Kharboucha

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La Sultana Kösem y yo hablamos por un largo tiempo, me reprochó que no me pusiera el anillo de la Sultana Hurrem. No supe qué responder.

La espera fue larga, sin embargo me ocupé en hacer el censo del harén. Los cuchicheos se las esclavas del sultán llegaba hasta mis oídos, y cuando iba a llegar, el sirviente del sultán avisó mi llegada en voz alta haciendo un revoloteo de chicas correteando de aquí para allá hasta formar filas y hacer una ola de reverencias y cabezas agachadas abriéndome paso. Estrategias de Murad para hacerme ver Sultana.

La encargada del harén me dijo que debía llevar la corona, que aquellas eran órdenes del sultán. Perdí la costumbre de tantas reglas estrictas, aunque en su momento siquiera estaba sometida a todas ellas. Finalmente accedí a ponerme aquel trozo de metal costoso sobre mi cabeza, pesado y frío, y encima resbaladizo. Quisieron hacérmelo fijar pero era más grande que mi cabeza. Al llegar la hora de la comida, al no haber terminado de anotar todo lo que necesitaba, decidí quedarme a comer en el harén. Reunida con todas las esclavas, comimos en un silencio bastante incómodo.

Pero más incómodo lo hizo ver la llegada del sultán hasta donde estaba yo sentada.

Pies y vestidos correteando y revoloteando de aquí para allá hasta volver a formar las mismas filas y hacer la reverencia al sultán.

— ¿No te avisaron que comes en mis aposentos?

Negué con la cabeza. Él asintió e hizo una seña a una de las sirvientas que custodiaba las puertas del harén para que me trajera el cubo con agua para lavar mis manos. 

Una sonrisa apareció en sus labios mientras me miraba, agaché la mirada sin poder sostenerla, hasta que la sirvienta puso el agua frente a mí. Lavé mis manos, y di un paso hacia Murad. Otra ola de reverencias y cabezas bajas creó un ruido sordo de movimiento. Esperé a que el Sultán avanzara y yo avancé detrás.

Caminaba muy deprisa, como si quisiera llegar cuanto antes a sus aposentos, con su túnica volando a sus pies, levantada por el aire que cortaba.

Llegados a las puertas, se gira hacia mí y me tiende la mano. Vacilé unos instantes, mas él volvió a acercar su mano a la mía para afianzar su orden.

Tomé sus dedos fríos y delgados, y tiró de mí hacia el interior de sus aposentos.

Los sirvientes dentro se movían aquí y allá, y al llegar el sultán todos se congelaron en sus lugares, y al mismo tiempo agacharon sus cabezas en una reverencia. Una seña del Sultán volvió a crear el revoloteo, esta vez todos salieron de los aposentos y dejaron la mesa preparada. El olor a comida hacía salivar mi boca.

Tiró de mi mano hasta sentarme a un lado de la mesa redonda, y no muy lejos, en frente, se sentó él. Tomé el cubo de agua y le serví para que pueda lavarse las manos. Él hizo lo mismo conmigo una vez que terminó. Un susurrado "gracias" abandonó mis labios y él sonrió.

Y justo cuando volvía a sentarme en mi lugar, su mano apresó mi antebrazo y me volvió a acercar a él. Mi corazón rompió en latidos, y asustada, quería correr. Mas mi cuerpo no obedecía. Estábamos muy cerca uno del otro, tanto que casi escuchaba los latidos de su corazón.  Sus dedos se apoderan de nuevo de mi barbilla para levantar mi cabeza.  Obedezco.

Al levantar la mirada una tormenta de arena en los ojos de Murad creó en la boca de mi estómago un cosquilleo extraño. Sonrió con suficiencia y llevó su mano a mi velo. Tiró de él hasta bajarlo a la altura de mis hombros y dejar a la vista la corona y toda la joyería que tenía puesta. 

— Te ves como... Muy bella— susurró. Bajó su mirada a mi boca, y por un instante creí que me desmayaba. Sus dedos trazaron una caricia por mi mejilla hasta mi cuello donde reposó sus dedos por unos instantes,  y luego retiró su mano al completo,  creando una ola de escalofríos que recorrió todo mi cuerpo. 

La tercera SultanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora