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Habían sido largos días de trabajo. El país seguía en recesión, pero no por eso las necesidades económicas de su familia iban a desaparecer.

Sí, Hiyore tenía una familia que mantener. Aunque la presión y el estrés que le otorgaba su única fuente de ingresos amenazaba con hacer de su corto cabello rubio varios tonos más claro, en cierto modo recordaba la alegría que tuvo al verlos nacer cada vez que los veía y eso le daba fuerzas para seguir.

Sus hijos, sus dos hijos, con este iban dos días sin verlos. Se le estaba convirtiendo en una mala costumbre quedarse a dormir en ese lugar.

Pero, ¿qué culpa tenía ella de que el único trabajo que le daba la opción de poder pagar la universidad de su hijo mayor quedara en el extremo más alejado de la ciudad? Tampoco era un pecado si podía ligar con alguien mientras se quedaba allá, ¿cierto?

Bueno, lo que importaba era que había vuelto a casa y, aunque ya fuese de noche, al menos podría ver a sus angelitos dormir.
O al menos eso es lo que ella creía.

—Ya llegué...

Nadie le respondió. Sus retoños ya debían estar dormidos.

Lentamente y sin hacer mucho ruido, Hiyore entró en la sala y se sentó en el sofá. Pero antes de que pudiera relajarse, su nariz le dio una alarma.

—¿Pero qué rayos almorzaron estos niños?

Desde el comedor, que estaba a un lado, un fuerte olor a pescado le impedía descargar todo su cansancio en la sala. Así que se puso de pie y subió al segundo piso.

El primer cuarto a la izquierda tenía un infantil cartel que decía "Chika" con corazones y todo. Justo enfrente, una puerta normal sin adorno alguno...

—¿Debería verlos un momento? —le preguntó al aire.

De pie unos momentos, pensando si ser buena madre o irse a dormir, se decidió por la habitación de la menor.

—Chika...

Susurró su nombre por inercia, casi como por hábito. La habitación se veía normal, aunque le faltaba algo de orden. Sobre la cama se encontraba acurrucada la pequeña figura que había heredado su rubio natural.

Estaba acercándose al rostro de su pequeña cuando...

—Esto apesta.

...un fuerte olor a pescado asaltó sus fosas nasales nuevamente.

—¿Cuantas veces les he dicho que no coman en las habitaciones?

Lanzando otra pregunta al aire, dio un pequeño beso en la frente de su hija y salió de la habitación.

Ahora seguía el mayor.

Lentamente abrió la puerta, pero mientras más lento lo hacía, más fuerte rechinaba. En contraste con la habitación de su hermana menor, este cuarto era un verdadero vertedero. Tal vez hubiera ratas en el lugar.

El chico dormía boca abajo con un brazo colgando y la saliva escurriéndole. Totalmente inconsciente. Se acercó tan rápido y en silencio como pudo a través de la basura para cerrarle la boca, pero algo la interrumpió.

—¡¿Qu... ¡Deberías aportar con el ejemplo, mocoso! ¡¿Así te haces llamar "hermano mayor"?!

Al parecer sus pequeños no habían encontrado mejor idea que almorzar mariscos y repartir su olor por toda la casa.

Nada más alejado de la realidad.

Apretando los dientes y el puño, contuvo la ira que surgía y se fue a su habitación.

Yandere ImoutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora