Zeynab Nefzaouia

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La Sultana Kösem sonrió ante mi petición. Pude diferenciar cierta burla en su mueca, pero necesitaba su permiso. Me señaló la taza de té invitándome a seguir tomando.

— Si tanto te apetece cocinar algo para el Sultán pues hazlo. Pero no acostumbres a Murad a ello, si no no volverá a comer con nosotros.

Sonreí contenta. Tenía ganas de una buena Bastilla y sólo me gusta la que yo preparo, puesto que la aprendí de mama Aicha. Fui a pedir a la Sultana que me dejase cocinar, pero por lo visto voy a tener que cocinar de más. Mi madre a mi lado me pellizcó y cuando la miré me hizo una seña, indicándome su descontento con mi petición. Nos despedidmos de la Sultana Kösem y dejamos su tienda. Los jardines se ven tan bonitos a esta hora, es hora del Maghreb, y tras hacer nuestros rezos, acompañé a mi madre hacia los carruajes para que la lleven a casa.

— No vas a hacer el trabajo de los sirvientes ¡Acaso no tienes estima por tu reputación en este palacio!— me tomó del brazo para explicarme y asegurarse de que la escuchaba— esas víboras quieren a tu esposo, y debes ser fuerte. 

Cuando la vista del sultán me hizo parar en seco. Mi madre lo reconoció a la primera y se colocó bien el velo sobre su cabello. Hicimos las dos una reverencia e intentamos caminar lejos, pero madre era muy entrometida.

— ¡Qué coincidencia más bonita! ¡Sultán Murad! ¿Cómo se encuentra?

Él se giró hacia nosotras y sonrió al verme con mi madre. Caminó hacia nosotras con las manos en su espalda. Algo sobresalía de su cinturón, que al acercarse me percaté de que es su espada.

— Espero que la hayan tratado como es debido

Madre sonrió y me miró: — Sí, extrañaba a mi niña y vine a verla.

— Bienvenida en cualquier momento— le dijo él. Luego se acercó algunos pasos hacia mí— Quisiera verla más tarde Haseki.

— Como usted desée Sultán.

Hice una reverencia sin ateverme aún a levantar la cabeza y mirarlo. Él se alejó y mi madre montó en el carruaje, que la lleva hasta su casa. Luego, pasé con mis sirvientas a las cocinas para hacer unas Bastillas. El cocinero no conocía mi receta y se sintió muy contento al ayudarme. La Sultana Kösem me envió varias veces a Khadija para saber cómo estaba, así que debí preparar de más para enviarle a ella para que coma.

Cuando el sirviente del sultán entró a la cocina y se abrió paso entre los sirvientes.

— Haseki el sultán la pide, para ahora.

Mi corazón se aceleró en latidos. Me lo había dicho hacía bastante tiempo pero lo olvidé al completo. Me limpié las manos e indiqué al cocinero que las ponga en el horno y que las cuide. Corrí nerviosa escaleras arriba con mis sirvientes detrás de mí, y mientras avisan al sultan de mi presencia, me apoyé sobre la pared para respirar y calmar mi pulso. Al entrar a los aposentos del Sultán lo veo sentado sobre la silla de su escritorio. Al percatarse de mi presencia suspiró y dejó la pluma sobre el papel en el cual escribía.

— Haseki, bienvenida. La esperaba hace un tiempo.

— Sí, disculpe, me entretuve y lo olvidé

Suspiró y caminó hacia el balcón. Se veía cansado, puesto que casi arrastraba sus pies por el suelo. Seguí sus pasos, la curiosidad me invadió.

— Sultán, se ve cansado.

Él miró al horizonte por unos segundos, agachó la mirada a sus pies y luego sonrió eliminando la tristeza del momento.

— Asuntos de política.

Sonreí, ese hombre no tenía debilidades.

— Recuerde Sultán: para salir de un pozo, antes ha de dejar de cavar hacia abajo— Él se giró y me miró divertido— Luego, comience a cabar por los lados, para hacerse espacio. Y finalmente, ponga tierra bajo sus pies, para comenzar a subir de nuevo.

La tercera SultanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora