Aquí Lía y Lou liberando al mundo historias cortas que escribimos del chico explosivo x lector femenino. Las publicaciones serán completamente aleatorias y se irán subiendo conforme las creemos y corrijamos.
✔ Al inicio de los capítulos se notificar...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El tiempo transcurre, pero justo ese día parece detenerse
—Papá, ¿puedo jugar en la caja de arena?
Bakugō hizo un gesto de afirmación hacia el lugar que mencionó su hijo, viéndolo alejarse en un alegre correteo y con su cabello espigado rebotando en todas direcciones. Se rascó la barba incipiente de dos días y continuó leyendo el libro que tenía entre manos, sabiendo que si su retoño necesitaba ayuda le llamaría con esa voz tan firme y retumbante como la suya.
Hoy era uno de esos raros días en los que decidía tomar un descanso en su trabajo, disfrutar de una tarde agradable en el parque y luego ir a cenar a casa de sus padres. Ya que tanto se quejaba la vieja bruja de no ver a su nieto que recién había cumplido los 5 años y era un chiquillo tan inquieto como su padre.
Alzó la vista por encima de sus gafas para ver que todo iba en orden, viendo a su hijo -agachado y de espaldas- hablando con una niña de cabello azabache que parecía un poco más pequeña que él. Hizo un amago de sonrisa al verlos y volvió a su lectura sabiendo que no habría percance alguno en que intentara hacer nuevos amigos.
Ya que en el colegio no parecía tener mucha suerte en ese ámbito...
Hiro y la niña jugaban con la arena, intentando construir un castillo que continuamente se derrumbaba y que provocaba que ambos hicieran un puchero con sus labios al ser tan infructíferas sus construcciones. Influenciado por el espíritu de pelea de su padre, Hiro no desistía hasta conseguir su objetivo, empujando las montañitas de arena con las palmas de sus manos para darles forma.
—¿Qué edad tienes? —preguntó la niña, queriendo saber cosas de Hiro.
—Acabo de cumplir cinco —respondió con orgullo, sacando pecho como solía hacer su tío Kirishima cuando quería mostrarse varonil frente a las chicas.
—Entonces ya habrás manifestado tu peculiaridad —dijo con asombro, dejando que la arena se colara entre sus dedos regordetes—. Tal vez podríamos usarla para hacer castillos, ¿no crees?
El pequeño rubio cenizo desvió la mirada, preparándose para lo que vendría a continuación después de revelar su maldición.
—No tengo peculiaridad...
La pequeña azabache centró sus grandes ojos en él, pero Hiro no vio lástima ni asco en su mirada. Solamente el inicio de una sonrisa que alcanzó aquellos luceros brillantes y que lo trastocó por su actitud despreocupada, como si no le importara que fuera parte de ese porcentaje -de inútiles, como solían insultarle- de la población que no poseía un capricho.
—¡No pasa nada! —exclamó la niña, tomándole de las manos y haciendo que Hiro se sobresaltase—. Mami dice que eso no importa porque uno de sus mejores amigos tampoco tenía peculiaridad y llegó a convertirse en un héroe muy famoso.