Sultana Madre

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Aquel día fui a ver a las niñas del harén, o lo que lo fue en su época. Ahora sirve de escuela y de refugio a los pobres. Todas estuvieron muy contentas por volverme a ver y me saludaron con mucho entusiasmo. Era el mismo día en el que venían Murad y los emires de Anatolia, habían ido a cazar para pasar algo de tiempo con su padre y hacía días que no los había visto.

Nada más llegar, los emires besan mis manos con respeto y me dan un abrazo. Ya no son los niños que correteaban por palacio, ni los que hacían gamberradas. Ahora formaban parte del diwan de su padre y participaban en la política de su padre.

Al fin pude ver al barbudo de mi esposo. Caminó con lentitud hacia mí, sonriente, y con los brazos abiertos. Lo recibí en un abrazo y él dejó un beso sobre mi frente.

— Sultán

— Sultana.

Nos saludamos. Los emires, tras una señal de su padre, abandonaron sus aposentos, dejándonos a solas. Con pesar y quejándose se sentó sobre el sillón frente al lecho y tanteó a su lado indicándome que lo acompañara.

Tiró de mi cuerpo en un abrazo y desde su pecho, pude escuchar su suspiro ahogado por la edad.

— No pienses tanto en ello— le dije acariciando sus manos— algún día alguno de ellos también tendrá que tomar tu lugar, y una de sus sultanas tomará el mío y esta es la vida.

— Se sembrará el caos a mi partida

— Si quedo, pelearé por la justicia— esta vez soy yo quien suspira— aunque vea a mis hijos matarse por el trono.

— Saldrán de este palacio muchos ataúdes a mi partida, no estés triste.

Un nudo se instaló en mi garganta ahogándome al completo. Me deshice de sus brazos y lo miré totalmente desesperada. No quería que la sangre se virtiera, mis hijos no debían matarse entre ellos.

— Una firma, un sello Murad. Eso hace falta para que tus hijos no se maten

— La Sultana Kosem, que Dios la bendiga y la descanse en sus jardines del paraíso, lo intentó antes que tú. El más fuerte tomará el poder.

Me lancé a sus pies para implorarlo una vez más, pero no me dejó.

— Shahrazed, Sultana mía. No me hagas más daño del que me haces al verte triste. Yo también amo a mis hijos, no los viste juntos en Anatolia, pero están destinados a eso y no puedo impedirlo.

Se arrodilla a mi lado y me enfunde en un abrazo. Somos los dos frutos de un destino trágico, y fuimos como enemigos en nuestra juventud, pero ahora, sólo queríamos educar a nuestros hijos para que se amen, que no hagan lo mismo que sus ancestros. Pero veíamos el destino llegar, como corderos en un matadero.

Murad ahora que ha perdido la fuerza de su juventud, se ha convertido en un hombre sabio. Todos le tienen respeto, y pareciera que tiene decenas de hijos. Cada vez que pasa por el antiguo harén todos los niños y niñas le hacían una reverencia y él jugaba con ellos en los jardines como jugaba con sus hijos.

Nuevas sultanas se incorporaron a palacio, esposas de los hijos de Semsperi Hatun, que Dios la descanse en paz y la albergue en sus jardines, el imperio descansa bajo la mano protectora de Murad, que pronto enviará a sus dos hijos mayores a reinar en las diferentes provincias para que puedan aprender a gobernar.

Han sido tiempos delicados, nadie creía en Murad, lo quisieron envenenar y matar, pero él consiguió asentarse y luchar contra todos ellos. Padre murió hace unos años en una emboscada en la cual los caballeros de la justicia lo asesinaron como advertencia al sultán. Les cortaron la cabeza en la plaza de la ciudad, y se envió sus cabezas al Vaticano, ellos los habían enviado para crear conflictos y derrocar a Murad.

Y yo, pues soy la Sultana del imperio y del palacio. Participo de vez en cuando en algún que otro Diwan por órdenes del sultán, como tesorera y miembro del diwan. Estoy muy cansada, ya ni las escaleras puedo subir, y en nuestras noches de estrellas Murad y yo recordamos como niños ilusos aquellos años de la juventud en los que tanto nos amamos, tanto dimos por nuestros hijos, por sus hijos, y por el imperio.

Y ahora, en sus ojos, aquellos oscuros, arenosos, hermosos ojos marrones solo veía la tristeza. Su barba blanca y los mechones que le caían a la frente, mechones caoba, ahora son blancos como la nieve.

Sin embargo, aquel día era inolvidable para mí. Tumbado sobre su lecho, sus sirvientes rodeándolo, pidió que fuera a verlo. Y lo hice. Estaba cansado y no quiso levantarse. La luz del sol le daba de lleno, y el aire fresco junto con el cantar de los pájaros entraban por la ventana. Con un gesto hizo partir a los sirvientes y señaló su pecho. Sonreí, me quité las babuchas, y me recoste a su lado, la cabeza sobre su pecho.

— Sólo espero verte en el paraíso, volver a reunirme con aquella Shahrazed tan fuerte y tan bella— y suspiró acariciando mi cabeza con su mano

— Sí. Yo también espero que nos reúnamos pronto allá en los jardines del paraíso— Me quedé en silencio por unos segundos— volverás a ver a Semsperi Hatun

— Sí, le mandaré saludos de tu parte— y se quedó en silencio.

Escuchaba el armonioso y oxidado palpitar de su corazón. Tranquilo. Y los recuerdos volvieron a mí. Una joven Shahrazed correteaba por aquel mismo ala de sus aposentos, él detrás, jugando como niños. La misma Joven, hermosa, sentada leyendo un libro sobre sus piernas mientras el redactaba sus cartas, brindándole de vez en cuando besos castos sobre la piel destapada a su alcance. Los dos amantes, volvían a reunirse de nuevo en su pequeña jaula.

Cuando todo cesó. Silencio.

Cerré los ojos y un vacío sumergió mi cuerpo en un mar de tristeza. Las lágrimas comenzaron a brotar. En un gesto desesperado hundí mi cabeza en su cuello, esperando sus cálidos brazos, para que me abrigaran del frío que ocupaba su cuerpo. Lloré. Me incorporé para admirarlo una vez más. Dormía, tranquilo sobre su lecho, sus brazos aún sobre mí. Su barba blanca, parecía ahora comerse su rostro, tranquilo, y esperé que al menos abriera los ojos, que me dijera que aún me amaba como siempre hacía, dándome un beso en la frente y enfundandome en un abrazo cálido.

Me puse en pie, me limpié las lágrimas y me dirigí al escritorio. Escribí una carta para anunciar a los pachas y gobernadores la muerte del sultán, ahora debía pelear de nuevo. Lo miré una última vez, y pareció sonreírme. Abrí las puertas y me dirigí al diwan.

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Y este es el último capítulo señores. Pronto os hablaré de cómo conseguirlo en papel. Dejadme vuestros comentarios, impresiones, estaré leyéndoos.

¡Un besazo!

La tercera SultanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora