Durante la cena, de nuevo existía el silencio al que Carrie se había acostumbrado desde que el día anterior se hubiese incorporado el sensei. Cuando este se levantó y se marchó a su habitación, entonces fue cuando Daiki empezó a recoger los platos.
– Id a prepararos y esperadme en la puerta.
Carrie y Miku se dirigieron hacia sus habitaciones.
– ¿Prepararnos? –preguntó la rubia extrañada.
– Ven conmigo.
Miku deslizó la puerta shoji y abrió el armario que hay en su habitación.
– Nosotros tenemos un aspecto definido. Por Tokio ya hemos adquirido cierta fama.
– ¿Y yo?
– Supongo que podré apañarte algo. Vamos de negro y en la cara llevamos... –Miku sacó del armario una careta de esqueleto– ¡esto!
De primeras, a Carrie le pareció un poco absurdo.
– Somos conocidos como Calaveras Nocturnas. Nunca nadie nos ha pillado. Hemos logrado captar la atención de la prensa y desviar a la policía, a la yakuza... y a Hiromi. Aunque creo que éste último siempre ha sospechado de que los Calaveras Nocturnas somos nosotros.
– ¿Y tienes de sobra? –se interesó Carrie.
– Tengo la de Nick –sonrió la japonesa mientras le lanzaba otra careta.
Carrie se fijó en que la suya llevaba una franja lateral azul. La de Miku una franja verde; y la otra, supuestamente de Daiki, una franja roja. Cuando Daiki se dirigió hacia su dormitorio para cambiarse se topó de frente con las dos mujeres, vestidas de negro, con la careta y una capucha puestas, y cada una su katana a la espalda. Daiki se quedó petrificado.
– Huele a femme fatale –bromeó el japonés.
– No quieras comprobarlo –respondió Miku tocando su hombro al pasar por el lado.
Apenas tardó cinco minutos en cambiarse él también. Carrie pensó divertida que parecían una banda de delincuentes a punto de cometer un crimen. Pero todo lo contrario. Cogieron el coche viejo, viajaron hasta la ciudad y lo aparcaron en un descampado.
– Nunca lo entramos a la ciudad. Y cuando venimos aquí a por él nos aseguramos de que nadie nos ha seguido –advirtió Daiki.
– Vale –asintió Carrie.
Se dirigieron hasta un edificio cercano. Se situaron frente a las escaleras exteriores de incendios.
– Que empiece el show –dijo Miku empezando a subir por los escalones.
– Procura no caerte –añadió Daiki corriendo detrás de la protectora.
– Lo intentaré –finalizó Carrie siguiéndoles el ritmo.
Al llegar a la azotea, los tres se acercaron al borde.
– Aquel edificio de allá –dijo Daiki señalando una estructura de mediana altura–. Han quedado en el callejón de detrás algunos miembros de la yakuza para hacer una compra de armas.
– Vamos a meter el hocico en sus negocios –animó Miku.
Los tres se miraron a los ojos bajo las máscaras. Asintieron y Miku saltó hacia el edificio de abajo, mientras que Daiki desplegó su katana y, por el filo no cortante, se deslizó por los cables de la electricidad. Carrie miró a ambos entendiendo que debía poner en práctica los dos meses de parkour. Suspiró y saltó hacia el edificio de abajo, al igual que Miku, que ya se encontraba lejos, corriendo ligera por una cornisa. Siguió por la azotea sin detenerse, pasando por encima de los tubos de ventilación, y al llegar al borde saltó sin pensar hacia adelante, agarrándose de la reja de una ventana. Sintió la adrenalina recorrer sus venas. Todavía no podía creer que estuviese haciendo aquello. Trepó entre las ventanas hasta llegar a la azotea. Desde allí, saltó a la del edificio de la derecha. Siguió por ella hasta alcanzar la de delante, y después trepó por el siguiente edificio hasta situarse junto al resto de las Calaveras Nocturnas.
– Ahí. Mirad –señaló Daiki.
En el callejón de única entrada y salida, e iluminado por una farola de pared de luz fría, habían reunidos al menos nueve hombres. Algunos llevaban las armas al descubierto; mientras que las de otros se podían entender bajo las americanas de sus trajes. Uno era claramente el líder del grupo, pues portaba consigo un maletín metálico. Se podía ver un gran tatuaje ocupando parte de su cara.
– Ahí debe estar el dinero para pagar la entrega de las armas –susurró Miku.
– Falta esperar a que lleguen los vendedores, ¿no? –preguntó Carrie.
Miku asintió. Daiki los observaba detenidamente.
– Ahí están –susurró señalando a dos hombres que entraron por el callejón en ese momento.
– Extraña desventaja –apuntó Carrie.
– La yakuza sabe que si matan a sus vendedores, salen perdiendo. Ellos saben demasiado; un soplo a la policía podría ser fatal... –explicó Miku.
Uno de los recién llegados, cargado con dos maletas, se acercó al líder del grupo de la yakuza. Empezaron a conversar.
– Es momento de actuar –anunció Daiki–. Golpeamos a los del intercambio, para que no puedan llegar a usar las armas. Yo caeré por allá; vosotras encargáos de que los de ahí detrás no me disparen. No quiero parecer un colador, ¿sí?
Carrie sonrió.
– Hecho –respondió.
– Dale –sentenció Miku.
Daiki saltó y cayó sobre el vendedor de armas, justo cuando iban a efectuar el cambio de maletines. El hombre cayó aplastado por el peso del japonés, que miró a todos los presentes. Cuando los de la yakuza fueron a reaccionar, Carrie y Miku cayeron sobre otros dos.
– Kon'nichiwa –dijo Miku en tono burlón.
Y entonces desenfundaron los tres las katanas. Cuando los de la yakuza alzaron las armas para abrir fuego, las Calaveras Nocturnas empezaron a repartir patadas y puñetazos encadenados. Estando tan cerca unos de otros, resultaba mucho más fácil una batalla cuerpo a cuerpo que con armas de fuego. El otro miembro de los vendedores, que también llevaba dos maletas con las armas, echó a correr. Daiki y Miku intercambiaron una mirada fugaz.
– ¡Déjalo! –gritó Daiki mientras golpeaba a uno de la yakuza que acababa de desenfundar su pistola.
Carrie golpeó a uno en la cara con el mango de la katana y luego se agachó y deslizó la hoja cortante de su arma por el muslo del soldado. La pierna herida cedió y el de la yakuza cayó al suelo malherido. Ella corrió hacia uno que iba a atacar a Miku por la espalda y le golpeó en las costillas, luego le propinó un rodillazo en la boca y después de una media vuelta descargó su pie izquierdo contra la caja torácica del enemigo, lanzándolo directo al suelo. Con la katana rozó el traje del hombre que luchaba contra Miku, captando su atención lo suficiente para que Miku torciese su brazo, lo colocase en su espalda y lo girase, rompiéndolo. El hombre se tiró al suelo a voz en grito mientras se presionaba el hombro, dolorido. Solamente quedaban dos en pie. Daiki iba alternando patadas y puñetazos a cada uno. Carrie corrió hacia uno de ellos y le golpeó en la corva, haciéndole arrodillarse en el acto. Luego golpeó su cabeza con el mango de la katana hasta dos veces, haciéndole caer al suelo. Daiki contempló la escena. Luego subió la pierna a la altura de la cara del último enemigo en pie y la cruzó hacia el lado opuesto, noqueando al de la yakuza en el acto. Los tres se juntaron de nuevo mientras se aseguraban de que ninguno de los hombres pretendía levantarse del suelo.
– Prueba superada –comentó Miku entre jadeos.
– Ha sido increíble –confesó Carrie.
– Podemos aprovechar para interrogarles –propuso Daiki señalando una de las cocheras que había en el callejón–. Ahí.
Forzaron el candado y abrieron la puerta del garaje. Lanzaron a los líderes de cada grupo al interior, que se retorcían doloridos. Miku sujetaba una pistola, mientras la observaba con detenimiento. Daiki cerró la puerta desde dentro mientras Carrie accionó el interruptor de la luz.
– Vamos a ello –proclamó Daiki mostrando unas cuerdas.
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Jikan. El poder del tiempo
FantasyLa joven Carrie oculta un secreto que jamás le ha contado a nadie: con sólo imaginarlo, todo el mundo se detiene. Congelado, inmóvil. Toda la Tierra a su merced. Sin embargo, cuando su dieciséis cumpleaños está a la vuelta de la esquina, la llegada...