Capítulo 18: Los niños de Balcliff [Borrador]

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Habían transcurrido un total de tres días desde el último avistamiento de Jesse en aquella hoguera que por cuenta propia había armado, desde aquel entonces, la hermana Latea conciliaba forzosamente el sueño, logrando dormir tan sólo unas pocas horas antes de tener que despertar pasado el amanecer. Debía ser de aquella forma, puesto que pese a todo, seguía teniendo que desarrollar su rol en la academia, pese a estar constantemente en guardia al desconocer cuándo el pelinegro podría aparecer y simplemente terminar con aquello que comenzó. Aunque aquellos quienes ostentaban la mayor parte de su preocupación ahora, eran los alumnos nuevos, Heather y Demian. Debía mantener sus ojos sobre ellos tanto como le fuera posible, ya que tras lo presenciado contaban con las mismas posibilidades de terminar siendo víctimas de Jesse como ella misma. No obstante, aquel dúo era de lo más escurridizo, era tan sólo cuestión de un instante de distracción para perderlos definitivamente de vista, hasta que reaparecieran nuevamente en clases como si jamás se hubieran ausentado. Al menos en eso, ostentaban una familiaridad casi idéntica con John y Luciella, aunque últimamente estos dos parecían ir más seguido a clases, probablemente por la influencia de Aria, Mirajane y Lyon.

▬ Espera, ¿No es aquella muchacha? ▬ Interrogó Heather, mientras que el rubio se limitaba a hacer uso de un antiguo metro de madera encontrado en el suelo de la habitación para picar la piel reseca y descompuesta del cadáver que yacía sobre el suelo, en una de las tantas y olvidadas habitaciones del dormitorio abandonado.

▬ O es ella, o debemos cambiar nuestra medicación. ▬ Replicó entonces Demian, quien se tomaba a aquel cadáver como si se tratara de un inerte muñeco, teniendo completa despreocupación respecto a su procedencia. De hecho, a ninguno de los dos estudiantes parecía realmente provocarles el más mínimo ápice de sentimiento aquel cuerpo que sin vida había sido olvidado en aquel sitio.

▬ Como sea, apesta aquí, ¿podemos ir a hacerle algo a Luciella? ▬ Interrogó la fémina, puesto que aún no pensaba bajar sus brazos, mantenía una vil esperanza en que sería capaz de sentir cierta gloria con el sufrimiento que llegara a provocarle a Luciella, con quien más llegaba a sentirse identificada. La gran diferencia entre ambas, a pesar de todo, era que aquella parecía tener bastantes amigos y gente que la admirara. En un principio, habría de ser esto mismo lo que provocara semejante sentimiento de envidia, conllevando a una insaciable necesidad de provocar daño.

▬ Creo que ella me gusta. ¿Es muy pronto? ▬ Interrogó el rubio con cierto recelo, apartando aquel alargado metro de madera y dejando que este cayera al suelo, provocando un sonido seco que se repitió en eco unas cuantas veces antes de que el silencio reinara nuevamente. Y es que, de hecho, había algo que se le antojaba simplemente cautivador respecto a Luciella, aunque aquello debía recaer plenamente en su gusto por la adrenalina.

▬ A mi también me gusta, deseo enseñarle todo mi amor esta tarde. ▬ Replicó la menor con malicia, dándose la vuelta con la velocidad suficiente para que sus cabellos se ondearan violentamente, dejando atrás aquella última visión del cadáver que ahora se encontraba a sus espaldas. 

Ambos alumnos permanecieron un buen rato en los dormitorios abandonados, continuando con su inspección hasta haber revisado todas y cada una de las habitaciones del primer piso, ya estaban llegando un poco tarde para la clase de la profesora Catwell, y realmente se convertiría en una molestia contar con algún otro regaño, puesto que amoldarse a las reglas y normas de la institución ya era de por sí toda una penitencia.

Bartolomé se dirigió a la enfermería para recoger el informe de heridas de John y Demian tras su pelea, puesto que él mismo debería conservar una copia de este ya que así era requerido.
Ya habían transcurrido unos cuantos meses desde que el monseñor Gabriel lo engatusó para que aceptara el trabajo de consejero de la academia, y ahora parecía que el puesto sería oficialmente suyo, ya que nadie jamás llegó para relevarlo de sus deberes. Al menos no la pasaba tan mal como su amigo Jesse, seguramente debería ser mucho más atareado trabajar como secretario del monseñor, quien era obstinadamente meticuloso con cada pieza de papeleo.

PurgatoriumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora