XXIX. Vueltas y vueltas

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Un intenso hormigueo le recorría la espina dorsal al completo bajo las lentas caricias de unos dedos flemáticos que se paseaban a su antojo a lo largo de su nívea espalda. Permaneció con los ojos cerrados, disfrutando de aquella quemazón placentera consecuencia de las yemas sutiles y delicadas que acariciaban su piel.

Suspiró de placer, todavía con la mejilla pegada a su pecho y los brazos a cada uno de los lados del esbelto cuerpo que respiraba serenamente bajo el peso del suyo.

Ahora, invadida por el silencio sepulcral que hacía mella en aquella habitación en la que hacía un rato habían ardido las llamas más ignífugas y estuosas que se hubieran podido establecer entre dos amantes, su consciencia le atacó de frente, recordándole y obligándola a darse cuenta de lo que había ocurrido.

Pero no se alarmó.

Tampoco se alegró.

Simplemente se dedicó a permanecer impasible, repasando uno a uno cada movimiento que había hecho encima del candente colchón en el que se encontraban tumbadas.

Notaba el corazón de Natalia latir bajo el suyo propio, casi al mismo compás, intenso, firme, igual que la sensación de sus dedos viajando a su libre albedrío por la estrechez y longitud de su alba espalda.

-¿En qué piensas?— volvió a preguntarle aquella tarde, arrastrándola a una marea de recuerdos tan calinosos como fogosos e intrépidos.

Se mordió una sonrisa que luchaba por retener en su rostro de porcelana.

Alba se incorporó encima de la figura de la morena, rindiéndose a la escapatoria de la alzada de sus comisuras, desentrelazando así sus piernas y clavando una mirada mansa en aquellos ojos oscuros, encontrándolos totalmente pasivos en comparación al instinto animal que los había impregnado anteriormente.

-En todo el bien que me haces— confesó con los ojos acuosos de la emoción—. Sé que suena repetitivo, pero nunca voy a poder devolverte todo lo que haces por mí— hizo una pausa en la que volvió a agacharse para acurrucarse contra el pelo de la pelinegra—. Eres increíble, Nat.

Le dejó un beso enorme en la mejilla que le arrancó un suspiro a la más alta de las dos antes de que los dedos que continuaban acariciándola se cerraran en torno a su cintura en un abrazo que le dio una respuesta no verbal.

-¿Estás bien?— se preocupó Natalia cuando volvió a inundarlas el silencio— ¿No te ha...?

A pesar de que había dejado su pregunta en el aire, la valenciana captó inmediatamente lo que le estaba preguntando, saliendo de su escondite para que notara por sí misma en sus ojos cómo se sentía.

-Estoy bien, Natalia —le hizo ver—. Acabas de darme, indirectamente, el mejor orgasmo de mi vida.

La morena hizo una mueca que no la dejó muy satisfecha. Luchando contra la tortura que suponía encontrarse prácticamente pegadas en completa desnudez y con los pezones como piedras, volvió a incorporarse en la cama para tomarla suavemente por las mejillas obligándola a que la mirase.

-Natalia, estoy bien— le acarició las mejillas con las yemas de los pulgares—. Todo está bien, deja de preocuparte, ¿vale?

Para más convencimiento, terminó por pegar sus espesos labios a los de la que estaba debajo en un beso tan fugaz como profundo.

-Lo siento, Albi— se disculpó la navarra, afianzando el agarre en sus caderas—. Se supone que debería hacerte sentir mejor y sólo estoy rayándome tanto que tienes que ponerte a animarme tú a mí.

Ella se río, deseando restarle tensión al momento, consiguiendo así contagiarle la diversión a Natalia, pues su pecho tembló debajo del suyo, notando la vibración de sus carcajadas debajo de sus palmas que seguían mimando su cuello.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora