Capítulo XXXI

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Daiki y Carrie llegaron a los laboratorios Atarashī Kagaku. Carrie suspiró profundamente cuando bajó del coche. Se tocó el colgante de su madre para que le diese fuerzas. Daiki se colocó a su lado y juntos se acercaron a la puerta automática de cristal. Frente al mostrador se encontraba Hiromi y dos de sus escoltas. Carrie notó lo difícil que le resultaba a Daiki reencontrarse con su antiguo amigo.

– Bienvenidos –dijo Hiromi.

Daiki y Carrie avanzaron a paso firme hasta el japonés. Conforme avanzaban, Carrie pudo ver a su alrededor más y más mercenarios armados.

– ¿Ya no les pintas tatuajes? –comentó Carrie burlona, pretendiendo mostrar una seguridad que realmente no tenía.

– Ya no hace falta –respondió Hiromi manteniendo su sonrisa –. Seguidme.

El japonés, seguido de sus escoltas, dio media vuelta y cruzó una puerta doble abierta de par en par. Carrie y Daiki le siguieron.

– Hiromi, ¿dónde está Miku? –se interesó Daiki.

– Tranquilo, Dai. Ahora en seguida la verás.

Siguieron caminando por unos pasillos blancos hasta llegar a una sala llena de camillas. Una de ellas tenía varias máquinas alrededor. Cerca, había otra con una chica sobre ella. No tardaron en ver que estaba atada a ella, y que se trataba de Miku. Daiki hizo una señal para que uno de sus mercenarios la soltase. Ella se puso en pie, y entonces vio a sus amigos. Sin embargo, el mercenario la retuvo por el brazo. Hiromi sonrió.

– Bien, estáis aquí. Así que Miku será libre pronto. Pero... ¿ya has tomado una decisión, Jikan?

Carrie miró a los ojos a Hiromi y aguantó la mirada unos instantes.

– Podemos llevar a cabo el experimento –proclamó–. Las dos únicas premisas: dejaréis a Nick en paz y me dejaréis llevar mis armas conmigo.

Hiromi frunció el ceño.

– Si el experimento funciona contigo, necesitaremos hacer lo mismo con Nick para erradicar a los demonios. Si no funciona, no le obligaremos a hacer nada que no quiera, si te sirve.

Carrie le aguantó la mirada, desafiante.

– Por las armas no hay problema –añadió–. Puedes dejarlas ahí mismo.

Carrie cerró los ojos. Después miró a Miku, y por último a Daiki.

– En cuanto a vosotros –prosiguió Hiromi–. Tendréis en breve la oportunidad de volver a la casa de madera a seguir viviendo vuestra aburrida vida encerrados con el sensei.

Daiki y Carrie intercambiaron una mirada. Ella notó un nudo en la garganta.

– Si, por el contrario, permanecéis aquí interfiriendo en nuestra investigación, se acabará la paz. No me importará que todos mis mercenarios os disparen a la vez y acabéis como un colador. ¿Entendido?

Carrie podía ver la rabia en los ojos de Daiki. Ella le miró y asintió despacio.

– Tranquilos, no pasa nada –añadió–. Es algo que tengo que hacer.

Hiromi sonrió. Le hizo una señal al mercenario que cogía a Miku y este la soltó. La japonesa caminó despacio hacia ellos y se lanzó a los brazos de Carrie. Ella le apretó con fuerza.

– Lo siento –susurró.

– No es culpa tuya –le exculpó la japonesa.

Luego ambos protectores se abrazaron. Miku parecía aguantarse las lágrimas. Carrie no quería imaginarse cuando Daiki le diese la funesta noticia de la muerte del sensei. Después de aquello, y bajo la atenta mirada de Hiromi y de todos los mercenarios del mismo allí presentes, los protectores abandonaron la sala. Carrie suspiró mientras enjuagaba las lágrimas que todavía mojaban sus mejillas.

Jikan. El poder del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora