Me han llegado varias cartas. Camino fuera de la biblioteca y cierro el pasadizo detrás de mí. Ya me he acostumbrado a mis nuevos aposentos. Están en el mismo piso que el del sultán, a unos pocos metros del cuarto de su guardia personal.
Tienen varias alas, y son casi el triple de grande que mi cuarto anterior. El Sultán ya me los había mandado a preparar hacía días antes de irse por lo que pude mudarme inmediatamente después de que se haya ido.
Me asomo del balcón a los jardines reales, esperando a que Handan preparase el té y me trajese las cartas. Cuando consigo distinguir a la Sultana Ayshe al fondo del laberinto de los jardines reales. De espaldas, caminando junto con otro hombre con un turbante y ropas caras, y dejando a sus sirvientes lejos de ella.
«¿Qué hablaría la Sultana Ayshe con un desconocido?»
— Haseki...— la voz de Handan a mis espaldas llama mi atención. Me giro para verla sosteniendo todas las cartas.
Vuelvo mi mirada allá donde estaba la Sultana pero ya no estaba, como si hubiera desaparecido.
— ¿De quién son?
— Dos las trajo el mensajero de guerra, una el mensajero que envió al Moghreb y otra es de un mensajero que dice venir de Seen.
— ¿Del Seen?— la miro extrañada. Yo no había mandado ninguna carta a ningún lugar de Asia.
— Sí Haseki. Es de un tal Lu Buwey. Y está escrito en turco. Pregunté al mensajero y me dijo que lo había enviado uno de los más conocidos y ricos mercaderes del Seen.
Asiento y le indico con la mano que la lea.
— Sultana y emperatriz Shahrazed—«¿Sultana y emperatriz? Aquel hombre realmente necesitaba algo importante»— Escuché hablar de su inteligencia y de su generosidad. Soy un antiguo mercader que comercia con piedras y joyas lujosas. No soy más que un simple mercader que busca un trozo de pan en diferentes tierras del mundo. Sin embargo, entrando en el imperio, siempre encuentro problemas con la aduana y siempre he sostenido que aquello no podía ser con el consentimiento de sus altezas. Espero que sea su alteza comprensiva con mis quejas.
— Ya— interrumpo a Handan— Esto tiene que ser una broma ¿Desde cuando soy yo el polo de los problemas?
— Pide una audición contigo Haseki— me dice devolviendo la carta hacia dentro del escritorio.
Aquello podría ser muy perjudicial para mí. No puedo dar una audición a alguien teniendo como esposo a Murad. Si sólo por encontrar una carta suya entre mis documentos me golpeó hasta separar la piel de mis costillas y vértebras, no quiero ni saber lo que hará conmigo si doy una audición a un mercader.
Le pido a Handan que lea la carta de Lalla Khnata, esposa tercera y consejera política del Sultán Ismail Bin sharif. Había escuchado mucho hablar de ella, sobretodo del gran labor que realizaba en ausencia de su esposo. En el Moghreb la política era bien distinta, los poderes iban al Sultán y al ejército, nada de pachas que pudieran hacer un golpe de estado. Ella gobernaba en su ausencia, a parte de ser su secretaria y primera ministra. Ella acogía a los embajadores antes de que los viera su esposo, y con su inteligencia y sabiduría supo llevar el pequeño sultanato de su esposo a una pacífica y ordenada tierra soleada. Había comenzado el contacto con ella de su parte, invitándonos a su palacio en Morkech. Sin embargo y en ausencia del Sultán, le expliqué mis razones y me disculpé. Y así comenzó nuestra pequeña amistad.
Me saludaba en aquella carta y me explicaba la enfermedad de la que padecía su marido. Parecía estar en sus últimos días.
Las dos otras cartas pues eran del sultán. Tampoco les tomé mucha importancia. Casi siempre me escribía preguntando por sus hijos y por el estado del palacio. Pero la segunda carta anunciaba la liberación de Bagdad y su vuelta en unas semanas.
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La tercera Sultana
Ficção AdolescenteShahrazed, mujer instruida y libre, es obligada a casarse con el sultán. Conocedora de las ciencias y amante de la filosofía. Pero una mano no puede apagar el fuego que ilumina el interior de Shahrazed.