Capítulo 3: Necromancia

61 15 2
                                    

En un despertar repentino y arrebatado, Luciella abrió finalmente los ojos, bajo el denso manto de luz blanca sobre ella y con sus pies helados debido a la incomodidad del sitio, donde cuando los vientos descienden impíos e inclementes desde las colinas, este no cuenta con calefacción. A sus pies, sentado en una modesta banqueta, se encontraba el canoso hombre de avanzada edad fumando su cigarrillo con desinterés, vistiendo una bata blanca y asintiendo una única vez con su cabeza una vez que se reincorporó, a un lado de este, su compañero John.

La joven, aún desorientada ante aquel despertar, no hizo más que sentarse sobre el filo de la camilla a la cual hasta el momento se mantuvo tumbada, mirando a sus alrededores y terminando por darse cuenta de que se encontraba en la enfermería de la academia, lugar que en su pasado visitó en escasas ocasiones.

▬ Te tomaste tu tiempo en despertar ▬ declaró imperioso el doctor Templeton, encargado de la salud de los estudiantes en la academia, mientras que los ojos de John comenzaron a acuciar la ansiedad de la incertidumbre. El pelirrojo no se había despegado en toda la tarde de aquella camilla, en la espera de que su amiga finalmente se reincorporara. Quien no contó con esa paciencia, fue el doctor Templeton, arqueando una ceja de forma desinteresada ante ambos estudiantes que se encontraban próximos a compartir una conversación; conversación que solamente prolongaría la estadía de ambos en su suerte de consultorio médico.

▬ Bueno, bueno, ya te puedes retirar, que esto no es un hotel ▬ aclaró Templeton, en un tono autoritario y breve, dejando a relucir una desinteresada soberbia. Finalmente, terminó por hacer un ademán con ambas manos ordenando a los dos jóvenes que se retiraran, como si de perros se tratasen u otro tipo de animal se tratasen ▬ Solamente descansa y aliméntate bien ▬ agregó el doctor, entregando un permiso firmado y sellado por él mismo a la alumna, en este justificaría unos días de reposo.

Con un desagrado irregular en su persona, John simplemente rechistó con desdén ante el mayor, ayudando a Luciella a ponerse de pie para así salir junto con ella de la enfermería. Esta, aunque ya consciente, no parecía tener más que el vago recuerdo de lo sucedido, breves destellos de momentos que parecían confundirse con sueños y pensamientos residuales eran todo lo que resta en sus memorias sobre aquellos acontecimientos. Poco a poco y entre sutiles negaciones impuestas por su propia mentalidad, la joven comenzó cierto proceso de aceptación interno respecto a aquello que reside dentro de su ser; la demonio de plata.

▬ Pensar que esta muchacha ha venido a interrumpirme en semejante momento ▬ rechistó con recelo el doctor una vez que sus dominios regresaron a la desolación de la falta de alumnos. Con prisa y la cautela de un felino, el doctor introdujo la antigua llave en la puerta del laboratorio, adentrándose en las penumbras de este hasta hallar el interruptor de la luz. Una luz amarillenta, opaca, que a duras penas lograba iluminar lo suficiente para dar con figuras irreconocibles de no saber con certeza lo que se buscaba.

▬ Ya les falta poco para nacer, mis niños ▬ recitó, en medio de la oscuridad, en soledad, entre decenas de cadáveres cuyo proceso de putrefacción se había visto detenido, conectados a innumerables cables y demás artefactos eléctricos.





















▬ "Me pregunto qué es aquello acerca de lo que tanto vienes a reflexionar aquí"▬ proclamó Bartolomé, haciendo un guiño a aquella frase que tanto repetía la hermana Latea al verlo sentado en el viejo columpio, mismo que ella pasó a ocupar en estos momentos por primera vez. El menor se acercó hasta tomar asiento al lado de la hermana, pero en el suelo. No era delicado ni mucho menos quisquilloso, de hecho, le sentó bastante bien la agradable y delicadamente acolchada sensación de aquellos pastizales.

PurgatoriumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora