Capítulo 30

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Han se ocultó de los hombres que aún quedaba en las zonas aledañas, pero también de lo que sucedía con Anaquil

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Han se ocultó de los hombres que aún quedaba en las zonas aledañas, pero también de lo que sucedía con Anaquil. Él, seguido por Ora, caminó sigiloso hasta estar cerca del lateral de un darack donde nadie pudiera verlos. Dio los últimos pasos hasta la compuerta y entraron.

Gonk se giró sobre sus talones con la mirada enfocada a su espalda. Nada de lo que veía parecía diferente, pero sabía que algo estaba ahí, había escuchado los pasos, aunque bastante bajos, de alguien. No vio el movimiento de ningún hombre hacia la nave. Al contrario, la mayoría miraba al navío sin más que esperar por el momento en que ascendiera con Erna al frente.

—¿Qué sucede? —preguntó Emira

La pregunta lo sacó de sus dudas. Los disparos resonaban en Anaquil.

—Quédate aquí —ordenó él.

Han se agachó entre cajas que se encontraban en la zona de carga, cuando vio a Gonk pasar se ocultó apenas captó su sombra, miró detrás de sí buscando la silueta de Ora, pero ya había tomado ventaja

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Han se agachó entre cajas que se encontraban en la zona de carga, cuando vio a Gonk pasar se ocultó apenas captó su sombra, miró detrás de sí buscando la silueta de Ora, pero ya había tomado ventaja. Tenían la suerte de haberse deshecho de las cadenas que lo ataban. Yetre recorrió todo el pasillo hasta verse en la sala principal con Emira frente a ella. Emira se encontraba más preocupada de lo que sucedía en la nave que su alrededor y tan solo por eso había perdido contra ella.

Yetre, con la cadena en su muñeca, la rodeó e intentó ahorcarla. Ejercía toda la fuerza posible. Emira luchaba incapaz de zafarse, sus manos sostenían las cadenas, con la cabeza hacia atrás y la mirada puesta en su enemigo. Contempló a la castaña que horas antes había escapado. Sintió parte de su fuerza perderse en esos interminables segundos en los que, como un vestigio de razón, recordó el arma en su funda. La sacó y apuntó, disparó.

El arma no tenía balas.

Ora esbozó una sonrisa triunfal que la hizo enfadar. Se impulsó contra el panel para empujar a Yetre hasta dar con el barandal que dividía la zona. Ella se encogió de dolor y soltó su agarre apenas, Emira aprovechó el momento para levantarse y zafarse. Con un segundo intento y el cuchillo en su mano lanzó un golpe que Yetre apenas pudo esquivar. Había rozado su hombro, en un nuevo intento quiso cortar su rostro llevándose a penas unos cuantos mechones. Ora se abalanzó sobre ella e intercambió tantos golpes como podía. Estaba cansada, bastante exhausta, pero no lo suficiente como para permitirse una nueva derrota.

Elaysa: La ciudad de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora