Sultana Shahrazed

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Mi cuarto, aquí donde pasé toda mi infancia y adolescencia. Nunca creí que llegaría el día en el que tenga que despedirme de él. El telescopio, el globo terráqueo, la colección de mapas del mundo, las reglas, las plumas, los tinteros. Todo mi escritorio debe quedarse aquí.

Sin embargo la brújula de Abdulmalek me la llevo aunque tenga que coserla a mi piel. Él fue mi instructor y el que me enseñó las bases de la ciencia y la filosofía, no puedo simplemente abandonarla en mi escritorio.

Me paseé una última vez por la estantería de libros, de cuadernos de observaciones... Tantos nombres resonando entre las tablas de madera de la estantería que no pude evitar pasear los dedos entre ellos, pensando que nunca volveré a tocarlos de nuevo.

— Lalla, hemos puesto todo en sus baúles— la voz de una de mis sirvientas interrumpió mi momento nostálgico.

— Gracias — salí de mi pequeño escritorio — no necesito nada más.

Detrás de ella llegaba Aicha con un rollo de tela roja. Dio la orden a la sirvienta en un susurro y me miró sonriente desde la puerta.

— Traigo el vestido de tu noche de bodas. Rojo— llegó hasta mí y lo puso sobre mi cama.

— No entiendo a qué viene tanta alegría.

Aicha se giró violentamente y me miró con el entrecejo ceñido: — Pero niña, que es el Sultán. Si te casas con él serás la sultana

— Tercera Sultana— le corregí por enésima vez.

Ella rodó los ojos al cielo y comenzó a mirar dentro de los baúles.

— Aún así serás una de las mujeres más cercanas al sultán. Sé que tienes esos ideales filosóficos y absurdos...

— Aicha...

— ¿Dónde te han puesto tu cinturón de oro?— bajó un baúl al suelo, para buscar en el que había debajo— Te portarás bien con tu marido, te pondrás tu vestido rojo y pasaréis juntos la noche.

Me quedé en silencio, ella sabía que eso no iba a pasar. No pensaba dejarme usar como objeto para saciar la sed de carne que el sultán tenía. No pensaba ser un nido para portar sus niños. Y ella lo sabía.

— Pero piensa que serás la esposa del gobernador. Podrás cambiar muchas cosas si le traes un heredero. Eso te acercará más a él— volvió a cerrar el baúl y colocó el anterior sobre él. Cruzó el cuarto para seguir buscando en los baúles— De todas formas no tienes otra opción. Si no lo haces te divorciará, y eso sería la vergüenza de tu padre... ¿Dónde han puesto el maldito cinturón?

— Aicha el cinturón lo guardé yo.

Ella se giró a mirarme extrañada en un principio, pero luego sonrió.

— Cierto, es muy valioso como para dárselo a las sirvientas — me miró por unos segundos más y pude ver cierta preocupación en sus ojos claros— mi niña

Caminó hacia mí y me tomó entre sus brazos. Me costaba creer que me iba a ir y la iba a abandonar. Y cómo hubiera querido poder llevármela conmigo, siempre fue una mujer sabia que estuvo siempre a mi lado. Escuché cómo su respiración se atascaba en su garganta y entendí que estaba llorando. Y solté las lágrimas que retenía desde hace días.

Sí. Aicha era como mi madre. Ella me crió. Padre la compró cuando aún era joven, y a pesar de ser una esclava, su belleza siempre brilló. Recuerdo que mamá nunca la dejaba soltar su cabello o dejárselo descubierto. Su larga melena oscura y brillante parecía pelo de caballo,y a mi madre le asustaba perder a mi padre por una esclava.

La tercera SultanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora