Capítulo IV

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De pie, frente a la proa del enorme Transatlántico, un alto rubio estaba con su vista perdida en el horizonte, cuando de pronto, algo lo perturbó y lo sacó de sus meditaciones.

—Papi, papi —un pequeño caballerito de rubia cabellera e impresionantes ojos azules le extendía los bracitos.

—Pequeño, travieso ¿que haces aquí y solo?. —le preguntó el rubio mientras lo alzaba en brazos.

—No estoy solo, mamá viene detrás mío.

—Hola, cariño —saludó su esposa depositando un tierno beso en sus labios.

—Mmm! Sabe a tarta de chocolate con fresas —dijo él lamiendo sus labios.

Ella sonrió y le guiñó un ojo —venimos justamente del comedor y este pequeño travieso a corrido hacia ti en cuanto te vio.

—Aja! Así que han ido al comedor, se han devorado una tarta de chocolate con fresas y no me han convidado ni un poco —dijo él fingiendo disgusto.

—Papi, no te enfades —tu no estabas en la habitación cuando despertamos —respondió el pequeño acariciando los rubios cabellos de su padre, sabiendo que ese toque hacia que su padre le perdonara todo.

—Está bien, esta bien! Tu ganas pequeño bribón —respondió él revolviendo la cabellera rubia —los tres sonrieron, así acababan todo el tiempo los enfados entre padre e hijo.

—¿Cariño, donde está la Tia Elroy y George?

—George está en su camarote revisando unos documentos por encargo tuyo y la Tia Elroy no se ha sentido bien —sonrió —ha dicho que los años no pasan por pasar y que el movimiento del barco la tiene con unas náuseas insoportables.

—Pobre Tia Elroy, no debí acceder a que nos acompañara.

—¿Y negarle la alegría de abrazar a su sobrino el cual creyó muerto todo este tiempo?

—Tienes razón, como siempre preciosa —dijo Albert a su esposa mientras la abrazaba —la Tia Elroy ha sufrido muchas pérdidas y este reencuentro con Stair la reanimará.

—Así será.

Se encaminaron a una de las mesas mas cercanas ubicadas en cubierta y desde allí vigilaban a su pequeño hijo mientras este jugaba.

—Bert, recuerdas cuando nos reencontramos después de tantos años.

Albert sonrió —como olvidar una hermosa y escurridiza joven que mientras salía huyendo de un café, chocó conmigo y me besó sorpresivamente.

Ella comenzó a reír —huía de Luke Duran

—Albert lanzó un bufido e hizo un gesto de desagrado —ni me lo recuerdes, ese tipo era un verdadero idiota.

—Si que lo era —respondió ella sonriendo —por cierto, nunca te agradecí que me siguieras el juego al decir que eras mi novio, frente aquel cabezota.

—No fue difícil hacerlo —respondió él con una amplia sonrisa —más después de aquel beso que me robó el aliento —confesó.

Ella se sonrojó — no te reconocí entonces, habían pasado muchos años desde que te vi por última vez —pero agradezco al cielo que hayas sido tú, mi principe Escocés —recuerdas que así solía llamarte cuando compartimos juegos infantiles.

Albert suspiró —como no recordar a mi pequeña princesa trepa árboles.

—¿Aún lo recuerdas?

—Claro, como olvidar a aquella pequeña traviesa pelinegra de ojos azules que me cayó encima no solo una vez sino infinidad de veces mientras bajaba de un árbol —ambos sonrieron.

Recuperando El tiempo perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora