III

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Capítulo 3: En silencio no hay riesgos.

Salió corriendo hacia la casa de su patrón, que claro, estaba entre los barrios de gente rica, con una casa que, bueno, ni una casa se le podía llamar siquiera; era una mansión bastante ostentosa, con luces tan deslumbrantes decorandola que le daba dolor en sus ojos.

Ya era algo tarde, y contrario al clima de esta mañana, ahora soplaba un viento bastante helado que calaba las delgadas piernas de México, se odió a sí mismo de no haber traído una chamarra por lo menos, o pedirle prestado algún abrigo a doña Benedicta, aunque es probable que la haya dejado tirada luego de haber escapado del vejete que lo pateo.

No se esforzaba en esconder el ligero alivio y emoción por dar su parte de lo obtenido con la mayor, debía hacerle algún altar a esa señora. O bueno, quizás algún regalo, una nueva pañoleta, por ejemplo, será muuuy de su estilo. Aquella emoción era incluso un poco más grande que el agotamiento que crecía mientras más corría.

No aguantando más el cansancio se detuvo y apoyó su brazo en un poste de luz; no había ni una sola alma pasando por ahí, estaba solo.

No quiso alterarse por eso, ya paso por cosas peores que estar en una calle oscura y a solas. Aunque admitía que le causaba ciertos escalofríos que incrementaban cada vez corría y se acercaba más a su destino.

Luego de descansar un momento siguió con su camino, debía apresurarse si quería que España le perdonara los anteriores atrasos que tuvo.

Ya frente a la entrada de esa gran mansión, tocó la elegante puerta de madera. Nadie contestó.

Intentó golpear con más fuerza, sintió algo, un incómodo escozor en sus nudillos. Diablos, chingadas costras, no trató debidamente sus ampollas la última vez.

Recorrió su mirada por toda la entrada, vio un poco más arriba una especie de interruptor, bingo, un timbre. Estaba algo alto, bueno, apenas lo alcanzaba, como a unos 40 centímetros más de su mano cuando la estiró. Saltó para presionarla, pero no alcanzó, o el timbre estaba muy alto o él era muy bajito, quería pensar que era por lo primero.

"Malditos postes que no pudieron poner una escalera por lo menos" pensó. Puso su pie en una de aquellas barandas de hierro que lo separaba del jardín que tenían; no sin antes dejar la bolsa con el dinero a un lado; y se impulsó un poco para poder alcanzar el timbre, pero resbaló y cayó del otro lado de la baranda.

Piso por accidente un poco del follaje y algunas flores, esperaba que no fueran las favoritas del patrón.

"Verga, espero que tampoco me cobren por eso"

Con la misma mano que se sostuvo para detener su caída y no incrementar más daños, volvió a sostenerse por una de esas barras de hierro y se levantó. Debía hacer un segundo intento.

Miró su mano. Estaba manchada de lodo.

Se miró por el reflejo de una ventana cercana. Sí que estaba del asco.

Bueno, no podía decir que era la primera vez que venía de esa manera a aquella mansión, la diferencia es que siempre entraba acompañado con uno de sus hermanos, con Argentina o Perú, y siempre se ayudaban para entrar.

Esta vez tomó más impulso, sosteniéndose con sus pies la delgada superficie de la baranda y con una de sus manos manteniéndose firme en el muro y la otra alcanzando el timbre. Presionó el interruptor tantas veces podía, como un niño pequeño desesperado por llamar la atención, aunque su mentalidad no estaba lejos de ser como la de un niño. Escuchó pasos del otro lado y rápidamente bajó de la baranda y cogió la bolsa con el dinero.

¿Solo un dólar? || UsaMex ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora