Capítulo 12

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Llegar al valle de Ugen había sido una de las cosas más fáciles que había tenido que hacer Emira, pero también debía decir que contó con la pequeña nómada

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Llegar al valle de Ugen había sido una de las cosas más fáciles que había tenido que hacer Emira, pero también debía decir que contó con la pequeña nómada. Se había convertido en una especie de parásito que no parecía querer alejarse demasiado. Una vez en el puerto, Emira había decidido tomar algún vehículo pequeño que pudiese llevarla hasta el valle donde pasaría la noche y finalmente tomar camino hasta Tongen.

El resultado había sido un hombre herido y otro arrestado, además de ella corriendo un placet, un vehículo pequeño con capacidad para dos personas, con motor de propulsión incorporado, un bonito estilo similar a una mantis y una cúpula de vidrio que protegía al conductor del frío de las montañas. Además de ello, Tami se convirtió en su guía de alguna manera. La chica señalaba la ruta que Emira debía tomar mostrándolo en el cristal de la pantalla.

—No tardaremos más de dos horas en llegar al Valle —espetó la chica. Emira asintió.

Alcanzada las horas, ambas se encontraron en el valle de Ugen, la puerta de salida hacia Tongen.

—¡Nos salvamos por los pelos! —gritó la muchacha eufórica.

Emira solo tocó tierra y observó el lugar. Revisó el cronómetro en su brazo el cual se extendió y mostró un holograma con el tiempo que hacía además de la zona.

—Tenemos que deshacernos de eso, no quiero que la guardia venga a buscarme por una chatarra —comentó.

—Vaya el genio que te cargas —Silbó Tami desde su lateral—, pero no te preocupes. Mi buen amigo Ferna es una máquina con estas cosas. Si lo deseas me puedo hacer cargo de ello.

—¿Cuál es tu precio? —preguntó la sibilante, cruzada de brazos y con el ceño fruncido pues finalmente había caído en sus redes aunque por justas razones.

—Considerando que perdí a mis clientes y que el cobro por salir en libertad es mayor a lo que me iban a pagar, además del valor agregado por ser guía... —murmuró meditándolo. Los parpados de Emira se abrían con cada nueva añadidura al costo—. 3500 lerines.

—¿3500? —inquirió con una mueca.

Tami asintió en reiteradas ocasiones.

—Te doy 2000 trepes. Con eso es suficiente —zanjó. Le dio una bolsita con lo acordado y echó a andar.

—¿Trepes? ¿De qué planeta son? Sabes que deberé cambiarlos en el puerto más cercano ¿verdad?

—Los nómadas son buenos para los trueques, Tami. Estoy segura que tienes tus métodos —exclamó en la distancia.

Cuando ella había querido replicar, Emira ya se encontraba bastante lejos como para escuchar tan siquiera sus reproches. La nómada observó la bolsita. Era pesada, todas monedas triangulares de color naranja. Bien sabía que las monedas triangulares tenían un alto costo así que no podía ser más que lo justo. Miró el placet a su lado, lo palmeó y fue directo a la edificación que tenía en frente. Se deshacería del vehículo rápidamente para volver con la sibilante.

Elaysa: La ciudad de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora