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Cinco años después, el mismo tiempo en que cierto engendro habría de resucitar y volver a la Tierra por obra de un demonio, en otra parte del mundo, en un lugar muy lejos de Nueva York, una pareja pasaba tranquilamente la tarde, recostados uno junto al otro sobre un verde prado.

El clima no podía estar mejor. El sol brillaba alto en el cielo de primavera y una agradable brisa les acariciaba la piel.

Hubo un tiempo en el que pensó que estos momentos jamás volverían, que todo se había ido al carajo con la entrada de la pequeña rubia en su relación.

Pero ya no.

Sentir el cuerpo de Marina a su lado y su cabeza sobre su pecho era todo lo que necesitaba para saber que esos tiempos ya habían pasado. No necesitaba nada más.

—Te amo —le dijo, apretando su brazo alrededor de ella. No iba a dejar que se fuera otra vez.

Ella se acurrucó más a su lado, sin decir una palabra.

—¿Tú me amas, Marina? —le preguntó. Sabía que no necesitaba responderle, sólo quería escucharlo de sus labios.

—Claro que te amo —no era Marina—, Onii-chan.

«¿Qué...?» No podía serlo.

La chica a su lado levantó su cabeza hacia él y le sonrió dulcemente. Usaba una peluca del color del cabello de Marina, de la que colgaban pequeños jirones de plástico rosa y rojo. Goteando.

No era plástico, era el cuero cabelludo de Marina.

—Por supuesto que te amo, Onii-chan. ¿Qué clase de pregunta es esa? —rió dulcemente.

El paisaje se fue distorsionando en una escena horrible que, en el horizonte, se veía desmembrarse y volar en pedazos hasta a un cielo que se había vuelto una tormenta de sangre y bilis.

La suave brisa se había transformado en un huracán voraz que arrancaba los árboles de raíz y los destrozaba en miles de pedazos en el aire.

—¿Tú me amas, Onii-chan? —dijo, con la misma dulzura de su sonrisa en medio de todo el caos. El cuero cabelludo de Marina derramaba más sangre sobre su cándida expresión.

Entonces, la tierra a su espalda se abrió en unas hambrientas fauces de lodo y piedras que lo llevaron en picada directo hacia un infierno negro y silencioso.

Despertó. Rígido sobre su cama.

Despertó con aquella terrible sensación que deja el soñar con caer.

Su cuerpo había sudado tanto que sus sábanas estaban húmedas.

Su respiración, fuerte y acelerada, movía rítmicamente la rubia cabeza sobre su pecho.

—¿Tuviste una pesadilla? —le dijo ella—. No te preocupes, yo te haré sentir mejor.

Ella movió la mano con la que estaba abrazándolo y la bajó suavemente por su pecho hasta llegar a su vientre, donde empezó a presionar sus uñas con fuerza sobre la cicatriz de la operación.

El dolor fue indescriptible.

—¿Te sientes mejor? —dijo en un gemido. Sus cristalinos ojos azules lo veían con ferviente deseo.

Ella estaba excitada con su dolor.

Fue demasiado.

—¡Ah! —despertó. Realmente, esta vez.

Pero aquel dolor fantasma seguía allí. La onírica presión fue tanta, que aún podía sentir como esas uñas le abrían la carne. Su mano apretaba su camiseta a la altura de la cicatriz.

Yandere ImoutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora