— Sultana— me zarandeó la voz de Handan.
Levanté los pies para que la otra sirvienta pueda deslizar las babuchas dentro de mis pies. El olor a té chino me despertó un poco. Tomé unos tragos de la taza que me tendió Handan y miré mi reflejo en el espejo. Las sirvientas me mostraban varias coronas y yo sin mirar elegí una de ellas. Me la colocaron, me peinaron el cabello y me tocaron con un poco de perfume.
Pasé la noche mirando el cielo. Aquel artefacto es una maravilla y no me di cuenta hasta que ya no podía ver nada por la luz del sol. Dormí a penas unas horas cuando el sultán me envío uno de sus sirvientes para avisar a mis sirvientas de la llegada del Pacha Issa ben Omar.
Bajamos las escaleras hasta el harén, sin embargo el sultán me esperaba en la puerta de palacio, donde iba a recibir al pacha. Al llegar a su lado y hacer una reverencia él se giró hacia mí con las manos a la espalda.
— Te ves como una muerta viviente — dio unos pasos hacia mí y me sujetó de la barbilla— Tienes los ojos hinchados. No dormiste ayer
— Pasé la noche admirando el cielo.
Una risa burlona dejó su boca y me soltó para volver a colocar sus manos tras su espalda
— Traerle el velo
Me llevé la mano a la cabeza y efectivamente no llevaba mi velo. Me giro para mirar a Handan pero ella ya corría hacia palacio para traerme mi velo. Me giré avergonzada hacia Murad para excusarme.
— Yo...
— No pasa nada, es un despiste— llevó sus dedos a mi pecho descubierto— me habría gustado verte así más a menudo
De pronto unos pasos suenan detrás de mí y Murad quita su mano de mi pecho. Levanta sumando tendiendo la a alguien detrás de mí, que supuse que era Handan porque de pronto tenía un velo en la mano.
Extendió el velo entre sus dedos y lo pasó por encima de la corona y de mi cabeza. Tomé las extremidades del velo de sus manos e hice una reverencia para huir de sus manos.
Él puso sus manos detrás de su espalda pero siguió mirándome.
— Hice un nuevo encargo desde las bibliotecas de Istambul. Traerán archivos que creo que te serán muy interesantes.
Sonreí por su nuevo trato conmigo. Pareciera que quiera comprar todo lo que pueda en material intelectual para ganarme.
De pronto escuchamos el relinchar de caballos llegar de lejos. El sultán tendió su mano hacia mí, y cuando vio que no reaccionaba, pasó su brazo por mis hombros y tiró de mí hasta su lado. Escuché los cuchicheos detrás de mí, pero no me dió tiempo a realizar nada.
— Quédate a mi lado— me susurró.
Tomé su mano de mi hombro y la levanté para que él la quitara, mas él la tomó y acarició mis dedos, mientras mantenía su mano sobre mi hombro.
Escuchaba el latir de mi corazón en mis oídos y el calor subió a mi cabeza. Carraspeé para que quitara su mano, pero él se irguió con mayor omisión a lo que yo le intentaba decir.
Pero cuando comenzamos a ver los carruajes llegar me soltó y en unos segundos ya estaban delante de nosotros.
Tres carruajes y dos caballeros armados los guiaban hacia palacio. Eran muy bellos los carruajes, no eran de la zona porque tenían una ornamenta muy diferente. Los caballeros bajaron de su caballo e hicieron una reverencia al sultán y luego a mí.
Murad les hizo una seña para que abrieran los carruajes y ellos se apresuraron a correr a las puertas de los carruajes. Las abrieron y de una de ellas bajó un hombre, bajo, gordito y con un barba abundante, tras él un mujer. Estaba toda tapada y sólo se veían sus ojos. Del otro carruaje bajaron otras cuatro mujeres igual de tapadas y del tercero otras dos.
ESTÁS LEYENDO
La tercera Sultana
Roman pour AdolescentsShahrazed, mujer instruida y libre, es obligada a casarse con el sultán. Conocedora de las ciencias y amante de la filosofía. Pero una mano no puede apagar el fuego que ilumina el interior de Shahrazed.