Prólogo.

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¡Zas! El látigo impactó, frío y despiadado, sobre su espalda desnuda y el dolor se propagó sobre las heridas y la sangre, y la llevó a ahogar un grito

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¡Zas! El látigo impactó, frío y despiadado, sobre su espalda desnuda y el dolor se propagó sobre las heridas y la sangre, y la llevó a ahogar un grito. Mordió sus labios y el sabor del oxido empapó su lengua. Ella prefirió eso a gritar, porque de hacerlo, de dejar escapar siquiera un lamento o una súplica, sería golpeada aún más porque el dolor no estaba permitido. Retuvo el aire y cerró sus ojos al presentir un nuevo golpe. ¿Cuántos iban ya? Sus manos y sus piernas temblaban mientras que sus uñas se clavaban en la pared. El frío acariciaba su cuerpo sucio y las voces de los espectadores solo le recordaban cómo debía actuar.

—Suficiente. —La orden provino de uno de los siete demonios gobernantes que se hallaban presentes—. El castigo ha sido suficiente por ahora.

Adolorida sintió sus piernas flaquear y sus rodillas se estrellaron contra el suelo. A pesar del dolor, no volteó, sabía que no lo tenía permitido, así que simplemente se mantuvo inmóvil sin dejar de sentir, ni por un instante, la mirada de todos sobre sí misma.

¿Puedo irme, padre? Su voz viajó a través de su mente por un hilo que ella misma había entablado con aquel a quien había sido entregada. Azazel. Su padre..., ella sabía que no lo era, pero así había querido él ser llamado.

No todavía, contestó él de igual manera. Oír su voz era sentir vibrar un poder que ella misma no poseía. Quiero que sigas luciendo así un tiempo más.

—Han pasado diez años —dijo una voz en la sala—, y ella continúa siendo tan débil como la primera vez que nos reunimos, Azazel. Con un recipiente tan frágil, él nunca despertará.

Él no tenía nombre para ella, sin embargo, ella le había visto y le había oído y le temía más que a ninguna otra cosa. Él era muerte y destrucción, y su despertar era lo más anhelado por todas las criaturas del Infierno.

—La profecía se cumplirá en siete años, Asmodeo —respondió Azazel, y aunque su tonalidad había sido gélida como el hielo, al otro demonio simplemente le había hecho chasquear su bífida lengua con desconformidad—. Y Valesia es un recipiente maravilloso.

—¿Maravilloso? —La crueldad se reflejó en la voz de Alouqua y Valesia sintió un escalofrío recorrerla al notar la oscuridad ajena acariciarla—. Es hueso. —Valesia gimió sorprendida cuando su brazo fue doblado hacia una posición antinatural, sin embargo, no gritó, pues para oírla gritar hacía falta mucho más que eso—. Es mortal y tan frágil como una mariposa. ¿Piensas que siete años serán suficientes para hacerla digna? Has tenido diez y nada has hecho. —Alouqua la liberó de su agarre repentino—. El fracaso, según yo lo veo, es todo tuyo, Azazel.

Una serie de asentimientos recorrieron la sala y Valesia notó la cólera fulgurar en su padre.

Padre, ¿quiere que...?

Aún no. Fue la respuesta que cortó sus palabas.

—¿Qué es lo que propones, Alouqua? —la pregunta esta vez provino de otro demonio. ¿Belfegor o Belcebú? A veces ambos reinaban juntos y eran tales las similitudes de su poder que Valesia no fue capaz de reconocerlo.

—Que el frasco sea entregado a otro de los presentes —respondió la mujer—. Me ofrezco como voluntaria en esto, queridos míos. Después de todo solo una mujer puede volver fuerte a otra. —Su mirada debió pasar a Azazel porque su tonalidad cambió—. Entrégamela y verás como despertará en un halo de oscuridad mucho antes de la caída.

Una sonrisa despiadada se acentuó en los labios de Azazel y Valesia sintió aquel poder crecer en la sala invadida de pesadillas.

—¿Todos opinan lo mismo? —Azazel se puso de pie ante las afirmaciones de los presentes. Valesia contó cuatro de siete porque tres de ellos sabían lo que su padre tenía en mente—. Supongo que desde que vivimos en democracia la voz de la mayoría es la vencedora, sin embargo, propongo un juego en honor de los viejos tiempos.

—¿Un juego?

—En tres días organizaré una lucha —indicó—. Valesia contra el ser que ustedes decidan. Si ella pierde repártansela como quieran porque ya no me importará.

Los que estuvieron de acuerdo con Alouqua aceptaron sin preguntar qué sucedería si ella ganaba porque confiados estaban de que no sería así, por lo tanto, cuando el tercer día llegó y ella actuó tal pequeña niña atemorizada ante los demonios reinantes, muchos predijeron su final. Cuando la criatura elegida fue liberada en la arena, Valesia se dejó caer de rodillas al suelo.

—Por favor... No quiero hacerlo —pidió—. Ayúdenme.

Ellos creen que él aún duerme, la voz de Azazel resonó en su mente mientras ella recorría a la criatura de piel escamosa y colmillos afilados, pero tú y yo sabemos que no es así. Él está despierto como una sombra que te consume y es esa sombra la única que te impedirá morir. Yo no impediré que esa criatura te mate, Valesia, pero él sí, ¿y sabes por qué? Porque te necesita para existir. Así que aférrate a esa necesidad y sobrevive.

Y así lo hizo. Cerró sus ojos sintiendo el avanzar del monstruo y buscó la oscuridad dentro de ella. Destrucción, caos y muerte. Eso era todo lo que ella era y todo lo que estaba destinada a ser, y al aceptarlo un nombre tomó forma en su mente y usurpó su cuerpo y su voluntad.

Laedion.

Él era Laedion. 

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora