Capítulo IV

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La tibieza del interior los abrazó en cuanto cruzaron el umbral. Rose vio como a su madre se le transfiguraba la cara en cuanto las vio entrar empapadas en la sala y como volvió a cambiar en cuanto vio a Oliver entrar tras ellas. Las caras de las criadas también sufrieron una leve transformación ya que aparentemente acababan de terminar de limpiar.

—Será mejor que los tres se cambien de inmediato. Harriet, busca ropa para el señor Jenks —ordenó a una de las criadas.

Rose detuvo a la mujer en la puerta antes de que ésta saliera.

—Intenta que sea de nuestro padre. Si es de Thomas que sea de las que no usa con frecuencia.

Cuando ésta se fue, Rose le tendió la correspondencia a su madre y siguió a su hermana, quien ya subía las escaleras en compañía de Oliver para cambiarse la ropa.

Una vez secos, volvieron a bajar y se dirigieron nuevamente a la sala. Anne pidió a Alice que les preparase el té mientras que ella observaba por la ventana.

—Espero que quieras quedarte a merendar con nosotras, porque dudo que el tiempo mejore —dijo dirigiéndose a su amigo.

—Estaré encantado.

Anne se desplomó en uno de los sillones cerca de su hermana y abrió el sobre que el señor Niston le había entregado torpemente entusiasmada. Desplegó la carta y a medida que iba leyendo su rostro se tornaba pensante.

—¿Y bien? —preguntó Oliver cuando ésta terminó de leer y nuevamente dobló el papel.

—Elliot quiere que vaya al puerto después de las seis. Dice que necesita hablar conmigo.

—¿Qué crees que querrá decirte?

—No creo que quiera decirme nada, Rose. Lo más probable es que Phillip haya regresado y quiera darme una sorpresa.

—Quizás —añadió Oliver mientras tomaba la taza de té que Alice le ofrecía.

—No pensarás ir sola, ¿verdad?

—Claro que no. Iré con Thomas en cuanto regrese. Alice, ¿sabes cuándo estará mi hermano de vuelta?

—No lo sé, señorita, pero no creo que sea temprano. El señor Owens insistió para que pasara la tarde con él en su trabajo.

Anne blanqueó los ojos mientras que ella sintió pena por su hermano.

—Nosotros podríamos acompañarte.

—¿Bromeas, Oliver? Rose Mary me delatará como la última vez.

—No lo haré, y sabes que la vez anterior fue sin querer.

—Como las otras veces —murmuró.

Rose cruzó la sala y fue a sentarse junto a su hermana, apoyó la mano junto a la de ella haciendo que ésta la mirara.

—Anne, por favor, es peligroso que vayas sola, aún en compañía de Alfred. Deja que te acompañemos. Deja que te acompañe —se corrigió al ser consciente de que el problema era ella y no Oliver.

Su hermana le dio un largo sorbo a su taza hasta terminarse el contenido antes de responder.

—Está bien, pueden acompañarme si es lo que desean.

—Entonces creo que tendremos que dejar lista una tercera muda de ropa —bromeó Oliver y los tres compartieron la misma mueca de gracia.

Desde luego su madre las mataría por salir nuevamente con lluvia y era casi certero que los tres estarían enfermos los próximos días, pero, sin embargo, habían tomado los paraguas y pedido a Alfred que los llevara hasta Brighton. El puerto al caer la tarde era diferente a como lo recordaba Rose Mary por la mañana. Ya no había solo marinos y mercaderes, algunos viajeros y compradores, también había un ambiente más hostil. Su hermana indicó al cochero para que se detuviera y los tres bajaron. Caminaron sin separarse demasiado, Oliver a sus espaldas. Un joven con ropas mojadas, de cabello rubio y ojos claros, muy similar a Phillip, pero con facciones más duras, esperaba sentado en lo que parecía un olvidado baúl de madera. El mismo se paró al ver a Anne y reparó en ella con asombro, para luego mirar nuevamente a su hermana.

—Esperen aquí —les indicó a ella y a Oliver.

Anne, y quién debía ser Elliot Lambert, se apartaron de ellos mientras Rose aún los miraba. El rostro de Elliot era inescrutable y a su vez observador.

—¿Crees que no son buenas noticias? —le preguntó Oliver al oído.

—No lo sé. No parecen ser buenas.

Y efectivamente no lo eran. Rose solo vio que el joven pronunció dos palabras y que sin leer sus labios sabía cuáles eran. Una descarga eléctrica pareció azotar el cuerpo de su hermana para luego tensarse como una vara. Había bajado el paraguas y negaba con la cabeza como si quisiera deshacerse de algo mientras el pelo se le pegaba por la lluvia. La inexpresividad de Elliot se había transformado en amargura y compasión. Éste habló nuevamente a lo que Anne asintió, despidiéndose de Elliot repentinamente y dejándolo parado observándola con cierta sorpresa. Cuando volteó y se dirigió hacia ellos vio que su hermana tenía los ojos enrojecidos y vidriosos.

—Es todo. Será mejor que volvamos ahora antes de que el tiempo empeore —dijo con voz neutra.

Ni Oliver, ni ella le pidieron una explicación alguna. No era necesario. Y Mary Anne se limitó a permanecer en silencio durante el camino de regreso a casa, pero Rose sabía que cuando dijo que el tiempo empeoraría no se refería a éste en sí, sino que a ella misma. Al llegar, su amigo se despidió de ellas no sin antes ofrecerse por si necesitaban cualquier cosa y ambas asintieron para luego pasar al interior de la casa. No se había equivocado cuando pensó en que su madre se horrorizaría de nuevo si las veía con los zapatos y vestidos sucios.

—Será mejor que tengan una buena explicación para justificar por qué traen ese aspecto —las miró con desdén y luego con desagrado al piso embarrado—. Las tendría que poner a limpiar a ustedes en vez de a las criadas.

Anne, quien se había estado conteniendo durante todo el camino, comenzó a sollozar y lágrimas resbalaron por su rostro.

—No me parece que tengas que hacer una escena, Mary Anne. Han sido desconsideradas al volver a ensuciar la casa. Creo que es justo que se los pida...

—Madre, no es momento. Para por favor —intervino Rose con la esperanza de que su madre se diera cuenta que algo estaba mal.

—Rose Mary, no quieras copiar su actitud desafiante. Juro que cada vez me gusta mucho menos que la hayas comenzado a imitar y querer justificar lo injustificable.

—YA BASTA, ELIZABETH —le gritó Anne, harta de escucharla—. Ya sé lo que tienes que decir, y lo único que dices son cosas en mi contra sin intentar entenderme. ¿Quieres que limpie la casa? Lo haré, pero lo haré luego, porque Phillip murió y es lo único que me importa en este momento.

Su madre la miró con desconcierto un segundo, luego volvió a su expresión natural para preguntar:

—¿Quién es Phillip?

—Era el amigo de Anne del puerto. Phillip Lambert —se apresuró a decir Rose antes de que su gemela pudiera acribillar a su madre. Ésta, aún con lágrimas cayendo en mayor cantidad de sus ojos, parecía que le estuvieran jugando una broma de mal gusto.

—Ah, ese muchacho. Bueno, querida, toda pérdida es lamentable y más si es de un alma joven, pero intenta ver el lado bueno; ya no interferirá en tu futuro.

Rose no podía creer lo que acaba de escuchar. Por acto reflejo miró a su hermana, la cual comenzó a parecerse a los espectros de los relatos de terror, pálida y envuelta en furia.

 Por acto reflejo miró a su hermana, la cual comenzó a parecerse a los espectros de los relatos de terror, pálida y envuelta en furia

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