría en cualquier momento, aún si él no estaba allí investigarían al asesino. Lo investigarían y lo encontrarían a él, pero nadie investigaría un suicidio, y mucho menos uno que parecía estar fundamentado.

Rebuscó cuidadosamente en la casa hasta hallar una soga lo suficientemente gruesa para resistir el cadáver. Buscó rama igual de resistente, con un tronco firme para colgar la soga y luego anudarla de forma que la horca pasara por la cabeza de la joven y se ajustara al dejarla caer. Finalmente tomó una pequeña banqueta que estaba en la cocina y la colocó volteada como si Rose la hubiese pateado.

Salió con la mayor rapidez que pudo de la casa. Su cuerpo se movía únicamente por inercia, su cabeza no dejaba de repetir una y otra vez lo que había pasado, lo que había hecho. Inconscientemente se dirigió a la casa de su padre y no se dio cuenta que había llegado hasta que el señor Jenks, que ya hacía levantado, lo había saludado. No paró su rumbo hasta llegar a su antigua habitación, donde cerró la puerta con llave. Busco bajo su cama hasta encontrar una caja donde antiguamente se guardaban los objetos para lustrar zapatos y donde actualmente en su lugar había un arma. Se sentó en su cama y compró que estuviera cargada. Y así era, vio las seis balas colocadas al desplegar el tambor de la misma. Volvió el tambor a su lugar y con la mano temblorosa apoyó el cañón del arma al costado de su cabeza, allí donde se localizaba su sien. La angustia le oprimía la garganta y los ojos le ardían, pensó que las lágrimas se le habían agotado pero ahí estaban. Su dedo acarició el gatillo, inhaló y cerró sus ojos con fuerza, con la misma fuerza que mantuvo sus labios apretado para no hacer ruido, pero no pudo hacer nada. Era lo demasiado bestia para terminar con la vida de otros pero no lo demasiado hombre para terminar con la suya. La voz de su padre a través de la puerta hizo que se sobresaltara.

—Hijo, ¿te encuentras bien? No te vi con buena cara cuando entraste.

—Estoy bien, padre —respondió luego de aclararse la voz- es solo que no he dormido bien y olvidé buscar algo que debía entregar hoy.

—Está bien. Si necesitas algo estaré en la sala.

Oliver se limpió el rostro con el puño de su camisa y se apresuró a meter nuevamente el arma en la caja. Rebuscó entre los cajones de la que era su cómoda otra caja donde había estado guardando los ahorros que había conseguido en conjunto con Rose. Sacó el dinero de su interior y lo escondió entre sus ropas, tomó la otra caja de encima de la cama y se dirigió al puente Blackfriars, donde la arrojó hacia el Támesis. Ya no iba a matarse, solo tenía que conseguir que nadie lo descubriese y lo matara.

(.....)

Por más que había intentado dormir no pudo conseguirlo. Cada palabra escrita en esas cartas le estuvo dando vueltas en su cabeza desde el momento en había salido de su casa hasta que llegó a la habitación que reservó para pasar la noche y continuaron a lo largo de las horas de la misma. El sol lo cegó cuando se posicionó en lo alto y entró por la ventana del pequeño cuarto y le anuncio que su tiempo allí había sido más que suficiente y que ya era hora de que regresara. Tomó las pocas cosas con las que había salido y dejó la habitación para luego despedirse del dueño del lugar. Caminó un par de calles abajo hasta donde pudo tomar una movilidad que pudiera llevarlo a destino. La claridad del día le molestaba en la vista e incrementaban su dolor de cabeza.

Al llegar a la gran casa le pagó lo correspondiente al cochero y seguido de eso sacó las llaves de su saco para abrir la pesada reja. Encontrar a Charles, uno de sus cocheros, de pie ante la puerta principal lo sorprendió. Sacó su reloj de bolsillo para comprobar la hora y efectivamente el hombre había llegado a su horario habitual, una hora antes que el resto.

—Buenos día, señor Jones —lo saludó Charles cuando Octavian hubo llegado a la puerta.

—Buenos días, Charles. ¿Hace mucho que esperas?

—Un cuarto de hora, señor. He llamado varias veces a la puerta pero no he recibido respuesta alguna.

—Veo que no —respondió el joven Jones mientras giraba la llave de la cerradura de la puerta. Seguramente Rose Mary había cumplido con lo que él le había pedido y se había marchado.

El cochero ingresó a la casa para dirigirse al jardín trasero donde se guardaban las riendas y arneses de los caballos mientras que su señor cerraba la puerta principal. Charles apareció nuevamente en el interior de la sala pero con cierta palidez con la que no contaba un par di minutos atrás.

—Señor Jones, será mejor que venga de inmediato —dijo el hombre con un claro grado de urgencia en su voz.

Octavian lo siguió rodeando la sala, pero a medida que iba a acercándose a los ventanales que dividían la habitación de jardín comenzaba a ver lo que a Charles había palidecido. La mente se le puso en blanco en cuanto tuvo la imagen completa. Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo y sintió que sus oídos le zumbaban.

—Lo lamento mucho, mi señor —escuchó decir al cochero pero él no pudo apartar la vista del cuerpo inerte de su esposa colgando del árbol.

— ¿Quiere que busque a la policía? —preguntó esta vez el hombre logrando sacarlo de su estado atónito.

—No. Ve a casa de mi padre y habla con él. Explícale lo sucedido y pide su consejo de mi parte. Procura que mi madre y hermana no se enteren. Luego ve en busca de Edmund y pídele que reuna a Gretel y a las criadas y que vengan cuanto antes.

— ¿Qué hay de la familia de la señora Jones?

—Escribiré una carta para ellos. En cuanto regreses se las llevarás. Ahora ayúdame a bajarla y llevarla a una de las habitaciones.

Tuvo tiempo suficiente antes de que los Owens se presentaran en su casa para que la culpa y el pesar lo invadieran por completo. Se sentí deshecho pero más aún confundido porque había dado por sentado durante su vida que lloraría si algo terrible le pasaba a alguien de su familia, y ahora que su esposa se había suicidado ni una lágrima derramaba.

Antes de que la señora Owens entrase a la casa su llanto y lamentos era audibles, cargados de tristeza y dolor, y éstos aumentaron cuando vio a su hija tendida en la cama. Su esposo, por otro lado, se mantuvo ensimismado y la mayor parte en silencio. Solo había hablado unas cuantas veces para calmar a su esposa y preguntarle a Octavian cómo se encontraban. El sol poco a poco comenzó a esconderse entre las nubes cargadas que se hallaban en el cielo desde la noche anterior, volviendo todo más lúgubre y dándole paso a la lluvia. 

 

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