Prólogo

443 28 2
                                    

Las ansiadas vacaciones de verano finalmente habían llegado y la familia Barton tenía grandes planes para disfrutarlas en un maravilloso viaje a Rusia.

Definitivamente aquel país no era el destino vacacional predilecto de una familia americana. Clint Barton, el hijo mayor de la familia, había argumentado que deberían de ir a alguna playa en el mar Caribe, pero sus padres recién habían visto un documental sobre los zares rusos algunas semanas atrás y realmente habían quedado fascinados, por lo que era imposible hacerlos cambiar de opinión.

—Vamos, cariño, quita esa fea cara —le pidió su madre—. Sé que esto no es lo que esperabas, pero te prometo que será divertido.

—Así es mi cara, mamá —respondió Clint—. Y tú eres culpable de eso.

La familia Barton se encontraba en el aeropuerto internacional de Moscú, acaban de bajar del avión y esperaban el auto que los llevaría a su hotel.

—Anímate un poco, campeón —le dijo su padre a Clint—. Seguramente hay un montón de chicas lindas aquí en Rusia.

—Papá, aún estoy saliendo con Laura.

—Lo sé, pero mirar no es ilegal en ningún país —señaló su padre, ganándose una completa mirada de desaprobación por parte de su madre—. A menos que estés casado, eso todos lo saben —aclaró rápidamente.

La mayor de los Barton ya tenía un itinerario completo de los días que pasarían en Moscú, por lo que fue seguido al pie de la letra sin demasiadas quejas. El plan de cada día abarcaba desde el amanecer hasta pocas horas después del anochecer, por lo que Clint tenía parte de la noche y la madrugada para pasear libremente por las frías calles de la ciudad sin sus padres o hermanos.

Para su segunda noche en la ciudad Clint ya había encontrado un bar en el centro de la zona turística de Moscú, encontrando a más estadounidenses y turistas de todas partes del mundo. Los siguientes dos días, después de pasar todo el día con su familia conociendo la ciudad, el castaño pasaba la noche socializando en aquel bar.

Clint se divirtió y evitó meterse en problemas, por lo menos, hasta su tercera noche en el bar que los problemas fueron por él en forma de una atractiva chica rubia, quien se acercó a la barra en donde el castaño tomaba un trago solidariamente.

—No todos los americanos suelen regresar a este bar tan seguido como tú —señaló la chica con un marcado acento ruso que le era difícil de ocultar con cada palabra que pronunciaba—. Te he visto por aquí las últimas noches.

—Bueno, es un lindo bar —respondió un Clint lo suficientemente ebrio como para arrastrar un poco las palabras que salían de su boca—. Y me gusta el ambiente del lugar.

—Seguro que el ambiente no es lo único que podría gustarte de aquí —la rubia hizo una clara insinuación y se acercó al castaño, invadiendo su espacio personal—. ¿Qué tal si nos divertimos un poco fuera de aquí? Conozco un lugar mucho más lindo, oscuro y privado que seguro te gustará.

—Yo... En realidad, yo —a pesar del alcohol en su sistema, Clint aún era capaz de pensar con la suficiente claridad como para saber que aceptar aquella invitación estaría mal por muchos motivos y al no saber cómo rechazar a la chica comenzó a ponerse nervioso—. Créeme que bajo cualquier otra circunstancia aceptaría sin dudarlo, pero yo... Eh...

Una segunda mujer se acercó a Clint, se posicionó junto a la rubia y sujetó su mano de una manera demasiado brusca como para ser algo amistoso.

—Me sorprende que ese truco te haya funcionado alguna vez —comentó la chica de cabellera pelirroja, con su acento ruso menos marcado al hablar. Levantó con fuerza la mano de la rubia que estaba a pocos centímetros de adentrarse en el bolsillo de la chaqueta del castaño—. Deja de jugar con los turistas y consigue una verdadera forma de obtener dinero.

S.H.I.E.L.D. UniversityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora