Especial Mamo

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Si echo la vista atrás supongo que los primeros recuerdos que tengo hacen referencia al mar. Nací en un pueblo de la costa que me gusta definir como «un sitio con cuatro casas y ocho arrozales». Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño así que me criaron mi madre y mi abuela. Era un sitio realmente aburrido, no había nada que hacer. Todos los días caminaba desde mi casa hasta la playa y pasaba horas y horas allí sentado; jugando con la arena y observando el mar.


No había más niños en el pueblo, así que el único momento en el que podía relacionarme con gente de mi edad era en el colegio. Un colegio al que llegaba tras un viaje de media hora en autobús y que detestaba con toda mi alma. Seguía aburriéndome.


El resto de mis compañeros venían de otras zonas menos rurales y probablemente más divertidas que mi estúpido rincón costero, así que realmente nadie intentaba relacionarse conmigo. Es cierto que yo era un niño bastante tímido y no ponía mucho de mi parte, pero en el fondo solo quería tener amigos. Soñaba con vivir en una gran ciudad...y hacer grandes cosas rodeado de mucha gente. Ser una estrella del rock, un actor famoso, alguien importante al que todo el mundo conociera como algo más que «ese chico raro que se sienta solo en los descansos».


No destacaba en los estudios, tampoco en ningún deporte en especial, y teniendo en cuenta lo tecnológicamente aislado que estaba del resto de mis compañeros ni siquiera teníamos gustos en común. Claro que siempre hay un roto para un descosido. Y el mundo me regaló un amigo.


Riku era un niño de la clase de al lado, y hablamos por primera vez en uno de esos eventos estúpidos en los que nos obligaban a formar parejas para las actividades que íbamos a realizar y fuimos los únicos sobrantes. Dos marginados mano a mano.


Al principio apenas cruzamos palabras, y no ganamos en ninguno de los juegos que nuestros profesores nos habían propuesto, pero... al día siguiente pasó algo. Algo que en mis ocho años de vida nunca me había pasado.


–¿Masaya?–Riku se acercó a mí en el descanso–¿Puedo sentarme contigo?–


–...c-claro.–me costó reaccionar


Riku era uno de esos niños realmente vergonzosos al principio pero que en cuanto entran en confianza nunca dejan de hablar. Nos pasamos todo el descanso juntos y me enseñó un montón de juegos que él mismo había inventado, era realmente creativo. Al parecer su padre era profesor de ciencias naturales y él estaba obsesionado con las plantas, los animales y todo lo que tuviera que ver con el campo y las actividades al aire libre. No entendía por qué alguien como él no tenía amigos.


Los días pasaron y Riku y yo nos convertimos en uña y carne. Estaba deseando que terminaran las clases para poder pasar los descansos con él; corriendo y jugando juntos. Por fin tenía un amigo. ¡Incluso le invité a mi pequeño pueblo! Pensé que le parecería aburrido, pero él nunca había visto el mar y le gustó tanto que nos quedamos en la playa hasta el anochecer. Fue el primer día de mi vida en el que no detesté vivir en aquel lugar.


Riku también me ofreció ir a su casa, y recuerdo perfectamente la emoción que sentí al entrar en su habitación y ver su estantería llena de videojuegos. De hecho me divertí tanto que me pasé meses rogándole a mi madre que me comprara una videoconsola, y finalmente me la regalaron por mi noveno cumpleaños. Sin embargo, había algo sobre la familia de Riku que siempre llamaba mi atención: la completa ausencia de su madre en todos los eventos escolares.

Moan in lavenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora