Desde lo alto de un edificio observan la entrada de la fábrica abandonada. Ya entrada la madrugada, un camión apareció por la zona directo hacia la fábrica.
– Ahí está –anunció Daiki.
Los tres observaron tranquilamente como el camión llegaba hasta la puerta y salían a abrirla dos miembros de la yakuza, reconocibles por sus múltiples tatuajes. Una vez el camión estuvo dentro, la yakuza volvió a cerrar las puertas.
– Vale. Es nuestro momento.
Haciendo parkour llegaron hasta el tejado de la fábrica, decorado con varias filas de ventanas. Desde allí había visión de todo el interior. Los tres reprimieron una exhalación.
– ¡Parece que esté metida aquí toda la maldita yakuza! –susurró Miku–. Esto no es buena idea, tenemos que irnos.
Carrie miró en todas direcciones, nerviosa. Le pareció ver algo moverse en la azotea contigua.
– Creo que es una trampa –soltó.
– ¿Qué? –inquirió Daiki.
– Creo que el que te pegó el soplo nos ha llevado de cabeza a una trampa.
– Lo que dijo el sensei... ¡vámonos! –insistió Miku.
Los tres se dispusieron a descender y huir, pero entonces empezaron a disparar desde las azoteas de los edificios mayoritariamente deshabitados que rodeaban la fábrica. Ellos se camuflaron entre las sombras, intentando no convertirse en blanco fácil, pues no llevaban armas de fuego. Al saltar a una azotea, noquearon al hombre que había allí y se ocultaron, pues todos los que habían en el interior de la fábrica habían empezado a abrir fuego contra ellos.
– Estamos rodeados –advirtió Daiki–. Es cuestión de tiempo que suban hasta aquí.
– Pues los estaremos esperando –respondió Carrie–. Tendrían que entrar por esa puerta, la única en toda la azotea. Eso haría de embudo, ¿no?
– Como los espartanos en la batalla de las Termópilas... –reflexionó Miku en voz alta–. ¡Sí! Podemos hacerlo.
– ¿Y si llegan haciendo parkour? –objetó Daiki.
– No llegarán –respondió Carrie–. Si alguien se queda aquí y vigila esa parte, los otros dos se pueden dedicar a defender la puerta.
Las Calaveras Nocturnas se miraron entre ellas.
– Yo me ocuparé de los traceurs que quieran unirse a la fiesta –dijo Miku colocándose tras el conducto de ventilación exterior, al lado del cuerpo del miembro de la yakuza noqueado.
Daiki y Carrie se colocaron cada uno a un lado de la puerta, con las katanas desenfundadas.
– No matamos –dice la rubia.
– No matamos –responde el japonés mirando de reojo la hoja de su katana.
La puerta se abrió con un estruendo y el soldado de la yakuza cayó al suelo después de un golpe en la cabeza con el mango de la katana de Daiki. Dotada y protector arrastraron hacia delante el cuerpo y volvieron a cerrar la puerta. Cuando se volvió a abrir, fueron dos. Después de una serie de patadas y puñetazos, ambos caen al suelo. Los apartan de la puerta y la vuelven a cerrar, justo a tiempo porque el siguiente que subía las escaleras abre fuego con su subfusil. Carrie y Daiki se cubren, cada uno a un lado de la puerta de metal, que empieza a llenarse de agujeros.
– Cuidado –apremia el japonés.
Frente a ellos, Miku desestabilizó a uno de la yakuza que trepaba por la cornisa y éste se precipitó a la carretera.
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Jikan. El poder del tiempo
FantasyLa joven Carrie oculta un secreto que jamás le ha contado a nadie: con sólo imaginarlo, todo el mundo se detiene. Congelado, inmóvil. Toda la Tierra a su merced. Sin embargo, cuando su dieciséis cumpleaños está a la vuelta de la esquina, la llegada...