VIII. Apariencias

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Justo esa semana tenía libre el sábado y el domingo, por lo que tenía todo el fin de semana para ella, exceptuando el almuerzo con el padre de Alba.

Conocer a su madre le había encantado. Esa mujer tan alocada y divertida le había caído bien al instante, demostrándole que no toda la gente que nadaba en dinero eran igual de avariciosos y engreídos. La Rafi se portó genial con ella y ver como avergonzaba a su hija sólo había conseguido incrementar lo demasiado que ya le agradaba.

Esperaba que con el padre fuera igual.

La valenciana le había advertido que Miguel Ángel, su padre, era más serio que su progenitora, pero que aún así era un hombre con un corazón tan grande que ni siquiera llegaba a caberle en el pecho, a pesar de lo duro que pudiera llegar a ser con el tema del compromiso y sus hijas.

Ella no quería juzgar antes de tiempo, así que decidió callar y ni siquiera pensar nada al respecto hasta no tener delante al hombre.

-¿A qué hora te vas?— se asomó su hermano a su cuarto interrumpiendo sus pensamientos. A pesar de encontrarse leyendo Orgullo y Prejuicio por quinta vez, su mente se había perdido y divagado sin ella haberlo querido hasta enredarse en lo que le esperaba dentro de un par de horas.

-A las dos salgo de aquí— contestó tras bajar el libro para poder observar al muchacho directamente—, os he dejado la comida preparada de todas formas, sólo tienes que calentarla— comunicó incorporándose en la cama para verlo mejor.

Santi se acercó hasta sentarse a los pies de su cama, en donde ella se encontraba sentada.

-¿No vas a decirme adónde vas?— le preguntó por décima vez desde que se había despertado acompañando sus palabras de un puchero adorable que le robó una sonrisa a la pelinegra.

-Ya te lo he dicho, voy a casa de una amiga a almorzar— empujó el rostro de su hermano suavemente para que borrara esa mueca de gato con botas—. ¿Por qué insistes tanto en preguntarme lo mismo?

-¡Porque siento que hay algo que no me estás contando!— se levantó de la cama y se colocó de pie a su lado de la cama, cruzando los brazos en el acto por lo que los músculos de sus antebrazos se tonificaron bajo su piel— ¿Me estás ocultando cosas, Natalia?

Además alzó una ceja en una pose inquisitiva que ni siquiera llegaba a terminar de perfeccionar por la sonrisa delatadora que abarcó sus gruesos labios, completamente opuestos a los de su hermana mayor que eran mucho más finos.

-Eres gilipollas— rodó los ojos volviendo a tomar el libro por donde lo había dejado para proceder a ignorarle.

¿En serio le iba a ignorar? Se iba a enterar. Con una sonrisa tan diabólica como traviesa se abalanzó sobre su hermana mayor y empezó a hacerle cosquillas desatando las escandalosas risas y los gritos de la morena, quien se retorcía bajo los dedos rápidos de su hermano, que continuaba torturando sus costillas como si no hubiera un mañana.

-¡Santi, para, para!— repetía sin cesar.

-¡Esto te pasa por ignorarme!— se defendió el muchacho entre risas hasta que recibió una patada involuntaria por parte del duro pie de la chica debido al asalto de las cosquillas— ¡Joder!— gritó al salir disparado cayendo de culo.

Natalia se asomó al borde de la cama para fijar sus ojos en su hermano menor que, aún sentado, se sobaba la zona adolorido.

-Y eso te pasa por pesado.

***

Debido al tráfico y a la casi imposibilidad que le había llevado a encontrar un aparcamiento decente para su moto, llegó cinco minutos más tarde de la hora acordada a casa del padre de su falsa novia.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora