Capítulo 37

70 13 0
                                    

Ora observaba el techo del recinto ausente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ora observaba el techo del recinto ausente. Tenía varias horas despierta, descompuesta por el dolor que trataba de sobrellevar, agradecida por ver a aquel sujeto a su lado de brazos cruzados y su rostro apacible con los ojos cerrados, señal de que había tenido arduos días en los que no pudo conciliar el sueño a diferencia de ella. Parte de sus días se habían ido en descansar todo lo que fuera posible al punto de sentirse perfectamente bien como para correr largas distancias. Miró por última vez a su compañero, Han se removía en el asiento abriendo los parpados a ella. 

—Hola. 

Lion se acercó, sacó varios mechones de su rostro.

—Hola —respondió luego de breves segundos.

—Debo preguntar dónde estamos o pensar en lo más lógico —murmuró. 

Sacó de Lion una sonrisa sincera, Ora sabía demasiado, mucho más de lo que él incluso pensaba.

—Debes tener una idea muy clara para inferirlo —susurró cruzándose de brazos.

—Alguna Central. Es lo más lógico, no podríamos llegar muy lejos en un darack —comentó con naturalidad. Frunció el ceño cuando el recuerdo de lo acontecido golpeó contra ella—. ¿Estamos solos? 

Han resopló. Negó cabizbajo.

—No. —miró en sus ojos la siguiente pregunta y se adelantó—. La hija de Teber y uno de sus hombres, si es que a eso se le puede llamar hombre, están aquí —comunicó.

—Debemos deshacernos de ellos. Nuestro objetivo es Anaquil —fijó los ojos en el cielo empuñando sus manos—. El resto nos debe interesar poco. 

Han resopló. Desde ese momento deberían volver a Espirale, aunque la sola idea de saber que Marian se encontraba ahí afuera, a la deriva, descompuesta por las verdades que no esperaba escuchar también lo ponía incómodo. Sobre todo porque, si otra fuera la situación, ella no habría corrido lejos de las residencias. En cambio, era muy probable que llorase en su regazo como alguna vez la vio hacerlo y se juró que no volvería a suceder.

La sibilante volvió la mirada al hombre que con mucho pensar ocultaba su mirada en el suelo, su postura decaída y su ceño fruncido le mostraban algo que iba más allá de la simple idea de regresar. Algo pasaba por la mente de Joga y de la que no sabía nada. Se acomodó en la cama e inspiró hondo para dejar exhalar el aire de sus pulmones aunque le doliera. Han miró a la mujer por breves segundos en los que, cortando con aquel instante, su intercomunicador resonó. En su pantalla la imagen del niño que seguía a Marian brillaba. Lion salió de la habitación seguido por los ojos de Yetre, tomó las sábanas de la cama inquieta.

Lion dejó atrás la unidad médica para encontrarse en ese pequeño dispositivo la imagen de Trova, el chico parecía fuera de sí, con los ojos desorbitados mirando a su alrededor, completamente perdido en Central.

Elaysa: La ciudad de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora