Capítulo 20: El milagro que esperas

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El único sonido audible eran los mocasines desgastados de la hermana Latea golpeando una y otra vez contra el suelo, a medida que esta daba vueltas con inquietud por la vieja capilla acompañada por su inexpresivo y, aún así, preocupante semblante. John no había demorado en ponerse cómodo, se encontraba sentado sobre el altar de la capilla y Bartolomé estaba apaciblemente cruzado de brazos, con su espalda contra la pared externa del habitáculo del confesionario, enseñando la calma antes de la batalla en su máxima expresión.

Finalmente llegó la tan esperada hora que mantenía a todos compungidos. Luego de esto, pasó un minuto, luego otro y finalmente uno más sin. Los mocasines de la hermana Latea no planeaban darle siquiera un breve descanso a las tablas de de madera de pinotea del suelo, acomodadas y compactadas a la perfección. Algunas ya levantadas y ahuecadas en determinadas partes, pero más en las esquinas del recinto que por donde la hermana pisaba prepotente. 

▬ Ya ha pasado suficiente, iré a buscarla. ▬ Afirmó la hermana Latea tras solamente cinco minutos de espera. Se impacientaba debido al riesgo de la situación y el hecho de que Luciella se demorara tanto, como si en cuestión de segundos la vida podría ser arrebatada del cuerpo de su sobrina. Pero justo cuando se encontraba dispuesta a salir en busca de la menor, esta finalmente hizo acto de aparición con simpleza en su andar, vistiendo un largo vestido negro de satén con pedrería y con su cabello rubio atado en una coleta alta. 

▬ Disculpen la demora, me topé con Stephanie Dorkus. ▬ Explicó con molestia Luciella, casi sintiendo un escalofrío recorrer su espalda al nombrar a su compañera, proveniente del desagrado que sentía por aquella. Pero finalmente se encontraba reunida con el resto, debidamente preparada para dar lo mejor de su parte con el fin de ser de utilidad. 

Luciella ya había muerto una vez, y no planeaba hacerlo nuevamente. A lo mejor era la terquedad de John en gran parte lo que la empujaba a participar de aquello, el deber de situarse por encima de la media con soberbia, brindando su ayuda incondicional y alegando que simplemente se limitó a barrer con las molestias del camino. John por su parte, tenía una enorme deuda con Heather y por mucho que le pese admitirlo, con Demian también, pese a que no fue capaz de ayudar a ninguno de los dos la noche anterior en los páramos donde sus muertes fueron sentenciadas con crueldad. A lo mejor, pese a su soberbia, Luciella también deseaba participar tanto por el bienestar de su orgullo, como por el reflejo de ella misma que presenció en la difunta Heather, pero ya no había tiempo de lamentos. La hermana Latea, quien bajo un frío semblante intentaba desesperadamente calmar sus ansias, contaba con la misma inspiración que Bartolomé: El bienestar de todos y cada uno de los alumnos de la academia. Y así era, esta sería la última batalla que se diera en Deus Magnus. 

Antes de acomodarse debidamente junto a su amigo John, Luciella comenzó a depositar todos los artículos que había llevado consigo sobre el viejo altar donde el pelirrojo se había acomodado. La mayoría de polvos y velas que cargaba consigo, entre otras cosas, las había robado de la habitación del profesor Ryuss. Por suerte aquel contaba con un stock de artículos esotéricos incontable, todo un arsenal preparado para ser usado. Aún así, aquel sería oficialmente el primer ritual que Luciella realizara como bruja, por lo cual estaba un tanto preocupada en lo referente a su éxito, puesto que de ello dependería el éxito de aquella misión suicida. 

▬ Bueno, supongo que es mi turno, ¿dónde se encuentra Jesse? ▬ Interrogó Bartolomé, dando finalmente un paso adelante. Hasta el momento, todos los presentes habían permanecido en silencio, en la única espera de la llegada de Luciella para dar inicio a sus actividades, sin dar bienvenida a quien llegara, pero fue Bartolomé quien por primera vez alzó su voz, preparado para lo que lo esperara más adelante. 

▬ De hecho... Se encuentra justo aquí. ▬ Vociferó Luciella, para alzar su diestra y señalar al techo con su índice. 

La hermana Latea sopesó, había revisado una y otra vez el viejo campanario en busca de dar con Heather y Demian, pero en aquel sitio simplemente no había nadie, siquiera huellas sobre el denso manto de polvo. No había duda, se trataba de una trampa. El hecho de que Jesse finalmente apareciera, y como si nada en semejante sitio, no se trataba de una simple coincidencia. Pero antes de que siquiera fuera capaz de dirigirse a alertar a Bartolomé, fue este quien posó su pesada mano sobre el hombro de la monja, aclarando una sonrisa en su semblante con confianza. 

▬ Bueno, los esperaré arriba en ese caso. ▬ Sentenció Bartolomé, ante la mirada de la hermana Latea quien simplemente terminó por agachar la cabeza casi derrotada. Temía demasiado, no deseaba que Bartolomé tuviera que sacrificar su vida de forma efectiva para acabar con aquella pesadilla interminable. 

En solitario y con el coraje de un verdadero guerrero, Bartolomé partió, fueron entonces sus pasos los que se oyeron hasta que la puerta de la capilla se cerró y el silencio dominó nuevamente en aquel sitio olvidado. Todos los presentes regresaron nuevamente al silencio, un silencio de luto, un silencio que Bartolomé también se otorgó a sí mismo, abrazando la idea de su muerte ante un enemigo tan formidable.
 El castaño caminó por el pasillo con naturalidad, como si se estuviera dirigiendo a su oficina o a la dirección, incluso al baño, saludando a una monja en su camino. Pero este terminó por apartar la cadena que se encontraba envolviendo la reja que daba a las escaleras del campanario, sin ningún candado impidiendo su paso puesto que este se había perdido hace ya demasiado tiempo; tal y como las cosas desaparecían eventualmente con el tiempo en la academia y jamás eran repuestas. 

Sin titubeo, este comenzó a subir las escaleras una por una, haciendo crujir la madera reseca. Había pasado demasiado tiempo, aún había unas manchas de sangre del Profesor Ryuss en las escaleras. Manchas marrones resecas que ahora se confundían con la suciedad y el polvo que hace años se acumulaba en aquel sitio. Pero finalmente llegó al final de las escaleras, donde sin dudas lo estaba esperando su viejo amigo, quien ahora se presentaba como un completo y despiadado desconocido. 

Lo supo desde un principio, aquella era una misión suicida. De hecho, lo supo desde el primer instante en que vio su reflejo en los ojos de Latea a medida que le relataba los detalles. Ahora estando en aquel campanario, con Jesse frente a él sin mencionar palabra alguna, estaba más que seguro. Aquel plan que habían trazado con detenimiento no tenía sentido, pensar que por los recuerdos del pasado tendría la más mínima oportunidad de acercarse lo suficiente a un demonio como para apuñalarlo, era una idea estúpida. Era la idea de los optimistas, de quienes aún son capaces de conservar un atisbo de esperanza y luchar con sangre y sudor por hacer realidad un milagro. Aún así, él también era probablemente un idiota en busca de un milagro. 

▬ ¿Por qué lo hiciste? ▬ Interrogó Bartolomé. No era posible que su compañero fuera un demonio, y aún así, los hechos demostraban lo contrario. Por una vez, deseaba ver el verdadero rostro de quien creyó conocer. 

Bartolomé tomó la navaja que había llevado consigo con intención de enterrar en el pecho ajeno y la dejó caer al suelo, rendido, a sabiendas de que cualquier intento por su parte de siquiera herir al contrario, sería completamente inútil. 

▬ Si te hace sentir menos fracasado, no te esperaba a ti. Creí que enviarían a la bruja; Pero respondiendo a tu pregunta: Lo he hecho porque debía hacerse. ▬ Explicó Jesse, acomodando debidamente sus cabellos para mantenerse perfectamente arreglado mientras que se inclinaba lo suficiente, con elegancia y casi soberbia en sus actos, entonces tomó la navaja que había llevado su viejo amigo Bartolomé consigo. 

▬ Supongo que no soy más que carne de cañón. ▬ Replicó el castaño con sencillez, ahora sonriendo junto al pelinegro una vez más, aceptando sin queja alguna su muerte. Aquella muerte que esperaba desde que aceptó participar en aquella búsqueda por un milagro. 

▬ Fue un gusto, Bartolomé. ▬ Sentenció Jesse, mientras que con su carismática sonrisa plasmada en su semblante, afirmaba el agarre en el arma de filo. Se acercó unos últimos y tensos pasos hacia Bartolomé y terminó por enterrar sin piedad alguna el filo de la navaja en el vientre ajeno. Con sus últimas fuerzas, fue el castaño quien hundió por completo el arma en su cuerpo, tomando las manos ajenas y ayudando en la labor de penetrar más a fondo en su interior, hasta que ya no fue capaz de permanecer de pie y se desplomó al suelo. 

▬ ¿De qué hablas? ▬ Interrogó el castaño en el suelo, mientras que su tez se tornaba a cada segundo más pálida debido a la falta de sangre, su sangre que comenzaba a formarse en un perfecto charco sobre el suelo de madera. Jesse lo miró con curiosidad, después de todo los humanos siempre terminaban por decir cosas bastantes interesantes en su lecho de muerte. 

▬ No me dirás que no lo sabías, aquí los muertos regresan a la vida. ▬ Sentenció finalmente Bartolomé, cuya herida en efecto había provocado su muerte tras sus últimas palabras. Fue gracias a aquel sacrificio, que el plan comenzó exitosamente. Aquel mártir fue quien dio a pie a que el milagro tan esperado comenzara a asemejarse cada vez menos a algo imposible. Fue su muerte la que otorgó confianza y coraje a todos los presentes. 

Luciella entonces terminó de subir las escaleras que guiaban hasta el campanario, con cautela para que sus tacones no hicieran un sonido que alertara a Jesse. De sus delgadas manos con uñas perfectamente pintadas y perfiladas, soltó de una mezcla de polvos que terminó por convertirse en una suerte de nube en el aire, antes de caer sobre el cuerpo tendido en el suelo e inerte de Bartolomé. 

▬ Y aquí tenemos a la bruja. ▬ Rechistó Jesse. Ahora el pelinegro intentó apresurarse tanto como le fue posible hasta Luciella, pero la menor se corrió de su sitio en un movimiento veloz y eficaz y fue John quien tomó su lugar, empuñando sus espadas cortas con convicción y una mirada gélida. 

Luciella gracias a la intromisión planificada de John, fue capaz de comenzar con su oración a Hécate, diosa de origen arcaico. Era aquella compleja deidad, la que bajo la pálida luz de la luna que en lo alto se alzaba daría su bendición a Luciella, ya que era Hécate y nadie más, la diosa de las Brujas y hechiceros, quien debería dar el visto bueno antes de que cualquier practicante llevara a cabo un acto de nigromancia como el que la rubia se encontraba preparando.   

Finalmente, ambos hombres comenzaron a luchar forzosamente, pero John demostró una habilidad inigualable a la hora de blandir sus armas, siendo más que un oponente para el azabache, dando incluso más lucha que Demian y Heather juntos. Tal y como el pelirrojo esperaba puesto que ya lo había presenciado: Jesse en un principio solamente comenzó a jugar con él completamente despreocupado, pero ahora sus movimientos se volvían imprecisos y difíciles de predecir, esta vez Jesse deseaba terminar de una buena vez con su presa.
 Ambos continuaron, Jesse estaba lo suficientemente compenetrado en su rival como para solamente tener ojos para él, desoyendo por completo la oración que tan concentrada Luciella recitaba a sus espaldas.  


Para el  momento en que John se encontraba a punto de ser finalmente apuñalado tras tantos esfuerzos por parte de Jesse, con un ataque que no había sido capaz de prever en medio de aquella encarnizada lucha, fue Bartolomé quien detuvo los movimientos del Azabache. Más bien, fue el cadáver de Bartolomé quien lo tomó  con una fuerza abismal desde uno de sus brazos y luego lo arrojó contra la enorme campana de bronce que se centraba en el medio de la habitación, haciendo resonar esta con su particular y seco sonido. 

▬ Sarrrtael. ▬ Vociferó el cuerpo de Bartolomé, arrastrando casi cada una de las letras en el auténtico nombre de Jesse, el nombre del demonio que moraba dentro de esa carcasa humana. 

Jesse volteó finalmente para encontrarse con el cuerpo del castaño de pie y desafiante frente a él. Lo miró directamente a sus ojos de un verde llamativo y antinatural decorados por un iris de rojo intenso, casi carmesí. 
 Ahora la ira comenzó a deformar el perfecto semblante de Jesse, el auténtico demonio Sartael que por tanto tiempo se había mantenido oculto. Se encontraba iracundo, con un deseo de venganza inigualable, era para él imposible que hayan logrado verle la cara con semejante facilidad, sobre todo dos críos y un consejero estudiantil. Esperaban que asesinara a Bartolomé desde un principio, todo para que en el momento en que se convirtiera en un cadáver, la bruja fuera capaz de invocar a Vetala en el cuerpo de este. Estuvo muy bien planeado a su parecer, pero ni siquiera aquellos desesperados esfuerzos serían remotamente suficientes para que se diera por vencido.

▬ Vetala. Bien hecho, bruja. ▬ Felicitó Jesse, pero ya se había decidido a mancillar a aquellos que intentaron acorralarlo. Sin perder tiempo, chasqueó los dedos ante aquel demonio con el fin de incinerarlo hasta convertirlo en cenizas, pero esta vez no fue capaz de hacer brotar las llamas desde la nada misma.

Luciella lo miró al momento en que se dirigió a ella, pero permaneció de pie a un costado de la enorme campana, conllevaba una concentración enorme el controlar debidamente los deseos de Vetala con su inexperiencia en aquel campo. Luciella, quien hasta el momento había permanecido en silencio, ahora comenzaba a acuciar un  cansancio que lograba provocarle unos densos jadeos. Pero no se daba por vencida, manteniendo su convicción y sus deseos ante todos para que su demonio no saliera de control y fuera capaz de darle pelea a Jesse.


Aquel burdo demonio había sido capaz de contener su desbordante pirokinesis, pero aún le quedaban más cartas que jugar. Incluso sin su más fuerte truco, no pensaba permitir que un demonio tan alejado de la humanidad realmente fuera la causa de su caída. 
 Fue Vetala el primero en lanzarse contra Jesse con sus manos y todo el peso del cuerpo de Bartolomé, cuya herida ya no sangraba gracias a su presencia. Entonces ambos demonios comenzaron una encarnizada batalla, cada vez que Jesse intentaba encender las llamas, Vetala era capaz de detenerlas. Únicamente en una oportunidad logró encender en llamas el abrigo de Vetala, pero gracias a sus movimientos, la prenda terminó por caerse al suelo. Aquel demonio tenía poco interés por el cuerpo que se encontrara poseyendo, puesto que él no era capaz de sentir dolor. En otras palabras, mientras más se prolongara aquella lucha entre demonios, peores consecuencias terminaría teniendo el cuerpo de Bartolomé. 

La lucha continuó, ahora John asistía tanto como podía a Vetala, lanzando sablazos sin ton ni son contra Jesse. Pero como era de esperarse, no lograba asestar ninguna herida de consideración. La balanza se decantó en el momento en que Jesse finalmente logró detener los movimientos de Vetala, como si ahora ejerciera una especie de poder sobre aquel demonio y no le permitiera mover músculo alguno del cuerpo de Bartolomé. Pese a los esfuerzos de Luciella, Vetala simplemente se retorcía en su sitio, y ahora la cabeza de la rubia se sentía como si estuviera siendo martillada desde el interior debido al vínculo que compartía con el demonio que estaba empleando. 

▬ Lo hicieron bien, demasiado bien. ▬ Sentenció Jesse, manteniendo a Vetala inutilizado mientras que se acercaba a Luciella, entonces alzó sus manos con el fin de chasquear sus dedos e incendiar por completo a Luciella hasta reducirla a menos que cenizas. Sin ella de por medio, Vetala ya no tendría el poder suficiente para permanecer en el cuerpo de Bartolomé y ya no sería una oposición.

Un chirrido surcó el aire con bravura, aquel recorrido del filo que cortó el viento pareció una eternidad. Los ojos de la temerosa Luciella se abrieron hasta iluminarse por completo con la abundante iluminación que el escenario brindaba. Entonces una mano cayó al suelo y el filo de una de las espadas de John comenzó a gotear sangre directamente al suelo. 

Jesse comenzó a soltar alaridos de dolor provenientes de aquel cuerpo humano, sujetando con su mano izquierda la muñeca de su muñón. Había sido un corte limpio, el filo de John logró atravesar tanto carne como hueso, ahora el demonio ya no sería capaz de incendiar absolutamente nada sin dedos que chasquear. 
 Bartolomé se desplomó en el suelo y comenzó a toser unos restos de sangre que aún habían dentro suyo y Luciella corrió presurosa y tambaleante a ayudarlo. El hecho de mantener a Vetala durante tanto tiempo y teniendo contenidos los poderes de Jesse, habían provocado más estragos en ella de los que esperaba, ya no era capaz de sostener a Vetala durante más tiempo, ahora Bartolomé había regresado a su cuerpo y su vida terminaba de consumirse a velocidad de vértigo. 



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