II

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—Así que tu primer día es mañana—su viejo murmura en el teléfono. Renato asiente, aunque su papá no puede verlo. Él golpea su cabeza contra la cabecera de su cama, pateando su pierna sobre el acolchado. Hace mucho calor en su habitación, el calor sofocante está sentado sobre su piel, sintiendo como si le estuviera aplastando los pulmones. La ventana está tan abierta como se atreve a tenerla a las nueve de la noche.

—Sí— dice Renato.

Puede escuchar a Fausto en su habitación, a través de la pared, la música que Renato no conoce se filtra suavemente a través del departamento. Apenas se están instalando. Todavía hay un montón de cajas desempaquetadas apiladas en la esquina de la sala. Hay un montón de sobres sobre el escritorio esperando ser clasificados. Son solo otra cosa en su lista de las cosas con las que lidiar junto con el papeleo que debe completar para mañana en la mañana.

Renato murmura, limpiándose las gotas de sudor de la frente. Hay una fuerte explosión en la habitación de al lado y Fausto maldice. Renato se ríe suavemente.

—¿Nervioso?

—Nah— él miente, su papá lo ve de inmediato y ambos se ríen juntos en el teléfono.

—No me mientas— dice su papá. Renato sonríe, moviéndose un poco para estirar su espalda baja, las nuevas sabanas crujen debajo de él. —Te merecés ese empleo. No te lo hubiera dado si él no lo creyera.

—Lo sé— murmura Renato. —Solo estoy...

No puede sacar las palabras de su garganta, aunque están completamente formadas ahí, esperando que las exprese. Estoy nervioso de todos modos. Tengo miedo de que sea solo una casualidad y que Liam lo verá a través del tiempo y me despedirá a la hora del almuerzo. Es como si se ahogara con ellas.

—Lo sé— le dice su papá con gusto. Puede imaginárselo sentando en la mesa de la cocina un domingo por la noche, con las luces bajas mientras bebe un vaso de whisky, preparándose para irse a la cama. La nostalgia se instala en el corazón de Renato, lo golpea tan rápido que casi lo deja sin aliento. Una sirena se escucha en la calle, haciendo sonar la ventana.

—Renato—dice su papá entonces, su voz un poco brusca y eso lo saca de sus pensamientos. —Estoy muy orgulloso de vos, todos lo estamos.

—Gracias—murmura Renato. No es como si su papá no se lo dijera muy a menudo, se inclinó para decírselo durante toda su graduación. El recuerdo de él y su mamá hacen que sus ojos hormigueen un poco.

—¿Has hablado con tu mamá?

—Sí, justo después del almuerzo, está muy contenta.

—Todos lo estamos— dice su papá.

Renato sonríe. Algunas personas se están riendo en la calle de abajo, el ruido se deriva perezosamente a través de la ventana en el aire nocturno. Él bosteza.

—Bien, me voy a la cama. Mañana tengo que despertar temprano.

—Te quiero, pa— dice Renato. De repente, sus propias palabras lo toman por sorpresa. Puede imaginarse la expresión de su papá, un poco sorprendido y luego una cálida sonrisa.

—También te quiero. Que mañana sea un buen día.

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Fausto resopla cuando Renato abre la puerta de su habitación y golpea su hombro suavemente.

—Te lo dije. Te dije que lo ibas a lograr—ni siquiera levanta la vista de donde está medio acostado, tecleado en su computadora portátil, la música sigue sonando.

No te vi llegarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora