Capítulo XXX

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Carrie salió de su habitación vestida con la ropa de Calavera Nocturna, aunque sin la máscara. Ya no había necesidad de ocultar su rostro. Sus botas negras marcaban un ritmo sobre el parqué. Llevaba unos pantalones ajustados negros rotos y un top del mismo color, tapado parcialmente por un chaleco también negro y unos largos guantes que no desentonaban en color. Se sentó en la mesa junto a Daiki, que ya tenía preparado el desayuno sobre la mesa.

– Buenos días –dijo el japonés.

– Hola –se limitó a responder ella.

Comieron en silencio. Carrie miraba a un punto fijo. Daiki ocupaba ahora el sitio de Miku, en frente de Carrie. La rubia notaba la casa vacía sin la japonesa.

– Eh... –interrumpió el silencio Daiki–. ¿Cuál es el plan entonces?

Carrie alzó la mirada y los ojos de ambos se encontraron.

– No hay ningún plan. Voy a acabar con esto, ya te lo dije.

– Escúchame; si los dotados tenéis ese don es por un gran motivo: defender a la Tierra de los demonios. ¿Realmente crees que si dejáis de tener vuestro don los demonios desaparecerán por arte de magia?

– ¡Somos lo único que conecta una dimensión con otra! –se defiende Carrie–. Además, hay que probar algo distinto. Si nos dedicamos a encadenar un asalto tras otro llegará alguna generación que fallará, y entonces los demonios conquistarán nuestra dimensión. Estamos condenados si no lo intentamos, Daiki.

El japonés permaneció en silencio. Cerró los ojos.

– Confío en ti –dijo finalmente–. Espero que no te equivoques.

Carrie soltó el aire.

– Eso espero yo también... –añadió por lo bajo.

Siguieron comiendo en silencio cuando de pronto la shoji del sensei se abrió, mostrando a un hombre demacrado que a duras penas se sostenía en pie. Daiki estaba de espaldas y no se giró nada más escuchar la puerta; pero Carrie, que estaba de cara, rebotó de la silla. Entonces Daiki se giró e hizo lo mismo. Cogieron al maestro de los brazos justo cuando iba a perder el equilibrio. Le recostaron despacio contra la pared.

– ¿Qué ha pasado? –preguntó Carrie alarmada.

– ¡Se muere! –exclamó Daiki.

– Iré a por las hojas del árbol –dijo la rubia poniéndose en pie.

– Será inútil –le frena Daiki–. No se trata de una herida superficial. Se trata de un sobreesfuerzo.

El sensei entrecerraba los ojos.

– ¿Ha sido por reforzar las barreras interdimensionales?

– Puede ser. No lo sé –Daiki estaba al borde de un ataque de nervios.

El sensei hizo un esfuerzo y, apenas con un hilo de voz, empezó a decir algunas cosas en japonés. Carrie observaba impotente, con lágrimas en las mejillas, cómo no era capaz de entender las últimas palabras de su maestro. Daiki parecía desconcertado. Ambos apretaban con fuerza las manos de aquel enigmático y sabio hombre que tantas cosas les había enseñado. Cuando terminó de decir lo que tenía que decir, se quedó mirando fijamente a Carrie y sonrió.

Anata wa jikan no chikaradesu.

Tras estas palabras, Carrie notó que los ojos del sensei ya no le miraban a ella; sino a través de ella, vacíos. El maestro había muerto inexplicablemente. Intentó controlar el llanto para preguntarle a Daiki.

– ¿Qué ha dicho?

El japonés suspiró y se limpió una lágrima con el dorso de la manga.

– A ti te ha dicho, literalmente, que eres el poder del tiempo.

Jikan. El poder del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora