Capítulo 35

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Zel caminaba por el pasillo luciendo el traje negro de la guardia real

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Zel caminaba por el pasillo luciendo el traje negro de la guardia real. Odiaba el traje, sin embargo era eso o salir expulsado de la nave pues ningún civil podía estar en ella. Era así como ambos habían aceptado vestir la insignia particular del Reino y el traje negro acoplados a sus cuerpos con el cinturón característicos, pero sin armas. Granier era un hombre inteligente que contempló las habilidades del par. No sabía qué podían hacer si se encontraban en una situación desventajosa por lo que preveía la seguridad de él y la del resto de los hombres.

Miró a su compañera distraerse con un par de trozos de metal y una gargantilla con un dije en forma de reloj. Resopló al verla en la zona de talleres donde su compañera era poco diestra, ese era el lugar que había recibido y que su compañero de trabajo le había asignado. Un hombre de pocas palabras con una intensa mirada que podía atravesar cualquier cosa. La chica observó a su izquierda, lanzando la llave a la mesa de trabajo. Frente a ella seguía ese dije al que en más de una ocasión intentó abrir.

—Es imposible —comentó desilusionada.

Quizá Ilu jugaba con ella o eso quería creer. La realidad es que creía en ella lo suficiente como para no dejar de insistir.

—¿Has intentado por otros métodos?

La chica negó.

—Presioné, use herramientas, nada sirve —exclamó cansada.

Zel se movió de su lugar y se sentó frente a ella, contempló el objeto dándose cuenta de un pequeño detalle. Habían usado fuego para sellarlo. Tomó un par de instrumento y golpeó en reiteradas ocasiones, poco a poco el filo de la herramienta se adentraba. Yuri se levantó al ver su interior, un pequeño dispositivo, tan mínimo que podía perderse entre sus dedos.

—¿Qué es esto? —Zel torció el gesto.

—Dame tu mano —pidió.

Gold lo miró dudosa, pero aceptó extenderla a él. Zel tomó el dispositivo y lo dejó sobre la palma de su mano. En cuestión de segundos el dispositivo se adentró abriéndose paso entre la piel y la carne. Algo en el interior de Yuri lo había aceptado y ella cayó sobre el asiento convulsionando. Exasperado, Zel la tomó de sus hombros llamándola varias veces hasta que se quedó inerte con los ojos abiertos y puestos en el cielo.

En breves segundos, Gold retornó relajándose en el asiento. Zel se acuclilló ante ella mirándola como quien no pierde de vista cada nuevo gesto. Sintió sobre su cabellera la mano de su compañera y luego sus ojos, supo que estaba bien aunque no sabía cuánto.

—Yuri, ¿Qué es?

Ella cerró los ojos con fuerzas y volvió a abrirlos.

—Es mi cabeza dando vueltas —resolvió—. Es demasiado. Tengo tanta información en mi mente, tantas cosas y tantos recuerdos ¡Oh, Zel! Son demasiados y todos son tan dolorosos —esbozó con los ojos cristalinos—. No los quiero —frustrada se levantó, todo seguía dando vueltas y casi se cae, Zel la sostuvo.

Elaysa: La ciudad de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora