HAMARTÍA

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Wandering Child 7

HAMARTÍA

En algún momento creí que Roosevelt era mi santuario. Pero a veces, los santuarios se profanan. Una presencia ingresa sin ser invitada y los corrompen, los violan, los dañan.

Así me sentía cada vez que veía a Namjoon en mi santuario.

Sus visitas eran más y más regulares, y llegado a un punto, lo veía allí todos los días. Siempre junto a Jimin. Por más que intentaba apaciguarme, Namjoon se había ganado mi desagrado. Todo sobre él me molestaba. Su inteligencia, su sonrisa con hoyuelos, su carisma, su altura, su elegancia, su estilo, y sobre todo, su capacidad para encantar a Jimin.

Jimin, quien tenía mi corazón, se encontraba obnubilado y deleitado por la presencia de su ex pareja. Y eso, no solo no parecía que iría a cambiar, sino que se acentuaba. Cada vez que los veía ensimismados sentía un revoltijo en mi estómago que no se iba hasta que salía del lugar, así y todo, Jimin estaba en mi cabeza las veinticuatro horas. No podía decir que me ignoraba, o que me destrataba, pero podía ver que había pasado a ocupar un lugar secundario en su día a día. No podía culparlo.

Encontré en Yoongi un amigo que intentaba naturalizar y desdramatizar lo que estaba viviendo. Me repetía que no era mi culpa enamorarme, que era normal sentir celos y frustración en situaciones así. Pero yo comencé a odiarme. Sentir todo eso me enfermaba, porque por más que trataba no podía frenarlo. Lloraba amargamente antes de dormir, culpándome por enamorarme de Jimin, por ser un niño inmaduro, sin experiencia. Por enamorarme de mi profesor.

Así que hice lo que por tantos años había hecho y comencé a refugiarme nuevamente en mi mundo luminoso. Me enfoqué en los estudios. Si ya era un estudiante sobresaliente, me convertí en uno modelo. Mis padres no podían estar más felices con mis calificaciones, y los profesores comentaban orgullosos mis notas entre sí. Si Jimin notó algo raro en mí, nunca lo mencionó. Estaba transformándome en un maestro de la mentira. Fingía que todo estaba bien sin que se moviera un músculo de mi cara, pero en el interior, parecía que una enfermedad se expandía, pudriendo todo, volviéndolo negro. Sentía una profunda vergüenza de mí mismo, ya que estaba experimentando, sencillamente, un amor unilateral, no correspondido. Pero maldita sea, cómo dolía.

No me costó entender que el desagrado era recíproco. Namjoon no se molestaba en hacerme saber que era un estorbo cada vez que me veía en Roosevelt. No entendía por qué lo hacía, si claramente tenía a Jimin comiendo de la palma de su mano. Había adoptado ciertas tácticas de las que era consciente, como nunca dejarme sentar al lado de Jimin, o enviarme a comprar bebidas, a buscar las cosas más insignificantes... y yo lo hacía. Y Jimin no lo impedía.

Una tarde, los hados estuvieron de mi lado y llegué a Roosevelt cuando Jimin se encontraba allí, solo. Al parecer, Namjoon tenía compromisos laborales que no podía postergar.

Me tomé el tiempo de observar a Jimin nuevamente, como si no supiera de memoria cada una de sus facciones.

¿Qué era lo que me gustaba tanto de él? ¿Por qué en tan poco tiempo, me había apegado de una manera tan profunda, y en parte tóxica?

Jimin era la luz y yo la polilla que quería posarme en él. Un insecto intentando sobrevivir a la noche.

Me senté a su lado. Jimin dejó lo que estaba haciendo y volteó su cuerpo hacia el mío.

— ¿Vas a contarme qué es lo que te sucede, Jungkook? — Me dijo con voz calma. Mi corazón latía fuertemente, y mis palmas sudaban. Si no fuera un cobarde, podría haberle contado que estaba enamorado de él. Pero no lo hice. Elegí mentir.

Wandering Child - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora