Capítulo 21: Noche blanca [Borrador]

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▬ Ahora que tengo la atención de todos, me gustaría invitarlos a pasar la navidad en mi casa. ▬  Vociferó John con un alegre semblante en su rostro. Se encontraba entusiasmado de poder pasar unas vacaciones agradables junto a sus amigos, lejos de la academia. 

Luciella lo miró por unos instantes, mientras que Lyon y Mirajane comenzaban a vitorear animados por la invitación, compartiendo el mismo entusiasmo de John. Pero la rubia no era capaz de apartar la mirada de este, casi evaluando cada comportamiento suyo. Le dio un sorbo a su chocolate caliente, era una costumbre a esas alturas; el monseñor Gabriel todos los años se las arreglaba para servir el mismo chocolate de siempre a los alumnos alrededor de esas fechas. Era una costumbre un tanto reconfortante, por primera vez aquel chocolate no se le hizo amargo, este año estaba en paz consigo misma y ya no había más riesgos en la academia, incluso el aire se respiraba más puro. 

Antes de que siquiera diera una respuesta, todos los presentes a excepción de Aria y ella, se encontraban brindando con sus vasos de poliestireno expandido descartable. Pero Luciella estaba perdida en sus pensamientos, los cuales se envolvían en una maraña de ideas y situaciones. John había cambiado demasiado en todos aquellos meses, ahora parecía restar poco y nada del John Vasterra que siempre había conocido, cuando eran sólo ellos dos. Ahora también estaban Lyon, Mirajane y Aria, y su amigo parecía haberse vuelto alguien completamente diferente. A lo mejor, así eran las cosas, pronto terminaría el ciclo escolar y estarían a un año de graduarse. Aquellos años que en un principio parecieron eternidades, ahora se encontraban próximos a concluir, eso debía ser madurar y convertirse en una persona adulta. Viendo todo desde un lugar diferente, ella también había cambiado. Se enseñaba más compasiva ante determinadas situaciones, sus días habían dejado de ser tan grises. Ahora sabía que tuvo una madre, pudo estar en sus brazos, incluso luchó en diferentes ocasiones por un bien mayor que ella misma. A lo mejor, ya no eran tan niños. 

▬ ¿Te quedaste sin palabras pensando en el maravilloso viaje de diez horas en tren? ▬ Bromeó John intentando llamar la atención de Luciella, quien pese a la emoción del resto de sus amigos, permanecía sentada como si se encontrara en otra parte, con su mente divagando entre efímeros pensamientos.  

▬ Solamente en tener que soportar a esa pareja durante todo el viaje. ▬ Bromeó Luciella refiriéndose a Lyon y Mirajane, quienes tenían a todos en expectativa respecto a cuándo blanquearían su relación de una buena vez. Aunque no iría a la casa de John en esta ocasión, esta vez deseaba pasar una navidad por primera vez con su propia familia, con su tía Latea. Pero arruinaría bastante el ambiente que declinara la oferta en medio de tanto entusiasmo y frente a todos, lo haría más tarde cuando fuera capaz de hablar a solas con el pelirrojo. Pero de momento, todos se limitaron a festejar, sobre todo el hecho de que tendrían una semana de vacaciones. 

A las afueras de la academia y balanceándose en el viejo columpio, cuyas cadenas rugían ante el óxido que con el tiempo se pigmentó en ellas, Bartolomé se limitaba a disfrutar de la brisa de los páramos. Se sentía tranquilo, todo lo que durante tantos años lo había inquietado desde las sombras, ahora parecía haberse esfumado junto con la presencia de Jesse. El paisaje aún era gris, pero así eran los cielos de aquella ciudad, no necesariamente traían consigo algo maligno. 

▬ ¿Cómo te encuentras de tus heridas? ▬ Interrogó la hermana Latea a medida que terminaba de ponerse a un lado de Bartolomé, cargando consigo una canasta de mimbre cubierta por una delgada tela con un esquema cuadrillé. O más bien, Latea a secas. Por primera vez en años, el cabello rubio de Latea ondeaba ante la brisa como si se tratara de una gloriosa bandera, al igual que su vestido floreado debajo del abrigo de gabardina que protegía su torso del frío. Había cargado consigo demasiados años aquel pesado hábito de monja, y ahora era capaz de seguir con su camino como una persona más. 

▬ De maravillas. Se podrán decir muchas cosas de Joseph, pero realmente es el mejor de los doctores. ▬ Acotó Bartolomé, dando dos golpes secos a su pecho, donde había recibido la herida que en un principio provocó su muerte. Ahora no provocaba el más mínimo dolor; solamente le había quedado una cicatriz. De hecho, era diminuta marca blanquezca casi imperceptible, todo gracias a las excelentes atenciones del doctor Templeton. 

▬ ¿Qué hay de ti? Aún no me acostumbro a verte sin el hábito. ▬ Agregó Bartolomé con simpleza. De hecho, si Latea aún fuera más joven, sería fácilmente confundida con Violet, toda la vida habían sido demasiado parecidas; pero ahora que Latea se encontraba fuera del hábito, aquella similitud de hermanas era casi idéntica, solamente la diferencia de edad junto con su peso marcaba una auténtica diferencia entre ambas. 

▬ Una persona tan manchada de sangre no puede usar el hábito, fue lo correcto renunciar a mis votos. ▬ Explicó con reticencia Latea. Aún así y pese a sus palabras, no se enseñaba triste o arrepentida de su decisión, en realidad había comenzado a sonreír más desde que abandonó sus votos. 

▬ Y en realidad, he logrado darme cuenta de que no es necesario llevar el hábito para practicar la vida religiosa. Solía ver a la abadesa cuando yo era tan sólo una novicia, como le cantaba a los niños, les relataba increíbles historias y les brindaba esperanza, y eso me hizo desear tomar los votos. Pero realmente no necesito del hábito para hacer nada de eso. ▬ Relató con calma Latea, mientras que recibía una apacible sonrisa por parte del castaño, quien había cesado la velocidad con la cual se columpiaba hasta detenerse ante la presencia ajena, frenando detenidamente con la suela de su calzado. 

▬ Las cosas realmente están bien. ▬ Sentenció finalmente Bartolomé, alzando la mirada hacia Latea y cubriéndose la frente con su diestra extendida para proteger sus ojos almendra de los rayos cegadores del sol. 

▬ Lo cual me recuerda, feliz navidad. ▬ Vociferó Latea, rebuscando entre la canasta de mimbre una animada galleta de jengibre con la forma del tradicional muñeco: Un hombrecito con sus coloridos botones de glaseado y ojos de chispas de chocolate.

▬ Feliz navidad, Latea. ▬ Respondió el menor, deteniéndose a tiempo antes de terminar por llamarla "Hermana Latea". Tomó la galleta, cuidadosamente envuelta en un papel celofán y por unos instantes recordó la última vez que la rubia había cocinado una de esas galletas, durante una visita navideña de Violet hace casi diez años.

PurgatoriumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora