Capítulo 11: Lo que ves es lo que soy

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—Ella

—¿Ella? — Su nueva jefa lo miró con sus ojos grandes, su expresión era suave, una expresión que no muchas personas podían lograr.

Ella sintió que sus huesos se volvían líquidos, Jonathan tenía una mirada profunda, se sentía tan expuesta frente a él que ya se había acostumbrado a bajar el rostro en su presencia.

—Mi nombre es Ella.— Respondió la chica en tono calmado. Jonathan solo veía la curvatura de sus pómulos, era un rostro hermoso, digno de apreciar.

—Qué lindo nombre.— Murmuró Jonathan. Algo dentro de Jonathan cambiaba, era algo que no le causaba miedo, que apreciaba. Era estar en la presencia de Ella.

—Así se llamaba mi madre, y mi padre quiso llamarme así en su honor.— Ella contenía algo, algo que le producía un sonrojo a cada palabra que pronunciaba Jonathan.

A Jonathan su sonrojo se le hacía tan seductor, Ella hizo una mueca. Sus mejillas y boca eran optimistas, la tarde comenzaba a caer y el viento era frío, provocando que las mejillas y labios de Ella se volvieran más escarlatas, él deseaba presionar sus labios fríos contra los de ella, tan llenos de sangre, vida y calor, pero estaba consciente de que la asustaría, y eso le parecía descabellado y ruin.

—Tu padre debe ser muy inteligente.

—Fue.— Acotó la chica en tono triste. El recuerdo de su padre la despertaba en las noches, el saber que ella fue la culpable, no la dejaba dormir.

—¿Cómo es eso?— Jonathan quiso averiguar más acerca de la chica, él tenía una necesidad inexplicable de protegerla, de protegerla como si fuera...

—Murió hace dos meses. Sufría un padecimiento del corazón, se enfadó mucho conmigo y murió...— La chica contó un breve resumen de lo que fue su vida con su padre, pero no contó por qué murió. Porque era algo que ella no quería recordar.

—¿Cómo alguien como tú, pudo haber hecho eso?— Cuestionó Jonathan con la boca abierta.

—¿Alguien como yo?— Preguntó la chica un poco indignada.

—Sí, eres linda y delicada...

Ella que se había prometido no mirarlo, terminó por hacerlo. Jonathan estaba sonriendo, sintió esa oleada conocida dentro de su pecho, que tiró de ella desde la primera vez que lo vio.

—Solo soy una simple bibliotecaria.— Apuntó Ella mirándose su viejo pantalón vaquero, ese que tanto le gustaba a...

Jonathan tenía los labios curvados, no era una sonrisa, pero su rostro estaba feliz.

Ella se sorprendió sonriendo también. El buen humor de él era contagioso, aun cuando lo último que deseara hacer ella fuera tomar parte en una conversación sobre su difunto padre. Quería decirle que dejara de preguntar, pero Jonathan, como empezaba a descubrirlo era muy rápido.

—Eso es una mentira, apuesto mis zapatos a que no es cierto.— Jonathan se acercó a Ella y con las manos extendidas mostró lo bella que era.

—Entonces, debes darme tus zapatos.— Refutó Ella. Señalando sus zapatos con los dedos.

A Jonathan lo tomó por sorpresa sus palabras, sintió como algo surgió por su garganta, pero lo disfrazó con una ligera tos, no para aclararse la garganta ni porque se sintiera mal, sino porque se sentía condenadamente sorprendido. Ella era una joven muy divertida. No, «divertida» no era la palabra adecuada. Sorprendente. Sí, esa palabra parecía resumirla.

La chica lo continuó observando, al parecer, había dejado a Jonathan sin palabras.

—¿Me darás tus zapatos?—dijo, obligándose a volver la atención al tema que tenían entre manos.

—Si te los doy, no tendré nada.

Ella lo miró con una leve expresión de lástima, y eso lo fastidió, porque jamás se había imaginado que alguien pudiera tenerle lástima. Notó que su columna se tensaba. Pero no era culpa de Ella, recordó Jonathan, lo único que poseía ahora era solo mil dólares, que en Madrid era algo humillante, además de la ropa y zapatos que traía puestos, pero que no le servirían de nada sin alguna identificación mundana.

Odiaba sus extrañas leyes.

—¿Qué quieres decir?

Ella lo miró atentamente un rato más largo de lo que era necesario o, con toda sinceridad, socialmente aceptable para no ponerle una orden de restricción. Vio algo extraño en los ojos de Jonathan; algo fugaz y esquivo.

—No tengo nada, Ella, ni casa, ni bienes, nada...

Exhaló un largo suspiro y se pasó la mano por el pelo ya algo revuelto.

—¿Dónde vives? ¿A dónde te dirigirás después de salir de aquí?— Ella preocupada le preguntó.

Jonathan pensó su respuesta.

Él sabía que llevaba mucho rato esperando por decir algo que no lo dejara como un fracasado, tal vez a Ella se le iba a romper la cara por la sonrisa que mantenía con sumo cuidado en los labios, al fin y al cabo no se conocían, y ella había contratado a un completo vagabundo para su tienda, pero entonces, ella suspiró.

Fue un sonido hermoso, curiosamente consolador, suave, juicioso. Y lo hizo desear mirarla más detenidamente, para verle la mente, para oír los ritmos de su alma.

—Creo que a buscar a dónde vivir, acabó de llegar a Madrid, y pues no tengo nada.

Ella lo miraba con sus ojos grandes, oscuros como para derretir, y entonces la escuchó, casi un susurro, pero fugaz y entendible:

—Puedes quedarte aquí.

Jonathan le dedicó una mirada confundida. A Ella le parecía tan frustrante que él no entendiera lo que había dicho.

—Ya lo he hecho, trabajo aquí. — Dijo con cortesía.

Ella abrió la boca, con la esperanza de que le saliera algún murmullo que pudiera interpretarse como palabra ininteligible, pero no le salió nada por los labios, aparte del aire al espirar. Quería golpearlo en la cara y pedirle que fuera más inteligente.

—No, me refiero aquí. — Señaló con los dedos hacia abajo. — En la librería, en el otro lado de la librería hay un pequeño cuarto. —Indicó. — Mi padre vivió casi toda su vida ahí, hay lo suficiente para vivir. Es tuyo si lo quieres.

Él sabía que sabía hablar; estaba bastante seguro de que solo hacía unos minutos era capaz de hablar perfectamente bien, pero en ese momento no era capaz de formar una palabra.

Ella se lo ofreció de todo corazón, cuantas veces, mientras se preguntaba por qué le había tocado esa vida, se refugió ahí, en ese lugar que le traía tantos recuerdos.

—No podría, no creo que...

Ella avanzó un paso hacia él.

La chica no estaba tan próxima a él, solo había sido un paso, pero eso bastó para quedar tan cerca de ella que, quiso acariciarle el mentón y levantarle la cara, pero solo pudo mirar fijamente sus labios.

—Mira, me harías un favor. — Explicó Ella. —Yo todas las noches me voy y me imagino lo peor al dejar la librería, pero, si tú te quedas me iré a casa a dormir tranquila.

—¿Hablas en serio? — Le cuestionó Jonathan con una sonrisa.

Esa persona molesta y ruda que todo el tiempo le gritaba cosas malas estaba callado, pero otra voz surgió en su mente, y fue la primera vez que se sintió a gusto escuchando a su inconsciencia. Él sabía que podía ser feliz, y esta vez lo sería. 

Si no puedo reinar en el cielo. -Final Alternativo de COHF (Reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora