Poemas de Salvatore Quasimodo

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El alto velero

Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas de los árboles amargos junto a mi casa (eran ciegos volátiles nocturnos que horadaban sus nidos en las cortezas), alcé la frente hacia la luna y vi un alto velero.
Al borde de la isla el mar era sal; y se había tendido la tierra y antiguas conchas relucían pegadas a las rocas en la rada de enanos limoneros.
Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío y por él tenía siempre el mar en el alma: «Estoy cansado de estas olas que baten con ritmo de remos, y de las lechuzas que imitan el lamento de los perros cuando hay viento de luna en los cañaverales. Quiero partir, quiero dejar esta isla.» Y ella: «Querido, ya es tarde: quedémonos.»
Entonces me puse a contar lentamente los vivos reflejos de agua marina que el aire me traía a los ojos desde la mole del alto velero.

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Imitación de la alegría

Donde los árboles aún más desolada hacen la tarde, al tiempo que indolente se ha desvanecido tu último paso, aparece la flor en los tilos y persiste en su suerte.
Buscas una explicación a los afectos, pruebas el silencio en tu vida. Otra ventura me revela el tiempo reflejado. Aflige como la muerte, la belleza ya en otros rostros fulmínea. He perdido toda cosa inocente, incluso en esta voz, que sobrevive para imitar la alegría.

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Ya vuela la flor seca

No sabré nada de mi vida, oscura monótona sangre.
No sabré a quién amaba, a quién amo, ahora que aquí restringido, reducido a mis miembros, en el corrompido viento de marzo enumero los males de los días descifrados.
Ya vuela la flor seca de las ramas. Y espero la paciencia de su cuelo irrevocable.

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Caída entre las flores

Se adivinaba la estación oculta en la ansiedad de la nocturna lluvia, en el vaivén celeste de las nubes como ligeras cunas ondulantes… Había muerto YO.
Una ciudad suspensa entre los aires era mi exilio último; en derredor sentía la llamada de süaves mujeres de otros días; la Madre a quien los años juvenecen, tomando la más blanca de las rosas, con dulce mano la dejó en mis sienes.
Fuera de la ciudad era la noche… Los astros recorrían curvas de oro en sus ignotos rumbos; todas las cosas, vueltas fugitivas, lleváronme a sus ángulos secretos para contarme de jardines de par en par abiertos, y del sentido exacto de las vidas.
Yo, en tanto, padecía con inmobles ojos viendo la última sonrisa de una mujer caída entre las flores.



Salvatore Quasimodo

Poemas Históricos 3 (TERMINADO)✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora