Al llegar al lago el sultán se sentó sobre una roca y me miró:
— Ayúdame por favor.
Me remango el pantalon debajo del vestido y levanto mi vestido metiendo mis pies al río. Murad remanga su pantalón descubriendo sus rodillas y hunde los pies en el agua. Al tocar sus piernas las siento calientes, por lo que cojo un poco de agua y le mojo las rodillas. Escucha cómo el se queja de lo fría que le parece el agua, pero se aguanta.
— Si puedes bañarte en este agua será mejor— le aconsejo.
— Pero no quiero dejarte sola— se defiende. Mas yo me pongo en pie y arreglo mi velo
— Si he podido sacar un cadaver de dos veces mi peso de un palacio lleno de soldados, creo que podré sobrevivir algunos minutos sin ti.
Él me miró con tenacidad por unos instantes, para luego colocarse de espaldas a mí y comenzar a desnudarse. Yo me senté sobre una roca lejos del agua y con un palo me entretuve dibujando en la tierra húmeda.
Escucho cómo da su chapuzón en el agua y veo su cabeza salir a flote. Su cabello caido sobre sus ojos y respirando agitadamente. Se quitó el pelo de la cara y me miró para hacerme una seña con la mano, contento.
Al cabo de algunos minutos salió del agua, se vistió y me propuse entonces contarle lo que había hecho. Me llevé la mano al pecho y saqué el sello real. Al darselo su gestualidad cambia y un nudo se instala en mi garganta. En mi cabeza las frases que iba a pronunciar perdieron todo el sentido y me sentí por un momento perdida.
— ¿Qué has hecho con el sello?
Tragué el nudo de mi garganta y me convencí de que era simple lo que le iba a decir:
— Escribí dos cartas
Entonces se puso frente a mí y me miró desde su altura. Agaché la cabeza para proteger la poca valentía que me quedaba y proseguí:
— Una la mandé al puerto para que zarpe el barco real. Así por un lado despistaríamos a Ahmad y por otro lado se cumpliría lo que escribí en la segunda carta que escribí a Ahmad mismo. Le dije que cómo osaba atacar el palacio y secuestrar a las sultanas y a su harén cuando el sultan estaba fuera paseando con su esposa. Le pedí que retirara sus soldados antes de que vuelvas de tu viaje, y con el menor de victimas posibles.
El silencio que sigue los siguientes momentos es pesado, casi que creí que iba a desmayarme cuando la mano de Murad se posó sobre mi cabeza y tiró de mi velo bajándolo de mi cabeza. Los cortos mechones caen sobre mi rostro y creo que voy a morir.
— Shahrazed...— si voz suena autoritaria, pero susurrada. No me atrvo a mirarlo por lo que me tomó de los hombros— Dime Shahrazed ¿Quién te hizo esto?
Su pregunta da varias vueltas en mi cabeza. Esperaba su enfado sobre la decisión que tomé, decisión que no debí tomar desde el principio. Y ¿Hacerme qué exactamente?
Al fin levanté la mirada extrañada. Él me miraba con las cejas fruncidas y la mandíbula apretada, conteniendo su ira. Pasa sus dedos por los cortos mechones que asomaban. Entendí entonces, algo aliviada.
— ¿Mi cabello? Quedó enganchado en las ramas de un arbusto y no tenía tiempo para entretenerme así que lo corté.
Él inspecciona mis facciones como intentando averiguar la veracidad de mis palabras, o quizás intentando leer algo más. Al fin me vuelve a preguntar en un susurro:
— ¿Te hicieron algo más, Shahrazed?
Negué de inmediato con la cabeza. Fue entonces cuando su mirada oscura denotó unos cambios de colores extraños, como si comenzara una guerra entre tonos oscuros que querían someter a los tonos claros, como si tuviera una tormenta de arena dentro de sus pupilas. Una sensación extraña cruza mi cuerpo, dejándome una mala senación, como un extraño y angustioso cosquilleo en el estómago.
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La tercera Sultana
Novela JuvenilShahrazed, mujer instruida y libre, es obligada a casarse con el sultán. Conocedora de las ciencias y amante de la filosofía. Pero una mano no puede apagar el fuego que ilumina el interior de Shahrazed.