XXXIII. Un ángel

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La tranquila respiración que le acariciaba la oreja conseguía relajarla tanto como mantenerla despierta a partes iguales. Ya hacía un rato que se había recuperado, pero no cesaba de revolver en su cabeza un asunto que le preocupaba en exceso y que no sabía demasiado bien cómo afrontar.

Porque le parecía injusto que la única que saliese siempre ganando fuera ella, pero tampoco sabía qué podía hacer al respecto.

Como si le hubiera leído la mente, Natalia se acercó a su perfil y le dijo:

-¿Qué te pasa?

Suspiró buscando las palabras exactas para expresarle sus pensamientos, lo que le sirvió únicamente para terminar por boquear como un pez y no decir absolutamente nada con coherencia.

Genial, Alba.

-Es que... Me siento muy egoísta, Nat— consiguió manifestar finalmente, rasgándola de seducción sin saberlo con su mirada melosa—. Quiero decir, siempre que hacemos algo de... de esto— movió la mano entre el poco espacio que las separaba en aquella cama para referirse a sus encuentros "sexuales"— soy yo la única que sale bien para y... No sé, dios, me estoy rallando tanto...

Su pequeña verborrea frustrada consiguió robarle una sonrisa dulce a la que yacía acostada justo a su lado, a quien le quemó las yemas de los dedos por la urgencia de alargar una mano y escurrir un río de caricias por su libre vientre.

-Alba...— empezó, pero su voz sonó tan seca que tuvo que carraspear para solucionarlo— No tienes que preocuparte por eso— le hizo ver—. Se trata de ti, de que superes tu fobia, de que puedas llegar a tener una vida sexual completamente normal, como cualquier otra persona.

Natalia no habló durante unos segundos, buscando como continuar.

-Yo estoy bien, cariño— acercó su mano temblorosa a su frente y le retiró el corto flequillo de la cara—, no soy yo quien es incapaz de acostarse con alguien— volvió a guardar silencio—. Además, por mí no te preocupes, que tengo a estos fieles compañeros— rió dulcemente mientras levantaba su mano tatuada y la agitaba delante de su cara.

Aún así, su respuesta no la tranquilizó, no podía parar de pensar en lo egoísta que estaba siendo, pues, a día de hoy, la pelinegra le había proporcionado ya varios orgasmos, mientras que ella se había tenido que mantener con las bragas hirviendo en todo momento.

No lo veía justo. Ni justo ni igualitario.

Ni siquiera por mucho que se empeñara en hacerle ver que ella "estaba bien". Que estaba bien lo sabía, joder, pero no restaba su culpabilidad la respecto. Sin embargo, no podía hacer nada y era la sensación más frustrante e impotente del mundo.

-Eh, Alba— la llamó reposando una de sus manos tersas encima de la curva de su cintura, erizando sin pretenderlo el vello a su paso—, deja de darle vueltas, ¿vale? Deja la cabecita quieta, bonita— le habló con tanto amor que su preocupación le escoció más, pero unos labios suaves contra su frente fueron la tirita perfecta— Primero vas a curarte, ya luego le darás vueltas a todo lo demás, ¿vale?

Tenía una sonrisa que bien podría curar la peor de las enfermedades, joder. ¿Qué había hecho ella para que semejante ser de luz irrumpiera en su vida? ¿Merecía siquiera su cariño?

-Vale— murmuró suavemente ya contra la calidez de su pecho cuando la morena envolvió la longitud de sus brazos dibujados alrededor de su pequeña figura—. Nat, me siento cada vez mejor... A lo mejor ya estoy preparada para...

-No— la interrumpió tajantemente.

-Pero...

-No— continuó con insistencia—, acabo de frenarte un ataque de ansiedad, Alba— le hizo ver estrechándola más hacia su cuerpo—, es obvio que todavía falta mucho para eso.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora