Fragmentos del diario de Léon Bloy

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Marcho delante de mis pensamiento exiliados en una gran columna de silencio.

 (13/6/1982) ¿Por qué estas abominables penas sin salida? ¿Por qué, sobre todo, estas decepciones infernales y el irrisorio privilegio de la Palabra a un hombre de buena voluntad que no tiene medio de hacerse oír? El mismo lamento de hace diez años y la misma sordera divina. Pero mi valor se va agotando ...

 (21/10/1894) Ruego como un ladrón que pidiera limosna a la puerta de una granja que piensa incendiar.

 (31/4/1895) Miseria terrible. Hace poco, Verónica, viéndome muy triste, se acerca a mí, me abraza y con una ternura extrema me dice:
— Papito, no llores, yo te voy a regalar algo.
Y la pobre niña busca entre sus juguetes algo que ofrecerme. Hoy, en la misa, este recuerdo me conmueve el corazón con demasiada fuerza para no corresponder a algo divino. ¿Hay algo más desgarrador que la compasión del que no tiene nada y quiere sin embargo dar? Y Dios ¿no es el Pobre de los pobres?

 (23/8/1895) — Señor, no tengo confianza en Tí.
Bien sé que me amas, que me quieres infinitamente,
que has creado los mundos para mí,
y que esto no es nada en comparación de lo que quieres aún hacer.
Bien sé que "estás conmigo en la tribulación",
que fuiste abofeteado, despreciado, azotado,
coronado de espinas, crucificado por mí
hace dos mil años y desde siempre.
No importa,
yo son un mal judío
y no tengo confianza en Tí.
(Esta plegaria que expresa tan bien toda mi alma, ha brotado por sí misma y la he escrito como si me la dictasen)

 (12/3/1900) Recuerdo haber visto muy nítidamente, en sueños, lo que es socorrer al prójimo. Lo he sentido de manera muy íntima - y me angustia no poder explicarlo - que no hay sino un socorro. Es el absoluto desprendimiento de sí mismo, tal como Jesús lo ha practicado. ... El lugar común "echarse en brazos de alguien" lo aclara singularmente. El resto es pura vanidad.

 (16/3/1900) Demolición y despiece de un pobre portón de madera donde Verónica se hamacaba, y que mucho me había costado reforzar. Se trata de proporcionar un poco de calor a mi pequeña Magdalena que sufre. ¡Haga lo que haga, siento tanta necesidad de Dios! ¡Ah, si El quisiera tratarme con piedad, darme al fin la paz y la tranquilidad, yo trabajaría en hacerme santo y en santificar a los míos! ¡Poco lugar tendría entonces la literatura!

 (1/11/1900) En estado de desgracia, la belleza es un monstruo.

 (3/6/1901) Señor, a menudo lloro.
¿Es esto la tristeza de pensar en lo que sufro?
¿Es alegría de recordarte?
¿Cómo desenmarañar esto, y cómo no llorar tratando de desenmarañarlo?
(20/6/1901) Semana indeciblemente dolorosa, que nos ha enseñado que en caso de grave peligro nada debemos esperar de los hombres.
Relámpagos de júbilo por verse sufrir.
Las horas marchan sobre nosostros con patas de elefantes de bronce.

 (26/6/1901) Es horrible vivir en una época tan maldita, tan renegada, en que no es posible hallar un santo; no digo un hombre santo sino un santo que cure enfermos y resucite muertos y al que se pudiera preguntar:
— ¿Qué es lo que espera Dios de mí, y qué es lo que debo hacer?

 (5/7/1902) Uno resiste todo lo que puede, pero la razón se apaga. Ya no se ve. Se está como las bestias que gimen echadas sobre la tierra. Este suplicio es verdaderamente intolerable. Si por lo menos uno advirtiera un signo, un débil socorro, una palabra de bondad. Había ido a buscar soda, en la vecindad, y el anciano simpático que me atendió me regaló un tallo de lirio en flor, sacado de su jardín. Las flores estaban medio marchitas, pero ¿qué importaba? Me costó contener las lágrimas, pues tuve la ilusión o la evidencia de que el suyo fue un impulso de bondad.

 (8/10/1902) Diga lo que diga, nunca me granjearé la amistad o la admiración de los que viven en la abundacia. Apenas tenía diez años cuendo leí en un pobre libro de distribución de premios un historia, ingenuamente titulada "El niño sensible". Es preciso creer que había en este relato infantil una virtud divina, porque su recuerdo me ha acompañado toda mi vida.
Se trataba simplemente de un niño que lloraba en el colegio, delante de una mesa bien servida, y que se negaba a comer al recordar la mesa miserable de sus padres. Al cabo de cuarenta y cinco años, yo, el viejo panfletista, lloro todavía acordándome de esa escena tan humilde y tan lejana.

 (1/11/1903) Afirmo categóricamente que el mundo católico moderno es un mundo réprobo, condenado, rechazado absolutamente, un mundo infame al que el Señor Jesucristo ha "cenado" de la manera más completa, un espejo de ignominia donde él no puede mirarse sin sentir "miedo", como en Getsemaní.

 (1/5/1906) Nos enteramos que nuestro propietario quiere vender la casa. Obligados otra vez a mudarnos, diremos adiós a nuestros queridos árboles que se quiere derribar, a la consoladora paz de este refugio, uno de los últimos que quedan en París. Todo será destruido para construir en su lugar una de esas horribles casas de renta. Por una profunda ley simbólica, el dinero detesta los árboles, y para la destrucción del Paraíso ese odio engendra al Propietario.

 (3/7/1908) He tenido con harta frecuencia ocasiones de poner en evidencia la imbecilidad de nuestros católicos, prodigio enorme, demostrativo por sí solo de la divinidad de una religión capaz de resistirlo...

 (4/7/1908) En el fondo, sólo estoy seguro de lo que adivino

(4/7/1908) A propósito de ese molde deprimente usado en la Compañía de Jesús y que se llama "Ejercicios", yo afirmo que la Santidad no es otra cosa que el esparcimiento feliz y completo de la individualidad, y que el estrangulamiento de ésta es una obra demoníaca. Cuanto más santo, más singular , empezando por san Ignacio de Loyola, que fue el más grande original de su tiempo.

 (21/10/1908) Emprendo la lectura de la "Vida del Beato Grignion de Montfort", por un abate Boutin; desastrosamente escrita, en esa forma meliflua y filamentosa, típica de este género de libros, y que torna tan ingrata la historia de los más grandes santos.

 (15/1/1909) Lección de historia a Verónica... me dirijo más a su imaginación y a su alma que a su memoria. Yo quisiera que la historia fuese para ella lo que es para mí: un bosque sombrío y magnífico.

 (14/2/1909) Nueva carta del pelirrojo, sin otro objeto que el de parecer escritor cosa que nunca podrá ser. Las personas atacadas de este mal, nunca llegarán a escribir "Buenas tardes" con sencillez, ni aunque los nueve coros de ángeles se lo suplicaran de rodillas.





Léon Bloy

Poemas Históricos 3 (TERMINADO)✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora