36: Amigas, Culpable Identificado

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Abro los ojos sintiéndome ligeramente desorientada en la habitación. La luz del alba se filtra por la ventana y las cortinas se agitan con suavidad por la corriente de aire.

Sonrío como boba ante los recuerdos de la noche anterior y me giro sobre la cama solo para encontrar el adormilado rostro de Drew pegado a la almohada. Su cabello está revuelto y permanece abrazado a uno de los cojines.

Me levanto de la cama dirigiéndome al pequeño armario donde guardé mi ropa el día de ayer. Pesco ropa interior limpia y deslizo un vestido largo y casual por mi cuerpo, tomo un par de sandalias y voy al baño a lavarme el rostro y los dientes.

Daré una vuelta antes de tomar una ducha.

Salgo de la habitación dejando la puerta cerrada con seguro, para asegurarme de que ninguna de las chicas entre y se encuentre con semejante dios echado en mi cama.

Anoche fue simplemente mágico, de inicio a fin. No fue perfecto en todo sentido, pero no es un mal recuerdo.

Saludo al hombre de la recepción y voy hacia la salida que da hacia la playa.

A esta hora la playa está casi vacía, solo hay gente haciendo ejercicio o algunas personas que recién regresan a sus hoteles después de una noche de tragos.

A lo lejos distingo la roja cabellera de Sophie, está acompañada por un hombre de cabellos rubios. No se ve muy contenta. Me encojo de hombros y sigo avanzando.

Me pregunto cuándo será la hora del desayuno y si mis compañeros despertarán temprano.

La arena se desliza por mis pies, hacía mucho que no iba a la playa.

De repente me pregunto a donde es que fuimos de vacaciones con los Gallagher

—¡Déjame! —la voz de Sophie llega a mis oídos.

Me veo obligada a girar por el tono de urgencia de su voz.

El chico la tiene agarrada por las muñecas y ella forcejea. Por el tambalear de los pies del hombre me doy cuenta de que es uno de los borrachos que recién debe estar llegando de algún club.

—¡Oye, ya! ¡Déjame! —grita ella intentando zafarse de las manos del hombre.

—Vamos, no te hagas de rogar —dice él acercándose a más a ella.

—¡Ag! ¡Quítate, mugroso! —exclama ella intentando empujarlo lejos.

—Vamos, déjate de estupideces —dice él zarandeándola.

Diría que se lo merece, pero no es cierto. Sophie puede ser muy cruel, burlona, hipócrita, amargada y hasta ladrona de lapiceros, pero no merece algo así, nadie merece algo así.

Me acerco a ellos antes de que pueda acobardarme e impacto mi puño contra la mandíbula del rubio, alejándolo de ella y haciendo que tambalee cayendo sobre la arena.

Sophie se lleva una mano al pecho y con la otra limpia una de sus lágrimas. Resopla y patea al hombre en la ingle antes de refunfuñar como niña.

El hombre gimotea antes de que dos hombres de seguridad del hotel aparezcan y se lo lleven.

¡Qué eficientes! ¡Tardaron siglos en siquiera darse cuenta!

Me acerco a ella y la tomo por los hombros.

¡Profe, No Borre El Pizarrón!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora