TRENTA.

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MARATÓN 5/6.

Cristóbal.

Han pasado cinco días desde la muerte de mi wawa, ayer fue su funeral, creo que ha sido lo más triste que he podido presenciar.

Claramente dejé ese día a mis hijos con una nana que le contratamos ya que la mamá de la Sofía iba a volver a trabajar todos los días, la Alaska también iba a trabajar y yo tenía que seguir trabajando, así que entre los tres les contratamos una nana a la Galadriel y al Santiago.

¿Dante? Le dieron libertad condicional por tres meses, el agente dejó la cagá en el tribunal pero aún así no sirvió para hacer que el Dante se pudriera en la cárcel.

Hoy iba al cementerio a ver a la Sofía, claramente soy un hombre que no se aguanta estar lejos de su polola, a pesar de que ahora esté enterrada bajo tierra le iba a hablar para que sepa cómo van las cosas por aquí aunque solo hayan pasado cinco días.

Al llegar, estacioné el auto afuera del cementerio y tomé el ramo de flores que le había comprado.

Caminé por unos cuantos minutos hasta llegar a la lápida de la Sofía, pero me di cuenta que había alguien más, el Dante.

Me acerqué a él con una furia increíble, dejé el ramo en la lápida y agarré al Dante de su polera alejándolo de ella.

—Aléjate de aquí hueón, por tu culpa mi mina está muerta, tú la mataste y ahora te apareces por aquí, erís un saco hueá —escupí en sus zapatos y él se quedó mudo, pero no duró mucho porque me tomó del cuello.

Lo último que recuerdo, fue mi cabeza chocar con la lápida de la Sofía y todo yéndose a negro.

(..)

Dante.

Maté a la Sofía y ahora maté al Cristóbal y para ser sincero, no siento nada de culpa.

Dejé que su cuerpo se quedara allí y llamé al 911.

—Encontré un cuerpo en el cementerio general, sobre la lápida de Sofía Crowley —dije para luego cortar la llamada y tiré el teléfono a la chucha, cosa que no supieran quién llamó.

Continué mi camino hacia las afueras del cementerio, con destino a mi casa.

No quedaba muy lejos de donde estaba así que no me demoré tanto en llegar, apenas entré, el olor a alcohol invadió mis fosas nasales, mi papá estaba aquí.

—Hijo mío, por fin llegas —me habló, con notoria ebriedad, se acercó a mi a lo que yo lo empujé con fuerza haciendo que se cayera al piso.

El sonido fue tan fuerte que en menos de dos minutos mi mamá apareció en el living, me miró con cara de odio y me pegó una cachetada, mandándome castigado hacía mi pieza.

Subí rápido para evitar encontrarme con mi hermana y me encerré ahí, contando los minutos hasta que alguien llegara por mi.

(..)

Nadie llegó, pero la noticia de que Cristóbal Lefebvre había muerto volaron de una casa hacia otra, mi mamá apareció por la puerta y finalmente me preguntó.

NIÑO MAL PORTAUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora