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Renato puede sentir a Fausto mirándolo desde el otro extremo del sofá, a pesar de que no puede ver la pantalla del teléfono del castaño por la forma en que este está sentado con su espalda contra el brazo del sofá, las rodillas dobladas contra su pecho y el teléfono protegido contra sus muslos. Llega el nuevo mensaje de texto de Gabriel, algunas bromas sobre no poder estacionar su auto nuevo en cualquier lugar, y Renato se ríe suavemente.

—¿Le estás escribiendo a Gabriel?

La cabeza de Renato se levanta, Fausto lo mira con las cejas arqueadas y la mandíbula apretada.

Renato no responde, Fausto frunce el entrecejo. El programa que ahora está en la televisión no es del gusto de ninguno de los dos, pero ninguno de ellos va a quitarlo en este momento.

—Renato.

—Solo estamos escribiéndonos.

—Renato—Fausto suspira de nuevo. Cierra los ojos, frotando su nariz y la vergüenza lame el cuello del castaño. —Tenés que tener cuidado, ¿de acuerdo?

—Necesitás calmarte—dice Renato.

Los ojos de Fausto se abren y parpadean, y Renato se estremece por instinto.

—Solo estoy tratando de cuidarte.

—No te pedí que lo hicieras, ¿verdad?

Fausto no dice nada por un momento, él solo mira directamente a Renato. El teléfono del castaño zumba en sus manos, otro mensaje de texto de Gabriel, pero no lo mira.

—Sos mi mejor amigo—dice Fausto, lentamente, con voz baja y firme. —Aparte de mi vieja, sos mi persona favorita en el mundo. No quiero verte llegar... no sé, herido.

—¿Quién dice que saldré herido?—pregunta Renato, pero incluso él puede escuchar la vacilación en su voz. Fausto suspira de nuevo.

—Solo porque Gabriel esté cruzando esa línea, siendo un poco inapropiado, no significa que tengas que hacerlo vos también, ¿sabés?

Renato frunce el ceño, algo en él se pone duro y frío ante las palabras de Fausto.

—¿Qué significa eso?

—Probablemente no signifique nada para él—dice Fausto, la voz aún más lenta. Está mirando a Renato a los ojos, y el castaño se siente muy incómodo, y sabe que no es solo por el contacto visual prolongado. —Probablemente solo está siendo demasiado amable o algo así. No quiero que recibas el mensaje equivocado y te guste, intentes actuar sobre algo y te metas en problemas. O peor, perder tu trabajo.

—¿Por qué? ¿Por qué entonces tendrías que pagar el alquiler completo?—responde Renato, y Fausto es el que se estremece esta vez. Es un golpe bajo, Renato sabe que lo es. Fausto todavía es un estudiante, no puede trabajar a tiempo completo, pero hay algo en Renato que se ha vuelto más rígido desde que Fausto comentó por primera vez cuando se habían estado enviando mensajes él y Gabriel, y es solo que ahora se vuelto el punto de quiebre.

—Eso no es lo que quise decir—dice Fausto con calma.

—Entonces, ¿por qué estás diciendo que no debería de gustarme?

—¡Porque está comprometido!—grita Fausto, Renato se retuerce, las piernas se resbalan del sofá, sus mejillas se calientan y de repente siente que está a punto de llorar. Su teléfono vuelve a vibrar en su mano y lo agarra con fuerza, cerrando los ojos mientras arden con la amenaza de las lágrimas. —Está en una relación y a punto de casarse.

—A vos eso nunca te detuvo antes—responde Renato. Mira a su alrededor justo a tiempo para ver a Fausto retroceder, de repente parece que puede estar enfermo.

No te vi llegarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora