Todos los días eran una lucha constante y sonante. Su rutina de medicamentos no debía faltar, es más, aquello era lo único por lo que debía abrir los ojos todos los días, porque al fin y al cabo de ellos dependía el que pudiera seguir viviéndola. Pero entonces, después de años de estar sobre llevando una enfermedad, las recaídas solían ser cada vez más duras y no, no porque olvidara tomar alguno de sus medicamentos prescritos, eran porque el tiempo seguía avanzando y aunque deseaba con todas sus fuerzas encontrar un día una prueba que le dijera que estaba completamente sano, sabía que ello era solo un sueño que le había sido robado.
—... Cielos, Binie ¿seguro que quieres trabajar así? — Hak Yeon le comentó nada más al verlo entrar al ascensor.
— Estoy perfectamente — le respondió a su mayor acomodando una vez más el cubrebocas que le tapaba gran parte del rostro, pero que no lograba cubrir las enormes ojeras que debajo de sus ojos surgían.
— Claro, y yo soy rubio de ojos azules... — expresó de forma sarcástica Hak Yeon, al tiempo que colocaba una mano en su cadera cual madre regañando a su hijo — Por favor Hongbin, sé que eres responsable y todo, pero enserio tal vez sería mejor que regresaras a casa a descansar, luces muy mal.
Una de las voces en su cabeza le estaba diciendo exactamente lo mismo que acababa de escuchar de su moreno amigo, sin embargo, la otra parte, aquella que se empeñaba a ser visto como un marginado solo por ser portador del virus, le estaba gritando con todas sus fuerzas que no se doblegara y que cumpliera con su trabajo. Pero era lunes, situación que le profetizaba una semana de malestares constantes y si ya se veía horrible, no quería pensar siquiera en como luciría cuando la semana terminara. No obstante, ignorando su pequeña charla con Hak Yeon, Hongbin bajó un piso antes de lo usual por dos razones, la primera debía ir a la farmacia por una recarga de medicamentos y la segunda, había olvidado un muy pequeño — gran — detalle.
— ¿Hongbin?
* * *
La puerta del almacén fue cerrada tan rápido que por poco y caen de bruces contra el suelo, y entre risas sin dejar de mirarse, cuando el familiar sonido del pestillo siendo asegurado se hizo presente, ambas bocas salieron al ataque. El azote contra la pared del más cercano a ella, provocó el surgimiento de un gemido/quejido que hizo que los ojos del contrario se volvieran casi en su totalidad negros.
El tiempo apremiante no dejó que se desvistieran como era debido, en cambio solo les alcanzó para desenfundar la pretina de un pantalón, en el justo momento en el que el contrario caía de rodillas y comenzaba a masajear aquella entrepierna tan dispuesta y lista para recibir placer directo de su boca.
— Necesitamos... Tiempo... A-a solas — rogó al borde del clímax.
— Pero ya lo estamos.
— Ya sabes a que...Me... Refiero ¡Si!