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Mi relación con Milla era genial cada día, cada hora, cada instante había buena química y comunicación, solíamos salir seguido y cada ocasión era descubrir algo nuevo uno del otro. 

Era jueves, un día nublado y un poco frío como los que a mí me encentaban, porque de alguna manera me sentía como en una película de drama o un romance, era una sensación espléndida.

—Querido, ¿Qué haremos hoy? —preguntó.
—Iremos al teatro.
—¿Al teatro? —preguntó de nuevo pero haciendo una mueca de sorpresa, aunque se veía bastante falsa a decir verdad.
—Si, en diez minutos te espero en el auto —dije saliendo de la habitación.

Salimos de la ciudad yo conducía y ella cantaba preguntando en ocasiones si faltaba mucho para llegar. Pasamos alrededor de 45 minutos en el auto y al llegar al teatro estacioné el carro en el aparcamiento más cercano al teatro. Entramos a hurtadillas para que nadie nos viera, como haciendo algo sospechoso o indebido y ya adentro Milla solo reprimió la sorpresa al ver semejante pieza de arquitectura.

—Es maravilloso —dijo muy emocionada,
—Si lo sé, disfrútalo, este teatro lleva años abandonado. Así que lo demolerán para construir un edificio de juzgados.

Milla volcó una cara de tristeza, pero sin embargo camino hacia el escenario acariciando los asientos con las yemas de los dedos mientras aceleraba el paso. Al llegar abajo subió al escenario y se sentó a la orilla de este. Mientras yo camine y me senté en la primera fila. En ese momento ella se levantó y comenzó a cantar para la segunda estrofa comenzó a sonar un piano, mi cuerpo tembló de pies a cabeza al escuchar el sonido del piano. La cara de Milla se giró sin comprender quien estaba tocando el piano, su cara se tornó asustada, sin embargo, siguió cantando "El Último Café" de Julio Sosa. Cada línea de la canción sonaba hermosa por un momento imaginé al teatro lleno de gente mirando a Milla y aplaudiendo.
Al terminar la canción bajo del escenario, al mimo tiempo del piano se levantó un hombre mayor de unos 60 años y se acercó a Milla.

—Señorita déjeme decirle que usted es un gran talento.
—Usted no lo hace mal, a pesar de que ese piano está muy viejo, pero digame ¿Qué hace por aquí?
—Vivo aquí, sin embargo el día de mañana ya no existirá este teatro, y yo tendré que marcharme —dijo el hombre de blanca cabellera.
—Eso es muy triste, es un lugar muy hermoso —dijo milla.
— Si, muy antiguo, cambiando de tema, quiero pedirles un favor, ¿Les importaría llevarme a la ciudad? — suspiro—Debo comprar un boleto de tren para el día de mañana, regresaré a donde vivían mis padres, la gente dice que estoy loco, que a pesar de que mis padres me heredaron una casa yo prefería vivir en un viejo teatro —soltó una carcajada.
—¿Eso a que se debe señor? —pregunté muy extrañado
—Toda mi vida trabajé aquí, hasta que dejo de funcionar el teatro, y decidí quedarme aquí a vivir y recordar mis años añejos, entonces, ¿Me llevan?
—Claro —dije mientras asentía con la cabeza, salimos de aquel sitio y lo llevamos a la ciudad donde el pianista bajo y se despidió.

Milla y yo volvimos al teatro. Nos sentamos en la última fila en los asientos más altos y con vista más panorámica del teatro. Era un sitio muy callado y polvado, el techo tenía un fresco, que imitaba una de las bóvedas de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel.
Milla miró con los ojos llenos de lágrimas, y una sonrisa que me quemaba las retinas de tan brillante.

—¿Sucede algo malo? —pregunté preocupado.
—Solo que me da nostalgia este lugar, a pesar de que nunca lo había pisado antes, recuerdo algunas de las cosas que ya no están a mi lado, algún peluche favorito de la infancia o algo más importante... —Calló por un momento, un frío recorrió mi espalda, atento a lo que mencionaría, pero a la vez temeroso de lo que pudiera ser.
—Mis padres y mi hermano —completo la frase.

Yo sabia que los padres de Milla habían muerto pero ella nunca me había mencionado a su hermano.
Un nudo nació en mi garganta, y un vacío se sintió en mi pecho, una lágrima rodó por mis mejillas, este fue el detonante para que ella comenzará a llorar en silencio.

—¿Por qué, porque tiene que ser así? —preguntó entre lagrimas.
—No lo sé, solo sé que a todos nos pasará.
—Tengo miedo Frank.
—Miedo, ¿A qué exactamente? —pregunté.
—A lo que pase después, a mí legado, el hecho de que pasara con mis seres queridos más que nada.
—Ellos estarán bien, cuando alguien comprende el valor de la vida aprende a vivir, Milla, estar vivo no es lo mismo que vivir.
—Si es así espero y encuentren el sentido pronto —contestó y seco sus lágrimas con la manga.

Milla me abrazó y poso su cabeza en mi cuello, así pasamos un buen rato, sentía cada un de sus lágrimas cayendo por su mejilla hasta tocar mis hombros y resbalar por mi pecho incorporándose con la tela de mi ropa.
Al salir de ahí, llegamos a casa, prepare una cena y antes de terminar de cocinar, me senté a la mesa con milla, la mire a los ojos y le pregunté

—¿Cómo te sientes?
—Pues me arden un poco los ojos, los tengo hinchado por las lágrimas.
—No, me refiero a físicamente, más bien en lo sentimental y emocional.
—Me siento bien conmigo misma, creo que he logrado mucho en el tiempo que llevo aquí, hace poco vendí la casa de mis padres, y algunas cosas que eran importantes las traje conmigo. Me siento contenta a tu lado, eres genial, eres tan aburrido y a veces tan romántico, me gustas mucho.

Solté una risa no muy ruidosa y tomé su mano

—Gracias, fue un gran cumplido.
—Hay más de donde vino ese —dijo con gran sonrisa.

Tomo mi camiseta por el cuello y me beso, mientras me llevaba a tientas por la casa hasta llegar al sofá donde se abalanzó encima de mí sin dejar de pasar sus manos por mi cuello, unos minutos después su blusa caería al suelo junto a mi camiseta.

—Cásate conmigo —me dijo ella mirándome a los ojos.
—Mañana mismo, si tú quieres —conteste sonriendo.
—Acepto —concluyo mientras comenzaba a morder mi cuello con cuidado.

Siempre EsperandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora