Capítulo 22: N. H. [Borrador]

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Durante la mañana Luciella fue despertada con delicadeza por Annelie, una ama de llaves de la familia Vasterra. Por lo cual, con solamente cinco horas de descanso y únicamente con la premisa de un buen desayuno, Luciella partió en dirección hacia el comedor aún con el negligé negro que se había puesto para dormir una vez que John la llevó hasta su dormitorio. Grave error. Al bajar, pudo notar la mirada casi victoriosa de Roxanne sentada en la mesa al verla aún en sus ropas de dormir y con ciertos restos de maquillaje de la noche anterior. John, Lyon y Mirajane en cambio, si se habían tomado el tiempo necesario para cambiarse la ropa y refrescar sus rostros antes de bajar a desayunar. Sin más, e ignorando completamente aquella casi sonrisa burlona que se encontraba plasmada en el rostro de Roxanne, Luciella se sentó debidamente a un lado de John, para que así Annelie le sirviera el desayuno que tanto necesitaba. 

▬ No esperarás desayunar con nosotros en esas fachas, ¿no es así? ▬ Interrogó Roxanne sobreactuando una seria ofensa hacia su persona y la casa, dando su primera estocada en busca de humillar a Luciella, quien realmente intentaba tanto como le era posible reprimir sus ansias de envolverse en aquel interminable y repetitivo juego. No obstante, no fue necesario que dijera palabra alguna en su defensa ante Roxanne. 

▬ Luciella de todas formas luce bien con lo que sea que tenga puesto, no debe maquillarse media hora para bajar a desayunar. ▬ Respondió John tan desinteresado como siempre hacia los comentarios de su hermana mayor. Aquella actitud si se le antojaba más familiar a Luciella, quien solamente sonrió victoriosa y comenzó a beber el té caliente que le había sido servido previamente. Roxanne acalló con una rabia reprimida, ahora maquinando en su cabeza algo que hacer más adelante respecto a Luciella, quien le desagradó de entrada. Era comprensible de todas formas, tan sólo la veía como si se tratara de una igualada que deseaba aprovecharse de la posición social de John.

▬ Como sea, papá se fue a encargar de unos negocios y no regresará hasta dentro de una semana. Estaba pensando en que podíamos llevar a tus amigos a los establos. ▬ Agregó Roxanne,  intentando ignorar el desatino de su hermano menor, después de todo no tenía nada personal contra él. 

▬ No saben cabalgar, tampoco nos interesa. ▬ Replicó el pelirrojo, nuevamente sin interés. Tampoco le importaba el hecho de que no estuviera su padre, probablemente era lo mejor, suficiente tenía con el hecho de exponer a sus amigos a una Vasterra, como para tener a dos encima. Con incomodidad, Lyon y Mirajane continuaron desayunando, procurando no hacer siquiera ruido con los cubiertos de plata para no recibir también algún afilado y veloz comentario por parte de Roxanne. Luciella, en cambio, disfrutaba cada intento de hablar de Roxanne que terminaba frustrado por una perspicaz negativa por parte de John.  

En la academia cada día que transcurría se tornaba simplemente más aburrido que el anterior. Desde un principio, jamás fue ideado con el fin de convertirse en un recinto educatorio con fines de diversión, pero con todos los profesores de vacaciones y la mayoría de las monjas visitando a sus familiares, realmente se sentía la soledad de aquel sitio. Ni siquiera se podía disfrutar de la naturaleza de los páramos y mucho menos estar en el exterior, hacía demasiado frío como para salir y la nieve caía con delicadeza desde el cielo, pero sin piedad. La mayoría de los alumnos restantes se reunían en la estancia para cobijarse en el calor de la chimenea y emplearla como centro recreativo, llevando a cabo interacciones entre ellos, juegos de mesa y adivinanzas, cualquier tipo de entretenimiento que fuera capaz de aminorar la vacía y desoladora aura de la academia. 
 Aria, entre tantos que se encontraban refugiados en el calor, se encontraba leyendo un viejo libro que le fue otorgado de las manos de una monja hace ya bastantes años atrás, cuando las paredes de la estancia aún disfrutaban de una nueva capa de pintura que ahora se encontraba añeja y quebradiza, y desde ese entonces ya lo había leído incontables veces. Aún así, se maravillaba con cada situación como si fuera la primera vez que lo leía, imaginando los paisajes delicadamente detallados entre la caligrafía y los sentimientos de los personajes ante cada suceso. Y continuó disfrutando de su lectura a la par que intentaba con gran esfuerzo ignorar las voces de los presentes para concentrarse mejor en su desbordante imaginación, al menos hasta que Megumi apareció, cargando consigo unos viejos patines de hielo. 

PurgatoriumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora