Escapa y no mires atrás (¿Final?)

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Nota de la autora: Por favor, lee la nota al final de la historia


*** 


Bakugō sabía que estaba en el infierno, aunque no hubiera fuego a su alrededor, ni lava candente, ni gritos agónicos de otros infelices que habían acabado como él en aquel lugar. Aquel ruinoso hospital era mucho peor con sus interminables pasillos, las salas frías donde se respiraba el olor a muerte y desesperación, los oscuros recovecos en los muros y las sombras que parecían engullirle bajo un silencio asfixiante y sepulcral.

Pero lo peor, sin ninguna duda, fue descubrir dónde se encontraba.

Abrir los ojos y encontrarse atrapado en una estrecha caja de metal, con aquel contacto helado que le despertó de una manera muy desagradable y con una cruda realidad, le hizo muy consciente de la peliaguda situación en la que se encontraba. Apenas tenía espacio para moverse; las rodillas chocaban con el techo del cajón al flexionarlas; solo podía extender los brazos de tal modo que podía apoyar las palmas de las manos en la parte superior y los codos en el fondo del ataúd en un intento de empujar hacia arriba para salir de allí.

Golpeó con los puños. Gritó. Se retorció hasta golpearse con las paredes y sentir que una sensación de angustia subía hasta su garganta, cerrándola hasta ahogar su propia voz. Una soga invisible cerniéndose en su cuello cuando un ataque de ansiedad se apoderó de él.

Jadeó en busca de aire cuando sus gritos de auxilio no dieron sus frutos y muy pronto lágrimas de pura rabia e impotencia se acumularon en las comisuras de sus ojos. ¿Dónde demonios estaba? ¿Bajo tierra? ¿A cuánta profundidad para que nadie pudiera oírle? ¿Cómo había llegado ahí? ¿Por qué su maldita peculiaridad no funcionaba cuando intentó activarla aun sabiendo que no podía estallar nada en un espacio tan reducido? A saber, cuántas capas de tierra, lodo o fango habría sobre él que pudieran sepultarle por completo...

Tenía que salir de allí o se volvería loco.

Hacía frío... Mucho frío... y no sabía si estaba temblando por la baja temperatura, por las bruscas contracciones de sus músculos o porque llevaba encerrado demasiado tiempo. Sus dedos rasparon la superficie metálica en busca de algún saliente, pero todo estaba absolutamente frío y diáfano, sin fisuras... Sin escape. Sin salida...

El silencio era su respuesta y lo que más le desquiciaba.

- ¡MIERDA!

Pateó con fuerza el fondo de la caja y el empuje provocó que su cabeza chocara con el lado opuesto de esta. Un latiente dolor en esa zona hizo que cerrara los ojos por la sensación punzante en su cráneo, deseando llevar una de sus manos hacia arriba para frotar el hematoma y, de algún modo, aliviar el golpe.

Pero era incapaz de hacerlo al estar limitado por las metálicas paredes que se adherían a la piel expuesta de sus antebrazos y su cuello. Un beso mortecino y helado que mordía la piel y devoraba su fortaleza, succionando su vitalidad como una maldita sanguijuela.

Separó sus párpados con desesperación y una lágrima traicionera rodó por su sien, perdiéndose en su cabello humedecido con una capa de sudor frío. Creyó que se encontraría de nuevo con esa odiosa oscuridad, pero una rendija de luz proveniente de sus pies le hizo ver un borroso reflejo de su pálido rostro en el techo de la caja plateada.

Llevó la barbilla al pecho cuando elevó la cabeza y miró hacia sus pies, ampliando considerablemente sus ojos cuando vislumbró una puerta entreabierta que dejaba pasar un delgado hilo de luz blanquecina. Volvió a patear el fondo con recelo, pensando que alucinaba, pero tras una, dos, tres patadas que fueron incrementando en potencia la luz entró a raudales e iluminó la estrecha estancia.

Escenarios Katsuki BakugouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora