Una vez más, con sentimiento

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Elladan presionó su espalda contra la pared lo máximo posible e hizo todo a su alcance para asumir la forma, el color y la textura de la piedra gris. Ahora mismo le agradecía de todo corazón a los Valar que su alrededor estuviera tan oscuro ya que en el tono negro tenían una pequeña posibilidad de sobrevivir. Su luz natural élfica estaba atenuada debido a sus lesiones y agotamiento, y su ropa oscura le ayudaba a mezclarse con su entorno, en especial por las suaves capas grises de los gemelos que parecían haber captado el color exacto de las horas del crepúsculo.

Se movió ligeramente, solo para congelarse en su lugar cuando escuchó a los orcos acercarse, ahora a solo unos segundos de distancia. De alguna manera tuvo problemas para fingir que era parte de las rocas. Pretender ser parte de la naturaleza nunca había sido un problema, ¿pero rocas?

Probablemente incluso un enano se vería más parecido a una roca que cualquiera de nosotros — el gemelo mayor decidió sarcásticamente — Pero, bueno, se ven así todo el tiempo, por lo que tienen una ventaja.

Al abrir los ojos ligeramente para que los brillantes orbes no llamaran la atención, echó un último vistazo a su entorno. Si este era el último lugar que iba a ver — algo que ya sospechaba fuertemente — entonces al menos se aseguraría de recordarlo con exactitud para poder volver loco a Legolas con esos detalles durante su eternidad en los Salones de Mandos. Eso era algo que realmente estaba esperando, describirle al príncipe una y otra y otra vez, y luego una vez más, cómo había sido el lugar que había elegido como su último escondite. El escondite dentro de las oscuras cuevas en las que los había metido en primer lugar.

En realidad, el túnel era un buen lugar para esconderse, especialmente cuando uno consideraba las alternativas, que consistían en quedarse donde estaban y esperar a que la horda de orcos que se acercaba estuviera demasiado ocupada mirando al techo como para notarlos. Mientras escuchaban a los orcos que se acercaban rápidamente, su terriblemente inteligente hermano gemelo y Legolas habían recordado que había un pequeño pasadizo que se bifurcaba hacia el sur, a unos cientos de metros detrás de ellos. Habían corrido lo más rápido posible por donde habían venido, al mismo tiempo que su amigo arrastraba a su caballo detrás de él. Desafortunadamente, el 'pasadizo' había demostrado ser un callejón sin salida después de dos docenas de metros, algo que ninguno de ellos había notado en la oscuridad la primera vez que habían pasado por ahí.

Debido al fuerte estruendo que les decía que no tenían tiempo de sobra, los tres elfos habían empujado hasta el final del corto túnel al renuente animal con la esperanza de poner suficiente distancia entre el caballo blanco todavía brillante y las antorchas, que obviamente algunos de los orcos llevaban a juzgar por el tenue resplandor que comenzaba a acercarse. En este punto, Elrohir había sugerido con voz perversa que dejaran el caballo a los orcos, eso tal vez les daría suficiente tiempo para escapar, pero la furiosa mirada de Legolas los convenció a ambos de que no se librarían del problemático animal tan fácilmente. Suspirando, los gemelos se habían acercado a su amigo rubio en el túnel, ignorando las frías miradas que les dirigió. Más difícil de ignorar fue el caballo que aparentemente había escuchado lo que el gemelo más joven había dicho y le estaba dando una mirada asesina, algo que Elladan había considerado imposible.

Pero aquí estoy — pensó con una sonrisa interior — Escondiéndose de los orcos dentro de un túnel y con un caballo que quiere matarme. Nadie va a creer esto. Ni siquiera a Estel.

Sus pensamientos fueron olvidados rápidamente cuando escuchó a las asquerosas bestias a la vuelta de la esquina, a pocos metros del escondite. Echó un último vistazo a su entorno, se aseguró de que el cabello dorado de Legolas estuviera cubierto por su capa y se giró hacia su hermano menor, quien se apoyaba contra el áspero muro de piedra junto a él y agarraba su daga con la mano derecha. Elladan apretó su propia espada y sintió que Legolas hacía lo mismo con sus cuchillos gemelos. Si los orcos los detectaban, tendrían que venir a buscarlos y, por las estrellas de Elbereth, ¡se aseguraría de que pocos sobrevivieran!

Ojo por ojo (Libro 03)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora