Carrie, maniatada, se encontraba en el ascensor junto con sus dos mayores enemigos y un puñado de mercenarios. Había intentado detener el tiempo. Ya no podía. Notaba un extraño vacío en su interior. Pensó que era así como debían sentirse los humanos normales y corrientes, y deseó no serlo. El ascensor les llevó hasta la azotea del bloque de edificios, donde se situaba un pequeño aeropuerto. Allí les esperaba un avión que, si bien no era de gran tamaño, parecía muy lujoso. Uno de los mercenarios le empujó para que saliera del ascensor tras Hiromi y Gladiador. El japonés llevaba colgada de la espalda su mochila con las armas. Por ella asomaba el mango de la katana. Pensó en qué posibilidades tenía de coger la espada y acabar con todos los que le rodeaban, pero se convenció de que eran nulas. Resignada, caminó hasta alcanzar el avión. En el interior, obligaron a Carrie a sentarse en uno de los asientos. Frente a ella, y separados únicamente por una pequeña mesa de madera, se sentó Hiromi. Dejó la mochila con las armas a su lado. Sonrió.
– Cuando hayamos controlado a tu tío, todo sucederá muy rápido. La invasión se llevará a cabo en cuestión de horas, quizás minutos, y entonces la humanidad renacerá.
Carrie resopló.
– Ahórrate tu propaganda utópica, no tienes nada de lo que convencerme –le espetó de forma agresiva–. Será más útil si me dices dónde piensas encontrar a mi tío.
Hiromi borró la sonrisa de su boca y sus semblante se tornó serio. El avión no tardó en despegar.
– Creemos que puede seguir en el portal o cerca de él. Por ello se quedó, ¿no? Para sellarlo.
A Carrie se le iluminó una bombilla en aquel momento. Intentó no sonreír.
– Sí, por ello se quedó. Sin embargo, si Gladiador está aquí es porque debe haber otro portal; ¿cierto?
La chica miró de soslayo al demonio vestido de época romana, que había tomado asiento en la parte contraria del avión.
– Así es, tenemos otro portal en Tokio.
Carrie fingió una risa burlesca.
– En Tokio la gente no para de moverse. Conocen cada rincón, en especial las mafias. ¿Qué crees que pasará cuando alguna mafia se encuentre con el portal por casualidad y se interese por él?
Carrie intentaba averiguar la posición de aquel segundo portal. Pero no para ella, que ya viajaba de regreso a su ciudad natal, sino para Daiki y Miku. Los protectores estaban escuchando todo lo que había ido sucediendo a través del micrófono que había escondido en la mochila. Mientras aquella mochila estuviese cerca de ella, sus protectores sabrían en todo momento si estaba bien. Supuso que ya se habrían movilizado para ir a rescatarla después de haber escuchado a Gladiador y el nuevo poder que éste había adquirido a costa de Carrie.
– En ese caso los destruiremos –respondió tajante Hiromi, para sorpresa de Carrie–. Además, desde que alquilé los laboratorios, nadie se ha acercado a la zona a curiosear. Y creo que así será durante mucho tiempo.
Carrie apenas pudo esconder su media sonrisa. Ya había revelado su posición: los laboratorios Atarashī Kagaku. Rezó para que Daiki y Miku estuviesen escuchando, y así actuar y cerrar el portal. Pasaron algunos minutos en silencio.
– Deberías dormir –objetó el japonés–. No quiero que por culpa del jet-lag te pierdas la llegada de la nueva especie.
– Traquilo, puedes llamarles demonios –respondió Carrie–. No creo que a Gladiador ni a sus huestes les moleste. Saben bien lo que son. Igual que lo sé yo. En cambio tú...
Hiromi rió despacio.
– Todavía sigues tan ciega...
– ¿Eso crees?
– Sí, eso creo.
– Entonces dime cómo crees que van a transformar el mundo.
Carrie y Hiromi se desafiaron mutuamente en un duelo de miradas. Carrie pensó que quizás no podría matarle, pero al menos su mirada le atravesaría. De pronto, un par de brazos decorados con unas manicas romanas se colocaron sobre la mesa que separaba a ambos. Estos levantaron la cabeza hasta encontrar el rostro de Gladiador.
– Para que algo pueda ser distinto, lo anterior debe morir –explicó él sosegadamente–. Eso es una realidad tanto en tu mundo como en el mío.
Carrie sonrió y volvió a mirar a Hiromi.
– Va a cargarse todo el planeta y tú vas a ayudarle –sentenció–. Qué orgullo para la raza humana.
– La raza humana pronto se doblegará ante mí –respondió el japonés con prepotencia.
Carrie afirmó enérgicamente con la cabeza.
– Seguro que sí.
Hiromi se puso en pie. Gladiador regresó a su asiento y el japonés señaló a Carrie con el dedo acusador.
– Insisto: deberías descansar.
Hiromi recorrió el avión y Carrie dejó escapar el aire mientras miraba por la ventana. Quizás debía. Tenía la certeza de que no le rajarían el cuello mientras dormía.
*****
Antes de darse cuenta, intercalando pequeñas siestas, un duermevela casi constante y momentos de despeje, el avión privado llegó a Nueva York. Una sensación extraña recorrió todo su cuerpo mientras la nave aterrizaba. Volvía a estar en casa después de aproximadamente medio año. No esperaba volver para presenciar la destrucción del mundo. Deseó que Miku y Daiki rondaran cerca. Le condujeron junto con Hiromi y Gladiador hasta el almacén abandonado que tan bien conocía. Ella misma había cerrado el portal, asegurándose así un segundo enfrentamiento con Gladiador en el que poder vencerlo. Y allí lo tenía, con la sartén por el mango. Por su culpa. Intentó no martirizarse con lo que hubiera pasado si hubiese hecho caso a su tío y hubiese dejado que él y Miku acabaran con el demonio. Al entrar en el almacén, encontró a varios mercenarios o demonios disfrazados alrededor del portal, abierto de nuevo. Las tripas le rugieron. Le colocaron cerca de él, al lado de un soldado para que le vigilase. Le pusieron de rodillas, no sin oponer resistencia.
– ¿Tenemos al dotado? –preguntó Hiromi a uno de los mercenarios.
El hombre negó con la cabeza. Hiromi arrugó el entrecejo.
– Vamos, quiero a todo el equipo movilizado –ordenó–. No puede andar muy lejos.
Carrie cerró los ojos con fuerza, deseando que no encuentren a su tío. Gladiador se movía de aquí para allá. Parecía inquieto. Cuando algunos de los mercenarios abandonaron el almacén en busca de Nick, otro de ellos se acercó hasta Hiromi.
– Señor, me acaban de llamar de Tokio.
Hiromi se volvió para escuchar a su subordinado. Gladiador llevó su gélida mirada hacia la de Carrie, desconcertada. Sabía que algo estaba pasando.
– Han cerrado el portal, señor.
La expresión de Hiromi se volvió seria. Suspiró. Se acercó hasta Carrie.
– ¿Cómo? –preguntó, encolerizado.
– No sé de qué me hablas –se defendió ella.
Hiromi se masajeó la sien. Entonces echó un vistazo a la mochila, que él mismo había dejado tirada a pocos metros de ella. La recogió y empezó a hurgar en su interior. De pronto sacó el micrófono. Se lo mostró a Gladiador. Carrie sonrió.
– ¿Por qué seguís luchando contra el destino de la humanidad? –preguntó Hiromi.
– Porque queremos evitar que precisamente ese sea el destino de la humanidad –sentenció Carrie.
El japonés aplastó el micrófono. Gladiador se acercó hasta ellos.
– Tranquilo, socio –dijo con un tono indescifrable–. Ahora yo controlo el tiempo. Cuando hayamos realizado la extracción en Nick, nada podrá impedir que se abran cientos de miles de portales.
Hiromi pareció convencerse de esta idea, pues asintió despacio. En aquel instante, sujetado por dos mercenarios, apareció Nick por la puerta del almacén. Sus ojos azules se cruzaron por primera vez en mucho tiempo.
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Jikan. El poder del tiempo
FantasyLa joven Carrie oculta un secreto que jamás le ha contado a nadie: con sólo imaginarlo, todo el mundo se detiene. Congelado, inmóvil. Toda la Tierra a su merced. Sin embargo, cuando su dieciséis cumpleaños está a la vuelta de la esquina, la llegada...