VIII

383 64 5
                                    

Capítulo 8: ¿Quién es la verdadera mala influencia?

—Lo mismo puedo decir.

Y ahí estaba. Estrechándole la mano a quien probablemente sería un posible espía. Alguien más poderoso que él incluso. Haciendo tantos trucos que haga falta para mantenerse en la posición de clase alta en la que está.

Pero él no estaba bien, no estaba para nada bien.

Nunca se había sentido tan muerto en vida, ni siquiera cuando tuvo que tratar con el montón de inadaptados que eran sus hombres, y el montón de situaciones incomodas que él quiso terminar con unos disparos.

No le importaba lo que su supuesto socio podría decir sobre él a sus espaldas. Ni siquiera la mínima posibilidad de que usara todo lo que tiene y sabe para desmantelar este "humilde" negocio.

Ya había pasado por suficiente, se sentía muy viejo para preocuparse. Sabía que algo así pasaría y él estaba preparado para lo que tenga planeado.

Incluso si eso significa entregar a quienes supuestamente son sus trabajadores más capaces.

Eran solo niños, ya lo sabía, pero no encontraba mejor forma de mantenerlos alejados de él. Cada uno le traía recuerdos tanto desagradables como satisfactorios.

¿Qué si era incorrecto usar niños para vender droga? Por su puesto que lo sabía. Cualquier persona con algo de moral lo sabe. Pero en su defensa, él no sirve para ser la figura paterna de nadie, poco le importaba arriesgarlos desde tierna edad a negociar eso.

Pero eso no significaba que no les enseñaría un par de cosas sobre el mundo; privándoles de una educación que los enseñara a leer o escribir. Le resultaba inconveniente que ellos aprendieran eso puesto que cada uno era bastante astuto a su propio modo. Y eso era lo que más odiaba de ellos. Sus actitudes rebeldes y bastante inadecuadas frente a las personas que les rodean. Disciplinarlos no fue una tarea difícil, el matrimonio de los García sirvieron muy bien para su formación y disciplina, pero eso sólo ayudo a hacerlos más obedientes, más no a abandonar las extrañas costumbres y personalidades de cada uno, que aun manteniéndose a raya estando frente a él, sabía que a sus espaldas ellos tratarían por cualquier medio de deshacerse de él.

Le molestaba. Le molestaba bastante.

Esperaba que estuviesen algo agradecidos con él. Porque de haber sido otras circunstancias, los hubiera usado de una forma diferente a las ventas de drogas, como la venta de sus cuerpos, por ejemplo.

Y de alguna forma extraña, prefirió no hacerlo, no porque sintiese algún tipo de cariño por ellos, sino porque simplemente no sucedió.

Y técnicamente para él, la historia era siempre la misma. Esos pequeños niños, esas pequeñas criaturas de dios, quedaron a merced de una casualidad que los dejó sin apoyo, sin una guía y sin un hogar.

Los hizo trabajar en algo simple de hacer a su parecer. Usándolos en mano de obra y de repartidores. Y a veces las cosas que entregaban no eran necesariamente droga, sino uno que otro archivo e información clasificada.

Pero el odio en los ojos de esos niños que cada día se intensificaba más, le hacía pensar que poco a poco estaban descubriendo toda la verdad de su origen.

Aunque no se daba cuenta que solo era su paranoia.

Y ahora que Usa está pasando un tiempo de calidad con Nueva España, estaba seguro de que las cosas se iban a poner un poco más divertidas. Solo esperaba que el menor no se mostrara tan terco como habitualmente es.

Eso no le convendría para nada.

—Mi señor. —dijo su mayordomo, sacándolo de su corto ensimismamiento. —El evento empezará en unos 20 minutos, ¿desea que le prepare su traje?

—No es necesario. —respondió tajante. —De todos modos, la gran mayoría llega tarde, no quisiera ser el único aburrido de ahí... aunque en realidad.... No tengo muchos ánimos de ir hoy.

Se adelantó a ir a su habitación. Se acercó a su mesita de noche; y, de su cajón, saco una pequeña caja, quitándole el único seguro que tenía con una pequeña llave; preparó una pequeña jeringa y se la inyectó en su brazo.

Alzó su cabeza, mirando hacia el techo, y lanzo un suspiro placentero.

"No podría ser mejor..."

No creyó que así se sentiría. Guardó la jeringa y apoyó ambas manos en la mesita de noche.

Fue un buen regalo, eso suponía, pero aun así prefería fumar que utilizar una inyección. Sonrió levemente al recordar; China sí que sabía cómo cultivar esa planta, lástima que dejo de hacerlo varios años atrás.

Dirigió su vista hacia su puerta, viendo al viejo hombre que llevaba sirviéndole varias décadas. Pero se le notaba cierta incertidumbre en su expresión.

—... que ha pasado. —no lo dijo como pregunta, ya tenía una idea de lo que le diría.

—... el señor Usa tiene al muchacho. —no esperaba menos de él. — Pero alguien incendió ese lugar en el que vivían... usted sabe...

—...— sentía el efecto de la inyección relajarlo cada vez más, junto a un cosquilleo que se expandía por su cabeza.

—Los señores García y sus hombres se hicieron cargo. —continuó. —El fuego fue controlado y apagado, no se tiene indicios de qué lo haya causado, pero si me permite decirlo, sospecho bastante que el responsable haya sido su socio, el señor Usa... -

—¿Enserio? —no esperaba que esa sustancia lo pusiera de esa manera. —¿Le parece haber escuchado mi permiso para hablar así de mi buen socio? —el contrario no se podría explicar sobre en qué momento sacó una pequeña arma de esa mesita. Al igual que, no podía reconocer un tono sarcástico en esas palabras, como tampoco reconocía la expresión de quien había servido tantos años. Aquel que ahora le estaba apuntando con un arma. El miedo que sentía por la repentina acción no se hizo esperar. —¿Qué tal si te castigo volándote los sesos? Aunque sería una lástima porque no habrá nadie que limpie tus desperdicios.

El ambiente se volvió bastante tenso, guardando algo de aire en su pecho. El pobre hombre que estaba siendo apuntado no cabía en su sorpresa y miedo. ¿Qué le estaba pasando a su amo?

—S-señor por favor...— pero no veía otra opción más que rogar por su vida a quien se le había dedicado la mayor parte de ella para servirle. Se sentía patético. Parecía patético.

España, que estaba riéndose internamente por la expresión de aquel hombre, viéndolo como el espectáculo más cómico de su vida, se había acercado hasta estar a su lado, apoyo su mano en su hombro, de un modo amenazante mientras bajaba el arma.

—Estoy de coña. —le dijo, estando casi cerca de su oreja. —Claro que no te mataría yo mismo, mi fiel sirviente, sería un desperdicio, ya lo sabe.

El hombre mayor no supo reconocer el tono sarcástico en ese momento. Pero ahora estaba más que seguro que aquel socio tendrá una influencia bastante fuerte en todos los que conoce.

Sintió un poco de lástima por el menor, sólo un poco.

¿Solo un dólar? || UsaMex ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora