PRÓLOGO

15.9K 1K 249
                                    

Wandering Child

Siempre recuerdo mi infancia, mi tan feliz infancia. La contención, el calor, las risas. El amor.
Mi madre había dejado todo por amor. Se casó joven con un muchacho de orígenes humildes, pero futuro próspero. Antaño era una apasionada de los estudios, pero al quedar embarazada de forma inesperada abandonó su carrera para criarme. Siempre estaré agradecido con ella. Así fue que nací en medio de una familia coreana tradicional, amorosa pero estricta. Jeon Jungkook. Kook. Kookie, para él.

Nunca me faltó nada, no tengo un pasado trágico, ni un trauma que me imposibilite la felicidad.

Desde siempre me jacté de ser un chico diferente, no físicamente, pues siempre pensé que nada de mi contextura resaltaba en alguna forma, sino intelectualmente.

Me gusta la soledad, el silencio, el estar conmigo mismo en mis propios pensamientos o acompañado de mis libros, de miles de historias y personajes que estaban marcados por una historia interesante que hacía que se acelerara mi corazón. Las novelas románticas son mis favoritas. Hacen que mi corazón se ponga frenético, que mis mejillas se sonrosen, que broten lágrimas de mis ojos, que ría y que se instale en mí, al finalizarlas, un sentimiento de nostalgia y melancolía que sólo podría ser reemplazado por otra historia.

Siempre, siempre que terminaba de leerlas me preguntaba cuándo llegaría el momento en el que alguien acelerara mi corazón y desestabilice mi ordenada, simple y monótona vida. Ahora me doy cuenta, de que probablemente buscaba en esas hojas todo lo que a mi vida le faltaba.

A mis diecisiete años nunca tuve un novio.

Nunca he besado a nadie, incluso.

Nunca me crucé con una persona que me haga decir: es él. Es con quien mi vida cambiará. Es el que hará que me entregue felizmente a la montaña rusa de lo que significa el amor.

Y sí, el. Me dí cuenta de que era gay cuando tenía diez años. Había un chico, un compañero de curso que se sentaba en el banco justo detrás de mí. No fueron sus ojos, su sonrisa o su cuerpo. Fueron sus manos. Largas, grandes y con unos dedos de pianista: dedos largos y finos con uñas cortas y redondeadas. Cada vez que me entregaba alguna nota secreta, asignatura o material veía cómo sus dedos sostenían dicho objeto suavemente, con sus delicados dedos que tan bellos me parecían.

Creí que podría ser una fase, pero con el pasar de los años me dí cuenta de que no. Me atraían los chicos, pero nadie tenía que saber. No fue tanto por el miedo al rechazo de mis padres, sino al de la sociedad en general. Corea podía ser moderno, tecnológico y civilizado, pero también homofóbico y machista. Someterse al escrutinio y la opinión de esa parte de la sociedad no valía la pena.

Eso creía hasta que él llegó. Con su oscuridad y misterio, con su inteligencia y tenacidad. Su elegancia y orgullo. Su ternura y humor. Su belleza y carisma. Él era una montaña rusa por sí mismo.

La primera vez que lo ví, estaba atravesando el hall de mi secundaria. Su andar destilaba seguridad. Como si fuera el rey del más grande Imperio y el resto sus súbditos. Estaba vestido completamente de negro, contrastando con su piel no tan pálida, pero que parecía brillar. Su cabello negro azabache, cortado prolijamente, con un flequillo corrido hacia atrás que dejaba ver su lisa frente y mostraba su mirada, que nunca vacilaba ni se desviaba del infinito. Sus ojos eran dos orbes oscuros con espesas pestañas recubriéndolos. Su mentón, su nariz, sus pómulos, sus cejas, sus carnosos labios. Todo él era magnífico.

No estaría exagerando si dijera que todas las chicas que lo veían se quedaban hechizadas ante tal espécimen masculino. Y claramente, yo pertenecía a ellas a pesar de ser hombre.

Así, entre miradas y risas de las féminas se perdió entre los pasillos del colegio.

En mi último año de secundaria me había mentalizado en que nada importante pasaría. Que me graduaría con honores y enorgullecería a mis padres, como todos los años. Que el año pasaría rápido y podría despedirme de la hipocresía de mis compañeros para dar lugar a lo que sería la adultez, la construcción verdadera de mi vida. Que cuando la secundaria terminara, me inscribiría en la universidad y allí conocería un chico al que no sólo le interesaran las salidas a las discotecas y cómo estaba su peinado y me enamoraría. Seríamos novios, lo presentaría a mis padres y viajaríamos a Europa para luego casarnos y pasar nuestra vida juntos hasta que el muriese primero y yo unos cuántos años después, sin nunca retornar a nuestro país de origen. Pudiendo vivir como nosotros quisieramos, sin tener que escondernos.

Sí, las novelas románticas me habían afectado. Bastante.

Pero no veía tan mal lo que quería ¿no? El amor está infravalorado en nuestra sociedad y no se da con tanta frecuencia, y hablo de aquél amor sincero, que evoluciona hasta transformarse en amor en el cual tu pareja no es solo tu pareja, sino un compañero con quien compartes felicidad, tristeza, creencias y anhelos.

Sólo quería encontrar a mi compañero. Alguien por quien tomar todos los riesgos.

La segunda vez que lo vi, fue en el salón de clases.

Park Jimin.

Era mi profesor de Literatura.

Mi amigo, mi guía. Mi amor imposible.

.
.
.
_

______________________________________

Esta historia comencé a escribirla en 2014, cuando todavía no había terminado la secundaria.
Está basada levemente en Demian, de Hermann Hesse, libro que cambió mi vida para siempre y que, gracias a él conocí a Bangtan.
Me considero una gran lectora, pero no estoy segura de ser una buena escritora. Tomo esto como un desafío personal, que espero compartir con quienes lleguen a leer esta historia, hecha desde la humildad absoluta.
Me encantaría que dejaran comentarios sobre este -intento- de novela.
BeaVestra.

Wandering Child - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora