Posicionar las piezas

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Cuando Elrond Peredhil, Señor de Imladris, entró en el Salón de Fuego en una soleada mañana de otoño, realmente no esperaba ver a cualquiera de sus hijos despierto tan temprano.

Para su sorpresa, sus dos hijos más jóvenes ya estaban sentados en una de las mesas, hablando en voz baja entre ellos y luciendo, para sospecha de Elrond, demasiado pacíficos e inocentes.

Si — reflexionó Elrond mientras los estudiaba de cerca — definitivamente Estel se ve demasiado inocente hoy. Me pregunto qué ... - Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el joven en cuestión levantó la cabeza y, con los ojos grises brillantes de algo que no pudo identificar, le dirigió un saludo.

"Buenos días, ada, ¿dormiste bien?"

Elrohir también saludó a su padre, pero no pudo ocultar la sonrisa que se estaba formando en las comisuras de sus labios. Elrond reprimió un estremecimiento. Eso no era una buena señal.

"Buenos días, hijos míos, ¿qué estáis haciendo aquí tan temprano?"

Elrond decidió que, independientemente de lo que los dos hubieran planeado, probablemente estaría más seguro lejos de ellos, así que se sentó en un sillón acolchado a cierta distancia de donde estaban sus hijos.

Mirando de una cara inocente a la otra, se preguntó, no por primera vez, por qué los Valar habían decidido que los gemelos no eran suficientes problemas para él. Frotándose la frente, suspiró mentalmente y se preguntó por qué había aceptado la apuesta de Glorfindel.

Debería haber sabido que la indiferencia de Estel ante las burlas de Elladan sobre lo que había sucedido durante una salida de caza no era más que una etapa de uno de los elaborados planes de su hijo humano para vengarse de su hermano elfo. Más tarde esa noche, Glorfindel había sugerido que Elrond vigilara de cerca a su hijo menor, mientras que Elrond simplemente expresó su esperanza de que Estel finalmente estuviera alcanzando cierto grado de madurez. Ante eso, su consejero de cabello dorado había intentado sin éxito reprimir su risa y le apostó a Elrond que antes de que terminaran dos días, Estel lograría idear un plan para vengarse de su hermano mayor.

Y tuve que aceptar, por supuesto — reflexionó Elrond, contemplando la tontería de sus acciones — Eru, ¿qué han hecho esta vez?

Alzando los ojos para encontrarse con los de su hijo, decidió al menos intentar darles la oportunidad de explicarse.

"Muy bien, ustedes dos, ¿qué le han hecho?"

"¿Hecho a quién, padre?" - respondió Estel, con una mirada de pura inocencia en su rostro que hizo que la sangre de Elrond se enfriara.

"¡Sabes de quién hablo, hijo mío! Estoy hablando de tu ..."

Elrond nunca tuvo la oportunidad de terminar la oración ya que en ese momento sonó un grito que sacudió la Última Casa Hogareña hasta sus cimientos. Cerrando los ojos y tratando de deshacerse del zumbido que aún resonaba en sus oídos, el señor elfo notó con sorpresa que nunca había sabido que la voz de un elfo pudiera alcanzar tal magnitud.

Por otra parte, quizá se había equivocado. Ese gritó sonó más como una horda de orcos que cualquier otra cosa.

Una horda de orcos muy grandes, y muy enojados.

Estel también parecía haberse dado cuenta de eso ya que sus ojos se movían nerviosamente hacia las diferentes salidas, y su sonrisa de repente parecía haberse congelado.

Antes de que alguien tuviera la oportunidad de pronunciar una sola palabra, Elladan bajó las escaleras de piedra. Elrond suspiró y decidió que debía enfrentar lo inevitable; abrió los ojos para poder ver a su hijo mayor, deseando desesperadamente estar en cualquier otro lugar.

Ojo por ojo (Libro 03)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora